jueves, 26 de marzo de 2009

miércoles, 25 de marzo de 2009

AMOR DE MIS AMORES CON SABOR A CALAMARO

Querida hermana, tú investigación sobre aquel tema que yo creía original de Edith Piaf atrajo mi atención y me puse a buscar mas versiones y encontré esto:





lunes, 23 de marzo de 2009

VUELVO A DOUG NARINAS

En mi infancia fue quizás uno de mis dibujos preferidos, me compré un diario por él. En realidad era una agenda porque la machista sociedad limeña sólo vendía diarios "femeninos" pues los "hombres no escriben en diarios". Me compré mi agenda-diario, eliminé el calendario de sus hojas, coloqué una figurita de Goku y listo, tenía mi diario, mi primer y único diario oficial. Gracias Doug, aunque por eso pasé la verguenza de mi vida cuando la chica que me gustaba en mi etapa colegial me arrebató mi diario-agenda, y me sonrió.


viernes, 20 de marzo de 2009

César Vallejo: Vigencia a través del dolor



Breve análisis y tentativa de interpretación del poema de Los Nueve Monstruos de César Vallejo

La poesía a examinar gira alrededor de un sentimiento: el dolor. Digo sentimiento y no sensación pues esa distinción puede hacer traslucirse con mayor claridad lo que quiere transmitir el poeta. Creo que la más clara distinción entre dolor como sentimiento y sensación radica en el ser social del primero. Aunque nuestro idioma no posee términos distintos para ambas denotaciones, creo que una brevísima explicación puede ayudarnos a dar cuenta de su distinción. La sensación es la carga biológica e innata que poseemos, el mecanismo más básico de defensa de la propia existencia, sin dudas. Si ponemos una mano sobre un objeto o superficie de elevada temperatura, por ejemplo, sentiremos dolor; esa es una sensación y no un sentimiento. Todos experimentaremos lo mismo, en las condiciones fisiológicas conocidas como normales, nos quemará y nos dolerá y retiraremos nuestra mano, pues de no hacerlo atentaríamos contra nuestra integridad física, nos dañaríamos. El dolor como sentimiento, en cambio, es desarrollado socialmente, podemos sentir dolor por la muerte de un familiar, por una guerra, por las palabras, por los insultos, por las ofensas a un ser querido. La manera en que experimentamos ese dolor sentimental, que está tan emparentado con la tristeza a veces, es moldeada socialmente; no en todas las sociedades son las mismas causas ni las mismas circunstancias las que nos provocarán dolor. Es a esta segunda acepción de dolor a la que se refiere con mayor énfasis Vallejo en su poema, un dolor que formamos socialmente, que inculcamos; dolor que, por supuesto, puede tomar formas extrañas, paradójicas, y hasta puede aniquilarse y evaporarse, podemos dejar de sentir dolor, volviéndonos indiferentes.

El poema busca hacer reflexionar sobre el dolor que existe en el mundo e incita al lector a buscar una posición en la cual se evita el sufrimiento ajeno; sin embargo, el desear que en el mundo se agote el dolor, que no haya sufrimiento, es insano y no es solución para Vallejo. Paradójicamente, la lucha, planteada por él, del dolor, sea como sentimiento o sensación, es el incremento del mismo dolor, pero en este caso exclusivamente como sentimiento. En el poema, Vallejo, entrecruza ambas formas de dolor, dándole énfasis especial a la construcción social del dolor, como ya mencionamos, sobre la que gira el texto poético. Así, se nos dice que “el dolor crece en el mundo a cada rato, crece a treinta minutos por segundo”, esta afirmación es la simple descripción del un hecho describe el poeta, lo que acontece a través de su perspectiva. Ese dolor descrito puede ser físico o biológico, el dolor de músculos por haber trabajado 20 horas en una fábrica, el dolor en las manos por tener que remover suelo duro e infértil, el dolor de estómagos por no tener qué comer. Pero, es también el dolor social como el que procura la guerra, las muertes, el ser olvidado como persona, el sentir que tus creencias son menos que las de otros, que eres subdesarrollado o salvaje. ¿Existe entonces una posibilidad de calmarlo? ¿Existe alguna solución para el dolor? La solución que da Vallejo es que “el bien de ser”, la manera correcta de hacerle frente, es que este pueda “dolernos doblemente”, por ello me refería a ella como paradójica. Es el dolor que formamos, el sentimiento de dolor, el que debe ser doble en nosotros, este es un llamado a la compasión, entendida desde su origen griego como sentir con el otro y lo del otro, un llamado a la solidaridad. Se busca que nos duela, no sólo nuestro propio sentir, sino experimentar el dolor del otro desde nuestra propia perspectiva y experiencia de vida; formar personas que sientan por otras, desde su propia experiencia, y que encuentren posibilidad de hacer el bien evitando procurar el dolor a las demás. Esta propuesta es extremadamente cercana a la que el filósofo estadounidense, Richard Rorty, plantea con el nombre de solidaridad. Él sostiene la posibilidad de una ética que cuente con la posibilidad de experimentar el sentimiento ajeno en uno mismo, no por amor al sufrimiento, lo que la aleja del sentimiento compasivo que muchos manejan actualmente, sino comprendiendo e interiorizando el dolor del otro en búsqueda de no provocarle dolor a ese otro. Se trata ya no de plantear universales abstractos que delimiten el campo de acción de la ética, sino de plantear la posibilidad de hacer el bien desde nuestra propia experiencia de vida y formación social, desde lo concreto.

Este es el mensaje principal que pretende Vallejo comunicarnos, ante este sentir como el otro siente, debemos identificar qué es lo que al otro le causa dolor; interiorizarlo y comprenderlo, haciendo de este realmente dolor nuestro. Sólo así se puede actuar en contra de este, evitándolo. Identifica, a mi parecer, dos grandes causas del dolor: la tecnología y el estado capitalista. Cabe resaltar, que el dolor como sentimiento, puede ser difícil aplicarlo a otras culturas, yuxtaponerlo a lo que ellos pueden experimentar; sin embargo, no es imposible. El compartir un mismo mundo y un mundo que nos desinvisibiliza cada vez más, es una pieza clave. Sin la menor duda la globalización nos acerca, de buena o mala manera, a cada instante un poco más, es esta la que nos presenta el dolor y la alegría ajena si queremos verla. No quiero decir que la globalización sea realmente la potente arma de homogenización cultural que muchos afirman que es, ni tampoco pretendo decir que demarca con mayor énfasis las distinciones culturales como otros sostienen; sin embargo hoy, como nunca antes, hablo también del hoy de Vallejo, podemos acceder a información de todo el mundo, a las diferencias de los demás, se hacen cada vez más visibles. Cada vez, a la par, las acciones de unos involucran a mayor número de gente en el mundo, Vallejo presenta ese panorama en un solo verso: “nunca tan cerca arremetió lo tan lejos”. Es tal vez una de las más breves descripciones de globalización que se pueden hacer, sin perder la precisión y claridad.

