domingo, 23 de noviembre de 2008

MI PRIMER DIAZEPAN


Lennon, Lennon, dear Lennon, Love, qué linda canción, qué maestro ¿cómo hay tanta magia en ti? Te habla un músico frustrado, un poeta frustrado, un narrador frustrado, ¿sigo? Un eterno intento, en fin, que el autoestima no es uno de mis dones, en fin, que tú eres Lennon, en fin, que tú estas muerto, siempre llevando la delantera hijo de puta, delantera a la que habrá que ponerle un empate ¿no? Ya habrá tiempo, ya habrá tiempo, el suicidio planificado es algo, creo ya, superado (por lo menos el consciente) Así que Lennon en otra oportunidad será que nos podamos conocer en ese otro mundo, porque hay que admitirlo a todos nos gusta pensar que hay más vida después de la vida y uno de mis deseos recogidos desde la infancia es conocer a los personajes de la América prehispánica, conocer a los que edificaron Machupicchu, también conocer a Hesse, a Nietzsche, Cortazar, Hendrix, a tantos y claro a Lennon…

La vida después de la muerte es pues un proyecto de investigación harto ambicioso, una empresa mortal y yo no estoy tan harto de la vida como para emprenderla y desprendérmela. Pero hay tantos cosquilleos en el alma, en mi garganta, y esa pastilla al lado de la cama que no deja de observarme, son tres en total, dos vasallos inofensivos y sobre esos dos está la reina peligrosa envuelta en plástico transparente con sus contraindicaciones en la parte trasera, no exceder tal numero de pastillas al día, tomar bajo indicaciones de su medico.

Las patillas eran de mi tía y de mi abuelo, respectivamente, dos apronax y un diazepan para ser más exactos. Yo me encontraba enfrentando un fuerte resfrío, una ruptura de uña y varias semanas sin poder dormir(tranquilo); duramente rozando las cinco de la madrugada mis ojos se cerraban, casi, casi raspando con el viento el canto de los pájaros. No se puede estar más tiempo así, que duele el color gris de mis ojeras y el espanto de mi vestidura negra aqueja a mi piel unas horas dignas de sueño.

Con la excusa de mi dolor de uña (se me había quebrado) y de mi resfriado atroz pude conseguir esas tres joyas redondas que se disolverían en mi lengua. Apronax para aliviar mi dolor y un diazepan para poder dormir tranquilo, por si es que el apronax no funcionase con el dolor, a esto le agregué cuatro pastillas de panadol antigripal, seis caramelos medicinales para aliviar la irritación de garganta que tenía y dos dayflu, todo esto en un lapso de seis horas aproximadamente, durante la tarde. Así que fui totalmente dopado a la universidad donde estudio, vestido con un pantalón negro de corduroy , unas zapatillas DC de modelo anacrónico, un polo blanco, un pulóver gris, una chompa delgada, una casaca gruesa, también de corduroy, una chalina gruesa alrededor de mi cuello, enrollada en dos vueltas, un gorrito de lana sobre mi cabeza y con ganas de buscar más pastillas, pues había la necesidad de querer dormir, tan si quiera una noche, en paz, tranquilo, sin una lagrima descendiendo sobre mis ojos.

Todas esas pastillas de panadol no lograron curarme mi resfrío y tan solo me dieron un sueño estéril, bostezos y brazos que se estiraban, toda la faena y sin quedar dormido. De regreso a mi casa me pongo mi pijama blanca de franela que perteneció a mi abuelo, mi tía me prepara una limonada caliente, sacada de los mismos volcanes que narraba Julio Verne en su Viaje al Centro de la Tierra, salía humo por todos lados de mi termo. Ya recostado sobre mi cama y envuelto con tantas colchas sobre mi cuerpo intento descansar en paz, enciendo mi televisor e intento relajarme, pero nada funciona, aún me sentía inquieto, apago las luces de mi habitación y me abrigo más tratando de arrullarme en el silencio de la noche, pero nada funciona en mi cuerpo, mis parpados son ingobernables, autócratas malditos. Son las doce de la noche y decido de una vez por todas agregarle más pastillas a mi organismo, agarro las dos pastillas de apronax de mi mesita de noche, hecha de mármol, las ingiero rápidamente, acto seguido, como guiado por una mano celestial, cojo la pastilla de diazepan, la libero de su envoltura, la observo detenidamente, hacía mucho tiempo que quería probarla, la introduzco en mi boca, bajo mi lengua y la dejo deshacerse durante unos segundos, cierro los ojos y la ingiero completamente.

Di muchas vueltas en mi cama esa noche, esperando algún resultado, algún pestañeo, algo, una señal de que se avecinara el sueño tranquilo, el letargo que desde hace noches no se acuesta conmigo, intento masturbarme a ver si es cierto que te relaja, pero no hay nada de erótico en un cuerpo resfriado y hace mucho tiempo que un ritmo asexual me gobierna, incluyendo a mi mano.