Retomando lo dicho, habíamos comentado que Vallejo identificaba como dos causantes de dolor a la tecnología y al estado capitalista. Trataremos, primero, entonces cómo es que la tecnología puede generarnos dolor. Habrá algunos escépticos que encuentren que la tecnología es el mejor medio de generarnos bienestar a los hombre, el medio que más vidas puede salvar con los avances en la producción alimentaria y, sobre todo en la salud. Pero Vallejo nos dice, extrañamente que nunca jamás la salud había sido tan nociva ni jamás había habido tanto dolor “en la carnicería, en la aritmética”. Y es que bien podemos entender que la tecnología, y el propio avance científico que la respalda, pueden ser la mejor forma de destruir al propio hombre. El mejor ejemplo de ello es la carnicería, seguramente. Esta es una de las más grandes y poderosas manifestaciones del poderío tecnológico, pero no se trata de la carnicería de ganado; se trata, terriblemente, de carnicería humana, de poderío bélico, de armas y de guerra. Recordemos que el texto al que hacemos referencia se escribe en 1937, dos años faltaban para la Segunda Guerra Mundial y la primera ya había dejado todas las alarmantes cifras conocidas en pérdidas humanas. La catástrofe, sin embargo, en término de vidas perdidas que representaría la última, históricamente, fue inimaginable e inconmensurable. Todo esto permitido exclusivamente por el magnífico poderío en armas que se iba desarrollando previamente a la contienda bélica. El progreso tecnológico, que es productor de instrumentos, fue usado, y lo sigue siendo, de la manera más deplorable y aborrecible que puede existir, para aniquilar a su propio creador; para destruir al mismo hombre. Tomemos en cuenta que ese potencial armamentístico y de destrucción masiva hallaría, para 1945, su forma más elevada en la más potente de todas las armas, en la que mejor cumple su función, a aquella que de aplicarse podría destruir a toda la humanidad: La bomba atómica. Esta última es el gran peldaño del progreso en la carnicería humana que denuncia el autor del poema. Carnicería que engendra dolor y sufrimiento.

En lo tocante al actual verso, hay una denuncia a la aritmética en él, ante esta aparición claras incógnitas pueden desplegarse ante nosotros. Cómo podría una suma o una resta, o cualquier operación matemática causar dolor; por qué Vallejo dice que jamás la aritmética había procurado tanto dolor. La tecnología es producto de la ciencia, ciencia que tiene sus cimientos en la modernidad. Galileo Galilei, allá por los mil quinientos, sentenciaba que el mundo era un libro escrito por Dios en sistema matemático. Toda la ciencia que manejamos mantiene la misma lógica, se trata de creación de modelos matemáticos, modelos que representan al mundo. La matemática, y la aritmética usada en este caso como un ícono de la misma, es el lenguaje predilecto de la ciencia. Al ser la tecnología la aplicación práctica de la teoría científica, es también matemática. Hemos mencionado hace unos instantes que la tecnología permite las mayores carnicerías. Es así que la Matemática produce muerte, a través de la aplicación práctica del sistema científico matemático, y así como esta genera carnicería y fecunda a los hombres, que aún sienten o que quieren sentir, de dolor.

Ahora bien, cómo es que el estado capitalista provoca dolor, este es un tema sin dudas más manido y que, no por ello, todos tenemos necesariamente presente. El autor nos presenta a esta sociedad capitalista como la res de Rousseau, si traducimos res de latín nos encontraremos con que significa cosa; o sea se refiere a la “cosa de Rousseau” ¿A qué podría hacer esto alusión? La tentativa de respuesta incluye el asunto del estado capitalista como fuente de dolor. El Contrato Social de Jean Jaques Rousseau, que nace a mediados del siglo XVIII, es el texto con el cual se consolida el estado burgués y capitalista que tras mutaciones y metamorfosis llega y perdura hasta nuestros días. Es aquel documento por el cual cedemos nuestro poder a un ente y nos hacemos de derechos, que esta entidad, llamada Estado, a su vez, protegerá a través del monopolio de la violencia. Pero en este Estado nace también el mito del progreso que ya la ciencia moderna había engendrado y hecho crecer, y que para los años de Rousseau ya estaba completamente consolidado; tanto como hoy en día. El mito del progreso es, en el caso de la ciencia, poner como el único fin de esta avanzar y hacer del mundo y de todo lo que rodea al individuo un gran conjunto de instrumentos que se encuentren al antojo y voluntad del hombre. Esta nueva forma de pensar científica, se plasmará al extremo en la nueva organización social, un individuo que tiene que progresar como sea posible, solo que la forma que toma el progreso en el individuo se alteraría.

Progresar es ir hacia “adelante”, el gran secreto del progreso moderno, en general, es lo aleatorio de ese “adelante”, su arbitrariedad, o su inexistencia; ¿Es realmente, en el caso de la ciencia “adelante” hacer de la naturaleza algo que el hombre pueda controlar a su antojo y voluntad; habría que preguntárselo al calentamiento global y a la crisis del agua. En todo caso, el capitalismo es la doctrina predilecta para esta sociedad que busca progresar, se trata de que cada quien progrese, nuevamente sin marcar el hacia dónde, pero al haber todos hecho un contrato social, este Estado debe asegurarnos la equidad de oportunidades para el progreso; es decir que en esta batalla del progreso todos, si queremos podamos progresar igualmente. La equidad de oportunidades es, para esta sociedad estatal moderna, establecer tus derechos, esto termina siendo el establecer los parámetros para un campo de batalla donde deberían librarse luchas, supuestamente, equitativas; un lugar donde todos los contendientes tengan las misma oportunidades. Nada más ilusorio que eso, algunos podían más que otro de partida, y la equidad era solamente una palabra que podía ser examinada etimológicamente y nada más; hubo, continuando la metáfora de la batalla, quienes partían en la batalla con más fusiles y quienes iban desnudos por el campo. Fue así como quienes tenían más poder, y en ese momento era ya como hoy el poder económico el determinante, el capital o la producción d este, los que dominarían el campo de batalla, que ya desde hace mucho era suyo. Es el mito del progreso que nace con la “cosa de Rousseau” el que causa dolor en esta nueva sociedad capitalista; quien tiene dinero posee poder, y este poder seguirá en aumento en detrimento y en menoscabo de los demás, a los que se ha de pisotear, aplastar, explotar, asegurándose así el ser un poco más rico. Nuevamente, el “adelante” del progreso es irreal, aparentemente es el tener más dinero, mas nunca se plantea para qué tener más dinero, el hecho es tenerlo y eso es ser mejor; el dinero ya no es un medio de obtener bienestar, sino que se transforma en el fin. Es este aplastar a los demás haciéndolos proletarios o esclavos remunerados, explotándolos más de 10 horas al día en fábricas y en condiciones infrahumanas, lo que causa dolor físico y mental. El trabajar es realizado ya no para procurarte los medios para formar lo que podría ser una buena vida, es trabajar para no morir de hambre, y no se trata de comer bien, sólo lo suficiente para no morir. Y eso, es suerte para los países industrializados, en otros lugares la gente tiene que resignarse, hoy como en el tiempo de Vallejo, a morir de hambre y ver que el mismo destino surcan su familiares y coetáneos.

El hambre, la miseria, el negar las “nueve carcajadas a la hora del trigo”, el “ver al pan, crucificado, al nabo, ensangrentado (…) a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo”; todo ello es la representación casi pictórica que hace Vallejo de lo que la sociedad capitalista y la tecnología han creado. Son esas causas las que generan dolor las que debemos identificar y comprender; debemos sentir como aquel que no tuvo suerte en ese juego azaroso, de tener dinero y quedo abajo enterrado y pisoteado, que le duelen los huesos de trabajar y le duele el alma de no existir. Esa situación que hace ya más de setenta años nos describe Vallejo aún se repite hasta nuestros días y tiene vigencia. Tiene aún más valor e importancia cuando nos topamos con la descripción que da Vallejo de lo que puede hacer en las personas el dolor. Y es que gracias a él, “hay algunos que nacen, otros crecen, otros mueren, y otros nacen y no mueren (…), y otros que no nace ni mueren (Son los más)”. El dolor del otro puede provocarnos cualquiera de esos procesos, puede hacernos descubrir una forma distinta de ver el mundo, una forma diferente de obrar, de sentir y de pensar; puede hacernos ser mejores aún de lo que somos como personas, hacernos crecer, más sólidamente, de mejor forma; el dolor mata, mortifica; el dolor inmortaliza el alma de aquellos que saben sentir como el otro y actúan de esa forma, ellos nacen y nunca mueren. Sin embargo, hay un grupo más, hay quienes sentados en nuestra cama antes de dormir oramos por aquellos que no pueden ser felices como nosotros, pues no vamos a sufrir como ellos, eso representaría un exceso. Estos que podemos estar sentados, que no buscamos sentir como el otro; no nacemos, no morimos. Esos somos aquellos que nos podemos tornar fríos al dolor, vivimos dentro de la misma dinámica que procura dolor a tantos, que mata a tantos, que da hambre a tantos; indiferentes e inmutables, anodinos. Aquellos que hemos matado nuestra pasión, entendiendo esta como nuestra posibilidad de sentir, aquellos que apagamos nuestro fuego. Es gracias a nosotros que “el fuego nunca jugó mejor su rol de frío muerto”. Estas personas que ya están siempre muertas en vida, que nunca nacerán y nunca morirán, son aquellos que nos hemos vuelto indiferentes. Estos nunca podrán buscar sentir como el otro siente, nunca lo comprenderán, nunca harán algo por cambiar el estado de cosas; no por no poder, sino que, lo lamentable, es por no querer.

Replicarán algunos, que no han nacido ni muerto, pues otros no replicarán ya que están demasiado fríos hasta para responder, ¿Qué puedo hacer yo contra el hambre, contra la guerra, contra la injusticia e inequidad? ¿Qué puedo hacer yo para que mañana sea un mejor día, haya menos dolor y sufrimiento, para que el mundo sea más humano y menos matemático, menos máquina? La respuesta es aprendiendo a hacer del dolor, doble dolor como dijimos al inicio, dolor en compañía, pero no dolor que se queda en simple sufrimiento, que eso es aún peor que la indiferencia, eso es masoquismo aletargado. Es un dolor que te conmueve y te moviliza, te lleva a actuar y a combatir las causas de ese dolor que afecta a tantos; Vallejo nos insta a iniciar comenzando a sentir asco por el morbo de la prensa, comenzando a sentir repugnancia porque la pobreza sea fuente de riqueza, lucro y publicidad; morbo que “nos aloca en los cinemas”, como él dice, que ahora nos llama la atención en los noticieros y televisión. Tomando consciencia sobre todo de que, y así termina Vallejo y nosotros también, “Ah! Desgraciadamente, hombres humanos, hay, hermanos, muchísimo que hacer”.
JOAN CARAVEDO DURÁN

LOS NUEVE MONSTRUOS

Y, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora, voraz,
es el dolor dos veces
y la función de la yerba purísima, el dolor
dos vecesy el bien de ser, dolernos doblemente.

Jamás, hombres humanos,
hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera,
en el vaso, en la carnicería, en la aritmética!
Jamás tanto cariño doloroso,
jamás tanta cerca arremetió lo lejos,
jamás el fuego nunca
jugó mejor su rol de frío muerto!
Jamás, señor ministro de salud, fue la salud
más mortaly la migraña extrajo tanta frente de la frente!
Y el mueble tuvo en su cajón, dolor,
el corazón, en su cajón, dolor,
la lagartija, en su cajón, dolor.

Crece la desdicha, hermanos hombres,
más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece
con la res de Rosseau, con nuestras barbas;
crece el mal por razones que ignoramos
y es una inundación con propios líquidos,
con propio barro y propia nube sólida!

Invierte el sufrimiento posiciones, da funciónen
que el humor acuoso es vertical
al pavimento,
el ojo es visto y esta oreja oída,
y esta oreja da nueve campanadas a la hora
del rayo, y nueve carcajadasa
la hora del trigo, y nueve sones hembras
a la hora del llanto, y nueve cánticos
a la hora del hambre y nueve truenos
y nueve látigos, menos un grito.

El dolor nos agarra, hermanos hombres,
por detrás, de perfil,
y nos aloca en los cinemas,
nos clava en los gramófonos,
nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente

a nuestros boletos, a nuestras cartas;
y es muy grave sufrir, puede uno orar...
Pues de resultas
del dolor, hay algunos
que nacen, otros crecen, otros mueren,
y otros que nacen y no mueren, otros
que sin haber nacido, mueren, y otros
que no nacen ni mueren (son los más).
Y también de resultas
del sufrimiento, estoy triste
hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo,
de ver al pan, crucificado, al nabo,
ensangrentado,
llorando, a la cebolla,
al cereal, en general, harina,
a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo,
al vino, un ecce-homo,
tan pálida a la nieve, al sol tan ardio!
¡Cómo, hermanos humanos,
no deciros que ya no puedo y
ya no puedo con tanto cajón,
tanto minuto, tanta
lagartija y tanta
inversión, tanto lejos y tanta sed de sed!
Señor Ministro de Salud: ¿qué hacer?
¡Ah! desgraciadamente, hombre humanos,
hay, hermanos, muchísimo que hacer.