Son la dos y media de la madrugada y tengo miedo de tener que esperar nuevamente hasta las cinco para poder dormir, con todas esas imágenes lacerantes, con todo ese interrogatorio nocturno y todo ese éxodo de mierda entre mis pestañas y mis cejas.

Después de más de nueve meses consigo dormir a duras penas a las tres de la mañana, lo más temprano que he conseguido hasta el momento. Lennon, dear Lennon, Love, todo fue en vano, tuve pesadillas, frío, me desperté como quien se odia a sí mismo. Eran las cinco de la mañana y avanzaban los minutos, sin poder dormir nuevamente.

Mi tía, preocupada, intenta hablar conmigo, pero es inútil, no puedo decirle que todo este mal no tiene razón de ser, propiamente dicho, ni siquiera consigo recordar qué pesadilla fue la que soñé, no hay respuestas para mi tía ni para mí tampoco. Amanece completamente, algunos rayos de luz trepan por mi ventana, un poco de barba ha crecido en mi imberbe piel, intento recordar qué es lo que he soñado, lo que me hizo llorar, hago un poco de ejercicios, me ducho, entro nuevamente a mi habitación, abro la puerta de mi ropero, dispuesto a buscar la ropa triste que vestiré este día, cojo una casaca al azar y se caen unos pantalones de jean que creo reconocer, estaban sucios y ajados.

La noche que terminamos, regresé temblando de frío, sin hambre, tan solo esperando llegar a mi casa para refugiarme en mi habitación y desvestirme de la madurez con la que tú creías que había tomado la situación.

Lloré, lloré toda la noche y no pude dormir sino hasta las cinco a.m., siempre es así, aunque intente fingir que no se cual es la razón, intenté borrar todas tus cosas, devolverte las que podía, otras simplemente desaparecerlas, pero nunca pude deshacerme de ese pantalón jean tuyo. Se quedó conmigo después del tiempo que convivimos en aquella casa en Chorrillos, nunca pude devolvértelo, y hasta ahora no me atrevo, te juro he borrado toda huella de ti, tus fotos, tus mensajes, tus correos, tus números telefónicos, aunque bueno, aún conservo una novela que me prestaste para que la leyera mi primo de solo once años y un libro de poesía que me obsequiaste a la salida de mi instituto de inglés.
Fuera de eso he borrado toda huella tuya, excepto ese pantalón sucio y ajado en mi ropero que francamente no me atrevo a tocar, que se resguarda silencioso entre mi ropa, finge no conocerme y yo finjo no conocerlo, así como finjo no recordar el sueño que tuve, gracias al primer diazepan y todas las demás pastillas dentro de mí que fingen que yo no existo.

domingo, 9 de noviembre de 2008

HOY DUELE


Hoy que todo me duele
Desde atrás de mi rostro
Hasta el diente que se muestra
Duele debajo de la suela
Tantas veces como un todo
Duele mi noche
Vivencias de aire ralo
Duele el invierno, las autopistas
Me duelen los libros, mi hombre
Ayer que dolía más
Y hoy más aun
Desde las uñas de mis pies
Hasta la baba de mi pelo negro
Duele más aquí
En donde quiero que duela
En el pijama, en la almohada
En la música en todos los sitios
Me duelen también los otros
Los míos
Sus balas, sus agujeros
Me duele el padre, la madre
Y a ti qué te digo que te he amado
Me duele la metáfora, tu madrugada
Me espantan tus calles, tus avenidas, tus esquinas
Tus mejillas, tu parpado, tu lengua
Me calienta tu roce, tu piel
Tu lunar, tu desnudez, tu ventana
Tu sudor
Me duelen las hojas secas del otoño
Me moja la lluvia del cielo ateo
Me duele la risa la felicidad
Hoy me duele todo

sábado, 1 de noviembre de 2008

Si Dios fuera una mujer


¿Y si Dios fuera mujer?
pregunta Juan sin inmutarse,
vaya, vaya si Dios fuera mujer
es posible que agnósticos y ateos
no dijéramos no con la cabeza
y dijéramos sí con las entrañas.
Tal vez nos acercáramos a su divina desnudez
para besar sus pies no de bronce,
su pubis no de piedra,
sus pechos no de mármol,
sus labios no de yeso.
Si Dios fuera mujer la abrazaríamos
para arrancarla de su lontananza
y no habría que jurar
hasta que la muerte nos separe
ya que sería inmortal por antonomasia
y en vez de transmitirnos SIDA o pánico
nos contagiaría su inmortalidad.
Si Dios fuera mujer no se instalaría
lejana en el reino de los cielos,
sino que nos aguardaría en el zaguán del infierno,
con sus brazos no cerrados,
su rosa no de plástico
y su amor no de ángeles.
Ay Dios mío, Dios mío
si hasta siempre y desde siempre
fueras una mujer qué lindo escándalo sería,
qué venturosa, espléndida, imposible,
prodigiosa blasfemia.
Mario Benedetti