CÉSAR VALLEJO

domingo, 15 de marzo de 2009

¿Cuánto tengo que leer para ser inteligente o culto?

Mucha gente sostiene que el leer te hace más culto e inteligente. Sin embargo, por mucho que lastime a grandes eruditos, me inclino a sostener que la cultura e inteligencia pueden tener un gran medio de expansión a través de la lectura, pero que esta no es una actividad primordial para ser más inteligentes o más cultos, sino que para serlo se necesitan habilidades previamente desarrolladas. Mucho se ha clamado en contra de lo que sostengo, pero no he visto a nadie que defienda tal postura que primero defina qué es cultura y qué es inteligencia. Todos dan por dado la claridad y evidencia de ello, algunos ni mencionan los términos explícitamente. Propongo, por ello, alterar dicha lógica e intentar, aunque cueste, dar una definición, siquiera aproximada, de ambos términos. No pretendo decir que daré las correctas (habría que ver, por otra parte, si es posible llegar a tales definiciones) tampoco que serán definiciones conceptuales irrebatibles e indiscutibles; al contrario, dejan al decurso explicativo que mantendré más expuesto para recibir ataques, pero, a la par, lo hacen más sincero también, más franco. Esos bosquejos terminológicos permitirán al lector saber qué es lo que realmente se maneja en el substrato de la explicación. Con lo dicho queda claro no pretendo amagarlo con retórica densa, ni juegos gramaticales laberínticos; que más allá de todo, están bastante lejos de lo que puedo realizar o alcanzar. Podrá alguno decirme que soy sincero con esos dos conceptos, pero hay una infinidad de términos que doy por dados y sentados implícitamente, yo le replicaría que tiene toda la razón. Le diría, sin embargo, que prefiero poner claros los conceptos que realmente me parecen relevantes y que resultan más controversiales. Espero con ello quedar eximido de tal responsabilidad.

Al intentar definir ambos conceptos, el problema más grave se perfila al proponer una definición del término cultura, qué es tener cultura, qué es ser culto. Los sociólogos y antropólogos seguramente se inclinarían a decir que, la cultura, es un sistema, y con sistema enfatizo la interrelación entre elementos, de creencias y prácticas sociales que comparten un conjunto de personas. Creo a esta primera definición de cultura, como término sociológico-antropológico, suficiente para la exposición. Pero la incógnita que aparece necesariamente es ¿Quién no sería culto en este respecto? Siempre estamos en un entramado de creencias y prácticas sociales, estamos en un lenguaje, somos seres políticos en ese sentido. Pero, con esta definición de cultura, el “más” resultaría inaplicable y absurdo, decir que alguien es “más culto” no significaría nada ¿Sería acaso más culto el que tiene más creencias o más miembros en su comunidad a seguir? Esto es, como digo, absurdo e incoherente, nadie sostiene que eso sea lo que haga de alguien más culto. No creo, por ello, que la noción de cultura, en el sentido que buscamos, pueda ser hallada en este ámbito. Nosotros, y creo que por aquí se perfila la respuesta, consideramos culta a una persona que puede darnos una amplia gama de información sobre un tema, que tenga, además, un amplio dominio de información sobre el tema al que hace referencia. Así, puede haber alguien que fuera el gran estudioso de los tiburones del atlántico norte, y sea una eminencia en ello, alguien cuyo dominio del tema no pueda ser rebasado. Imaginemos que se le pregunta qué opina sobre la política en su país y que no pueda dar ninguna reflexión, que se le pregunte sobre algo de filosofía y que tampoco sepa qué decir, que en historia y matemáticas esté en la misma situación; esa persona no sería considerada culta, por lo menos no en nuestro contexto.

La cultura, en este sentido, es cultural. Así los llamados “cultos” dentro de nuestro ser político ubicado, necesitan tener amplitud y profundidad en los conocimientos que consideramos más “prestigiosos”. Si alguien no sabe de cosmogonía o plantas medicinales asháninca, pero tiene dominio de política actual, de historia, filosofía, física, psicología y matemáticas, podrá ser considerado igual culto seguramente. Ello dependerá indubitablemente, también, del círculo en el cual se desenvuelven los interlocutores, si este es letrado o científico por ejemplo. Las matemáticas o la química tendrán más prestigio en un círculo social científico que en uno letrado, donde la literatura, la pintura o la filosofía pueden ser más prestigiosas. El ser culto es una categoría social, como tal está ubicada en un contexto determinado; así podemos hablar también de un “habla culta”, como un habla prestigiosa en un ámbito cultura, esta en nuestro caso es el habla académica posee tal prestigio, por ejemplo. En alguna comunidad no occidental es más importante saber de otros temas, seguramente el dominio de plantas y de magia sea lo “más culto”, o, es muy probable, que el concepto de cultura, como lo entendemos, ni siquiera sea aplicable en tales casos. El “ser culto” es una categoría cultural preeminentemente occidental, que abarca el conocimiento, amplio y profundo, de ciertos temas que poseen prestigio en el contexto en el que se desenvuelve el individuo; donde la amplitud refiere a la variedad de conocimientos y la profundidad al cómo debe estar sustentado.

Creo a la previa definición de “ser culto” suficiente por el momento, definición que examinaremos, nuevamente, posteriormente. Para nosotros una persona culta es aquella que puede tener gran conocimiento de temas académicos; y este es el conocimiento al que consideramos adecuadamente sustentado y prestigioso, es decir que se sigue de premisas que consideramos sólidas y que damos por sentadas socialmente; no rebato la veracidad o movilidad de las premisas, eso es tema de otra discusión. Es culto, por ello, quien tiene un amplio bagaje en el aspecto académico. Discutir la “academicidad” de algo, me parece poco apropiado en este texto, baste decir que la filosofía, la literatura, la psicología, la química, la física y otras son materias académicas; mientras el dominio de plantas medicinales por conocimiento ancestral o el esoterismo, no lo son. Diría que la cientificidad es el rasgo delimitante, mas sería incorrecto y apresurado aceptarlo. Ante la anterior disertación preferiré emplear, en lo que resta de exposición, el término “ser culto”, lo hago pues el término cultura podría causar la confusión con la definición sociológico-antropológica que más arriba expusimos.

Queda, entonces, definir inteligencia. Deje esto para después de la definición de cultura, pues considero que esa definición está más a la mano y es más sencilla. No quiero dar sustento a mi tesis con una definición etimológica, pues habrá muchos que me digan que no importa qué concepto se atribuía antes a una palabra sino como se conceptualiza actualmente,; considero, empero, que es interesante en este caso la etimología y que en este asunto una definición de este tipo puede dar luces sobre lo tratado. Inteligencia, deviene del latín inteligere, que a su vez podemos dividir en dos palabras de origen también latino: intus y legere. La primera podemos traducirla como entre y la segunda como escoger. La traducción, adecuada y hasta canónica para inteligere, sería elegir entre opciones. La inteligencia como la conocemos actualmente, es justamente ello, dar solución a problemas eficientemente, elegir una opción entre las que se manifiestan para un problema dado y que esta lo satisfaga. El índice de satisfacción o la eficiencia, son términos también dados por el ser político, por nuestra carga social, por el sistema de creencias establecido en una comunidad. En este sentido, se puede hablar de inteligencia social, de inteligencia emocional, motora o musical; como lo hacen las teorías de inteligencias múltiples, más allá de sus detractores. Creo a esta definición bastante acertada para el caso. Si alguien puede decirnos ¿Cómo las células se multiplican? Y responder a ese problema, de tal manera que nos satisfaga su explicación, pues él es inteligente. Así también si alguien nos puede llevar desde Europa hasta Sudamérica, siguiendo las estrellas o otros rastro, es también inteligente. La conmensurabilidad de las inteligencias es un asunto que tampoco está en juego. Sin duda, un papel primordial la inteligencia lo juega la experiencia previa y el aprendizaje ¿Cómo arribaría el marino a un punto si no conociera sobre las estrellas o qué sería del biólogo si no supiera de las células o los tejidos, al menos de su existencia?

¿La lectura puede hacer a alguien más inteligente o más culto? Es ahora la interrogante a responder, tras haber dilucidado brevemente sobre qué es cultura e inteligencia. Daremos respuesta, entonces, al problema planteado inicialmente, o nos toparemos y caeremos de bruces con la imposibilidad de responderlo. Podrías ser un buen inicio cuestionarnos sucintamente sobre qué es la lectura. Esta como actividad refiere al hecho de decodificar símbolos, estos símbolos, o el conjunto de ellos, refieren a palabras o conceptos que están en el lenguaje de quien los descifra. Se debe por ello conocer el código y el lenguaje al que hacen referencia, hago equivalentes lengua y lenguaje en oposición a los lingüistas de enfoque biológico y sin que ello deba causar mayor problema o controversia. Por lo tanto, la lectura desde esta perspectiva es una simple técnica, que no requiere de potencial y que puede ser dominada y perfeccionada. El que sea técnico algo no quiere decir que le reste o aumente valor, sólo la coloco en una categoría determinada. Ahora bien, la lectura como técnica se convierte en un medio para cumplir un fin, en este caso, recoger la información codificada que el autor intentaba transmitir. Si es posible realmente saber qué quiso decir el autor, o si se puede saber fuera de nuestras propias experiencias e interpretaciones lo que el escrito dice realmente, no afecta la afirmación en este caso. Podemos aceptar fácilmente que lo que decodificamos es lo que creemos que el autor dijo, tamizado por nuestra propia historia y nuestro ser social, y nunca lo que realmente dijo; o si se quiere, como contraparte a lo dicho, podemos decir que logramos saber el en sí del texto.

Si el “ser culto” refiere al dominio amplio y profundo de información, podemos hallar en la lectura un medio fantástico de acumular información, puede haber explicaciones previas en libros, en artículos, en ensayos que ya hayan versado sobre el tema que deseamos tratar, que al momento del decurso explicativo del mismo o al abordarlo sean relevantes, iluminadores y hasta decisivos. Sin embargo, pediré al lector que imagine la siguiente situación; dos personas conversan y una le pregunta al otro sobre cómo los delfines se alimentan, él nos comience a hablar de los hábitos en el nado de los delfines, luego de sus lugares predilectos para parir a sus crías, de los depredadores potenciales de las mismas y del desafío ecológico que significa el quebrantar la cadena trófica cuando existe matanza de delfines. Luego se le vuelve a preguntar qué opina de la relación entre Kant y los Derechos Humanos, y él da una buena y sólida explicación del noúmeno y el fenómeno en Kant, que nos hable de su estética, que hablé de los juicios a priori y a posteriori, de los sintéticos y analíticos y de las críticas de Rudolph Carnap a sus definiciones. La cultura del individuo sería indiscutible, tal vez, es amplia y profunda, pero la inteligencia es nula. No ha respondido ninguna de las interrogantes de manera satisfactoria. Puede citar sus fuentes y todos los libros que desee, pero la inteligencia que le atribuiríamos no se alteraría, seguiría siendo cero. Por último, cabe preguntarse si sería considerado realmente culto si es en tal grado infértil para responder un problema que se le plantea.

La situación expuesta es extrema e irreal, seguramente, pero nos lleva a aceptar que una persona simplemente culta, o más bien culta según la primera definición que hemos dada, es improductiva e infértil, y esta improductividad nos lleva hasta a cuestionar su propio “ser culto”. Podríamos decir que, entonces, el “ser culto” incluye el ser inteligente y no solamente el conocimiento amplio y profundo. Si hemos aceptado a “ser culto” como un modo de prestigio social, y si aceptamos que recurriríamos a una persona culta para resolver un problema, el personaje ficticio presentado no poseería tal prestigio, no sería culto; pues el “ser culto” y la inteligencia estarían íntimamente ligados. Hemos definido arriba estáticamente ambos términos pero nos topamos con que existe inclusión, que la definición previa es insuficiente. Si alguien defiende aún que el “ser-culto” no requiere de inteligencia, sino de la simple acumulación de datos, entonces aceptará que las computadoras son extremadamente cultas, al igual que las enciclopedias.

Hemos privilegiado a la lectura como un buen medio para acumular conocimiento. Es difícil negar a la afirmación precedente, la lectura es sin dudas un medio extremadamente eficiente, pero no es por ello el único, ni tampoco tiene que ser el mejor. La práctica y la conversación son sin duda otros medios fantásticos; puedo haber leído mucho sobre la construcción de paredes, pero no es hasta que construyo una pared que realmente conozco cómo construirla y que mi experiencia se hace sólida, seguramente la lectura me facilitará el conocimiento de otros constructores e ingenieros, por ello, tal vez, mi pared será más solida; pero debo construirla, eso es innegable, para aprender a hacer una buena pared. Podemos aceptar, también, que existan quienes por únicamente práctica podrían dar explicaciones profundas. Pero lo dicho nos aleja del tema, no hemos planteado la pregunta de tal forma que buscáramos averiguar si la lectura es la mejor forma de acumular datos, información o conocimiento de cualquier índole, sino de si el hecho de leer es el que te hace culto e inteligente, que podríamos reducir; ante la ligazón planteada entre inteligencia y “cultura”; si la lectura te hace “ser culto”, incluyendo en esto el ser inteligente. Quedamos en que la lectura es una potente arma de recolección de conocimiento con lo cual una primera parte del “ser-culto” queda copada. La inteligencia, por su parte, necesita también de experiencia previa y en el leer podemos encontrar esa experiencia previa, que no es nuestra, pero que puede ayudarnos a resolver un problema sin dudas. Es previa en tanto que antes de la aparición del problema ya poseemos el conocimiento, o la experiencia.

Ahora bien, líneas arriba usamos el ejemplo de un personaje que no era capaz de seleccionar la información pertinente y relevante y que por ello nunca daba respuesta a la pregunta; habíamos calificado a tal persona como no inteligente de acuerdo a nuestra definición. Notamos, entonces, que si bien hay una inclusión de la inteligencia en el “ser culto”, no es menester el “ser culto” para ser inteligente. La inteligencia no sólo requiere de acumulación de experiencia previa, es menester la adecuada selección del conjunto de conocimientos que poseemos. Esta habilidad podría ser llamada crítica, pero no por el sentido actual que le concedemos a la palabra, sino acercándonos un poco más al sentido griego de la misma. Krinein, de proviene nuestra palabra crítica, en griego se aproximaba a diferenciar lo que es de lo que no es, estaba incluido el proceso de duda y de decisión que esa actividad requiere; es por ello que Kant se consideraba crítico, y que al esbozar su famosa Crítica a la Razón Pura desease delimitar a qué podía llegar la racionalidad pura o teórica, cuál era su campo y cuál no, en sus demás críticas era el mismo objeto que lo guiaba. Queda saber si esta habilidad crítica es adquirida por la lectura o acumulación de datos o si no deviene de ella. La información que tengamos es indispensable para el logro de una actividad crítica, no se puede ser crítico si no hay que criticar. Pero esta información puede ser útil provenga de donde provenga, por lo cual la lectura no es un medio único, y tendríamos que preguntarnos si esta habilidad podría venir de la conversación o de la práctica misma también. Cabría la posibilidad de aceptar que esta criticidad es también innata, que hay quienes nacen con ella y quienes no, o que esta habilidad la poseemos todos naturalmente.

Dijimos arriba que cómo se justifica una respuesta es una decisión social, ello nos dirige a aceptar que la información relevante, que críticamente elegiremos y cómo la presentaremos a nuestro interlocutor, es también producto de la formación social, de nuestra educación; quienes hayan sido formados socialmente de tal manera que sepan cómo y qué información usar serán inteligentes. No sería considerada inteligente una máquina de acumulación de datos, sino aquel que sepa qué hacer con esos datos, sin necesariamente importar la cantidad. En ese sentido la criticidad es producto de la socialización, de la escuela, de los medios por los que nos imbuimos en la sociedad; son estos quienes establecen los parámetros de selectividad y correcto sustento de la información. La criticidad es aprendida de modelos sociales, de los agentes de socialización del individuo, de los medios, de la familia, de la escuela. Se aprende a ser crítico modelando a la persona a satisfacer ciertos estándares al momento de explicar algo o de resolver un problema. Si creo que para tener una buena pesca existen ciertos ritos que he de cumplir, estoy pescando y no he logrado capturar ningún pez, seré inteligente si conozco los ritos, selecciono el adecuado, y lo aplico, de modo tal que mi pesca sea productiva. Ello es también inteligencia, y acá se ve claramente la razón del ser social de la criticidad.

La lectura no es un medio infértil, y creo que en eso he hecho suficiente énfasis, es un gran medio, pero he hecho hincapié en su ser medio también. El objeto de la decodificación de conocimiento en la lectura está en responderse una pregunta. Esta pregunta puede ser extremadamente personal tal vez, y se busque hallar en lo que otros dicen, siquiera, una tentativa de respuesta. Se le da mucha importancia a la lectura, y sin duda no es inútil, pero muy poca al para qué de la lectura. Quién genera la curiosidad en la persona a querer saber ¿Es esto enseñable? Pues creo que sí. Debemos educar a personas no sólo críticas, sino que sean capaces de acumular la información, pero que además tenga el gusto de hacerlo. El gusto se desarrolla en tanto que esta práctica les retribuya algo, en este caso el responderse una pregunta. Se tienen que formar personas curiosas, que encuentren en el conocimiento algo útil y no que deban aprender por medio de la coacción de un profesor, no personas que deban aprender por que sí, sino que aprendan porque lo deseen, ello podrá generar que la gente acumule más conocimiento sin dudas. Es la curiosidad y el disfrute del aprendizaje, sumado al desarrollo de la criticidad lo que realmente permitirá que alguien sea culto. El que alguien lea o no lea no lo hace realmente culto, esa es una mirada somera y superficial, es el desarrollo de las anteriores habilidades lo que lo permitirá. Además, para la inteligencia es sólo necesario el desarrollo de la criticidad y curiosidad, sumado a un bagaje de cualquier tamaño de conocimientos previos; pero si se es además culto, la inteligencia se puede potenciar al tener un mayor bagaje de conocimientos previos.

He presentado de cierta manera la razón por la cuál creo que la lectura no te hace ser más culto o inteligente. Dije al iniciar que la lectura es una fantástica posibilidad de expansión del “ser culto” y de la inteligencia y lo sostengo aún, es una forma de potenciar ambas cualidades. La lectura es un muy buen medio, tal vez el mejor eso quedará a examinar, de acumular conocimientos, no el único por ello. Necesitamos de experiencia previa, de conocimiento, correcto, pero necesitamos haber desarrollado la habilidad crítica, la posibilidad de seleccionar información relevante para respondernos a preguntas. Sobre ello se encuentra algo más importante, debemos enseñar a desarrollar la curiosidad por respondernos y elaborarnos preguntas. Las respuestas que daremos a otras personas, que nos darán el, para algunos, ansiado “caché” de ser cultos, serán basadas en la investigación y en la acumulación de información que hayamos hecho para responder a nuestras propias interrogantes; si alguien no se plantea preguntas, no busca respuesta, entonces no lee, no investiga, ni se hace culto, ni potencia su inteligencia. Sería el tema de un nuevo ensayo el cuestionarnos acerca de la habilidad crítica, de la curiosidad, del deseo de respondernos preguntas. Creo que todo el mundo se hace preguntas, el problema es que no todos se las responden, ni tienen el ánimo de respondérselas. Sólo abro más preguntas con este ensayo, el cómo educar estas habilidades o cualidades son temas a tratar, pero que por no venir al caso no tocaré y además porque mis respuestas son excesivamente torpes o inexistentes para tentar responderlas. No he desafiado, ni he demolido a la lectura, pero espero que no haya sido, por ello, trivial.

Este es un modesto llamado de atención para tomar conciencia de que la lectura no es el fin que debemos alentar, sino que hay raíces para este conflicto que debemos subsanar antes. Debemos preocuparnos por formar más personas inteligentes, más críticas, más curiosas; antes que preocuparnos por ese otro lado, que refiere más al “ser culto”, del acumular conocimiento en gran cantidad, eso será en todo caso un resultado. Podemos encontrar que tal vez, el “ser culto” no es realmente algo primordial en nuestras vidas, que la educación debe ser algo más útil y aplicable. Creo yo firmemente, por ello, que es más importante desarrollar la inteligencia, que será la que nos lleve a enfrentar los problemas que en el devenir de nuestra existencia iremos afrontando. Dejo claro que creo que la lectura debe ser incentivada, pues al tener la costumbre en occidente de registrar tanta información escrita, el no saber leer es complicarle a la gente las cosas y su curiosidad puede tener más límites para ser satisfecha, debemos educar, entonces, personas que manejen esa técnica y que lo hagan bien. Esto, espero, sea también un pequeño llamado a reflexionar sobre nuestra educación, ver si estamos enfocando bien nuestras miras en qué queremos que las nuevas personas aprendan y en cómo educarlas.
JOAN CARAVEDO DURÁN

ENTRA UN CARAVEDO A HEPABIONTA

A partir de ahora, este blog, remedo de nadas, asqueado de todo y etílizado profundo. Se enorgullece, se ufana de contar con la participación de Joan Caravedo Durán, estudiante de filosofía de "la Cato" o sea la Pontificia Univ... blabla bla. Eterno compañero nocturno, pensador agudo y sobre todo un lujo de la palabra "amistad". Bienvenido a esta Hepabionta.

sábado, 14 de marzo de 2009

EL HOMBRE QUE SÍ SUPO SER DIOS: VALLEJO

El hombre más triste del Perú nació según la Wikipedia un 16 de Marzo de 1892 en Santiago de Chuco y según otras fuentes, lo hacen llorar por primera vez el 9 de Octubre de 1891 y otro el 6 de Junio de 1893. Fecha esta última en la que se celebraba su cumpleaños en París, según se esposa Georgette. Pero hay otra fuente interesante que lo sitúa un domingo de Ramos, es decir un 10 de Abril de 1892. En fin, ni Vallejo sabía con certeza cuándo nació o quizás prefirió no saberlo, o callárselo y fingir no existir. Lo que sí sabemos es que dejó de sudar ese dolor indomable, que dejó de pasear por parís su sombra más muerta que viva, que dejó de mojarse con ese aguacero parisino un 15 de Abril de 1935. Son cuarenta y tres años de vida de los cuales muchos de ellos fueron entregados a la poesía y al dolor humano por comprender su especie.

Y Vallejo no fue lo que muchos creen en la actualidad, o sea un poeta reconocido, querido y admirado. Nada más lejano a eso, Vallejo fue en su época una mentada de madre para la poesía peruana, un asqueado de insolencia, un verdugo de la pureza de la letra peruana, un “atrevido”. Fue la víctima del conservadurismo limeño de la época, de la pluma inflamada de un crítico y cuentista peruano llamado Clemente Palma quien tildó de “mamarracho” el poema El poeta a su Amada. En contraste con esto obtiene la admiración del intelectual más importante para su generación, Manuel Gonzáles Prada, por medio de Víctor Raúl Haya de la Torre, según datos del libro de Hildebrandt Cambio de Palabras.

Vallejo viajó a Francia- París huyendo de una acusación de asesinato cuando el verdadero asesino era la vida misma. París era la capital de la cultura y la inteligencia, el pañuelo blanco y café de la de la intelectualidad, los bares y el humo de la bohemia y sus fantasmas. París le supo dar un lápiz y un papel, pero también le dio hambre y un cuartito lúgubre en donde vivir, con la noche más oscura y más revolución francesa, que guillotina y terror de hombre tuvo que experimentar. Viajó a Rusia y a España en donde apartó el cáliz de la muerte, mas no su olor putrefacto, ese de miseria y llanto. Retornó de muchos lugares y probablemente murió en todos ellos. Escribía adelgazando cada vez más las palabras más humanas, con un lápiz diminuto pidiéndole piedad a la punta minúscula, aquella su única arma, la más inmortal. Vallejo murió, entendió al hombre y por eso sufrió. Vallejo sí supo ser Dios.

jueves, 12 de marzo de 2009

EL BLUES DE MI TARDE



A veces extraño mucho la música de antes, de cuando era niño. A veces me siento muy solo, otras veces me siento como perdido, como ahora. Pero no se equivoquen, no estoy en crisis, es sólo que estoy escuchando un blues como loco, como enfermizo melómano que no soy, pero qué blues chicos. Estoy incoherente, no hay sintaxis en estas palabras, ni siquiera el deseo de decir algo. Ni melancolía, ni esfuerzo por escribir bien y decente. No hay correcciones estilísticas, es por eso que no verán aquí nada agradable ni arañazos de vanguardia. Soy, chicos, un hombre escuchando un blues como única arma en el mundo y salgo en busca del cigarro y su pólvora maldita, que malditos somos ambos, que malditos somos todos.

lunes, 9 de marzo de 2009

EL DÍA QUE ME SENTÍ UN ESCRITOR EN BARRANCO


La imagen que tengo en mi mente, la de ese futuro que a veces me esfuerzo por atrapar, es la del escritor encerrado en sus temores y sus miserias. Es ambivalente (y claro, también narcisista el pensar en mí como un escritor) pues le atribuyo a esa imagen un entorno burgués, calmado y con una biblioteca enorme, llena de libros de los cuales leeré sólo la mitad y con un bar del cual me bebería todo. Por otra parte me imagino de igual manera la imagen del escritor envuelto en su miseria y sufriendo hambre cada noche y escribiendo sobre el tormento de sus fantasmas hasta convertirme en un recuerdo de quien pudo ser y que se fue a los cuarenta y seis. Pero creo que prefiero emborracharme “burguesmente” y seguir pensando “izquierdistamente”.

Ése es mi plan, mi proyecto oscuro y limosnero, el cual me define en la actualidad como “al joven que se le están pasando lo años de ser joven y que ya debe empezar a generar ingresos en la familia en vez de egresos”. Y con el perdón de mi familia, parece que yo sólo sé generar egresos, pero con “fina estampa”, y con esa misma “fina estampa” me encontraba echado sobre mi cama, pidiendo limosnas a la mente y tarareando La Foule de Edith Piaf, cuando me sentí más humanamente insoportable que nunca y quise destruir cuanto objeto estuviera cerca a mí y el objeto que pagó con creces mi virulencia de “joven al que se le están pasando los años de ser joven” fue un librito solitario de la muy querida Virginia Woolf , escritora tan genial como triste, a quien admiro por su literatura y porque se suicidó “muchas veces”, pero hubo una en especial en la que se murió. Una vez resucitado el libro, mas no la escritora, salí de mi casa rumbo a Barranco ¿Por qué? No lo sé, simplemente sentí que era el único distrito que era capaz de entenderme en ese momento, que me dejaría sentarme solito en una banca sin reclamarme nada. Y así fue que Barranco y yo fuimos socios de la soledad y la melancolía más alegre de la vida.

Me bajé a una cuadra del parque principal, fui caminando y existiendo por existir en cada calle, con cada antojo, “una hamburguesa, un jugo surtido, un cigarrillo, una cerveza, un buen ron…una enamorada”. Hasta que llegué al parque principal y sin casi haber sudado por el maldito verano. Quise leer ahí pero no pude, estaba inquieto y quería ver cosas y hasta que me vieran, así que decidí seguir caminando hasta llegar al Puente de los Suspiros y madre mía ¡Cuantos bares y yo sin dinero! Seguí caminando rumbo al mirador, ese que tiene un pequeño pozo para pedir nuestros deseos imposibles, iba apoyando mi mano sobre la madera vieja y de paso pidiendo mis deseos imposibles, y observando el mar, rojo amarillo y anaranjado, pero sobre todo: inmensamente solo.

Observando el mar solo se me vino a la mente nuevamente Virginia Woolf y la vi suicidándose en aquel mar barranquino, que debe ser mejor que el río Ouse, asumo yo, con toda la irresponsabilidad del mundo. Se me vino a la mente también, que si algún día me convierto en escritor, me gustaría ser de aquellos que fuman como diciendo: Welcome to my cáncer. Tengo esa obsesión por los vicios que no practico, tampoco bebo café, y hasta ahora no me he embriagado por amor en un bar. Pero he llorado ¡Ah, eso sí que lo he hecho!

Dije que Barranco y yo fuimos socios de la soledad y melancolía más alegre de la vida y no sabría explicar por qué, pero basta mencionar algunas cosas, como que estaba más humanamente insoportable que nunca, y que Barranco jamás le pide explicación alguna al solitario, que este distrito abrazó con ternura a Eguren y a Martín Adán, o más bien abrazó con locura sus “locuras” y…Barranco déjame ser un poco escritor y un poco loco en tus plazas… que el mar estaba tan inmensamente solo, lo que legitimaba a uno a sentirse con todo el derecho del mundo marino el hombre más solo del mundo. Y dónde está la alegría me pregunto, y la verdad es que no sabría cómo explicarlo, pues ni cigarrillo tuve ese momento en donde apoyado sobre las maderas viejas del mirador escuchaba a todas las parejas que habitan el lugar compartiendo espacio con el hombre más solo del mundo… ¿Y si volviera a tener enamorada? Pero a veces no quiero, porque a veces la recuerdo y porque a veces existo mal...Y quise ser curioso y escuchar lo que hablaba cada pareja, pero algunas hablaban en francés, otras en italiano, en inglés y otras un español tan mal hablado como el mío…y es que aún no estoy listo, y es que ella fue…y claro no entendí nada, menos de los que hablaban en español, pero el mar, el mar sí lo entendía y de pronto quise ser pescador y no escritor y de pronto anocheció y todos los postes existieron y Barranco envejeció más, pero con “fina estampa” y los bares y yo sin dinero.

Bueno, y la alegría ¿Dónde demonios está la alegría? Haciendo pequeño análisis puedo argumentar lo siguiente: Que la felicidad existió esa noche sólo porque yo quise que existiera. Permanecí casi dos horas parado en el mirador, pensando en cómo se habría suicidado Virginia Woolf si hubiera sido en Barranco, pensando si aquel perrito que andaba por ahí no sentía miedo de caerse al “barranco”, muerto de ganas por escuchar un tango, tratando de adivinar en cuál de todas esas casas vive el escultor Víctor Delfín, con ganas de fumarme un cigarrillo y sentirme más escritor que nunca, recordándola con cariño y queriendo darle un beso en la frente y ser alguna vez un buen amigo para ella…que ella es, que ella fue, que ella aún es…queriendo tener cuarenta años y una billetera decente y no generar más egresos a mi familia.

En fin, como se lo imaginan decidí que debía retirarme ya de ese lugar antes de darle espacio completo a la nostalgia y dejar a mis emociones en ese perfecto pacto de soledad, melancolía y felicidad. Fui a la biblioteca municipal, sintiéndome todo un escritor, queriendo buscar una biografía decente sobre Martín Adán, que aparte de saber que se llamó Rafael de la Fuente Benavides, y que vivió en un hospital psiquiátrico y que escribió La Casa de Cartón no sé nada más, pero el bibliotecario, al preguntarle por Martín Adán, me respondió: ¿Y qué ha escrito ese señor? Pero fue tan amable conmigo que jamás se lo reproché y hasta me regaló dos libros, que me los leí en una banquita del parque principal, sintiéndome por primare vez un escritor en Barranco, quizás por la soledad alegre, por la melancolía, por la juventud que me huye, por la enamorada que no consigo olvidar, por los litros de veneno fino que me bebo cada noche entre amigos, “los más solitarios del mundo”, por esa paz amante que en ocasiones se acuesta conmigo, quizás nuevamente por la enamorada a quien no olvido, la que me ha hecho “escritor” y ser feliz y que es mi amiga y de la cual yo seré su amigo, con todo el cariño y agradecimiento del mundo, o quizás simplemente porque Barranco es muy comprensivo con los solitarios que sabemos disfrutar de buena compañía, de buena música, de un buen librito y un buen trago un domingo a las dos de la madrugada, momento en el cual finalizo estas palabras.