miércoles, 25 de noviembre de 2009

CÓMO PERDER A UNA AMIGA

Quiero celebrar por el quizás que perdí y me abofeteó, por la nueva oportunidad de entristecerme por alguien que no se llame Raiza.
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Las noticias queman, hay mucho que se debe decir, “debe(r)” es una de las palabras que más odio junto con “hasta aquí nomás”, “pero” y “no vuelvas a…”. Dejo en claro que estoy omitiendo varias más y sobre todo una genial que me dijeron alguna vez: “yo no te amé pero te quise, lo intenté, pero te amo como amigo”. Bueno, no es algo textual pero el asunto va por ahí, en fin que las noticias están que arden con el asunto bochornoso del espía del recontra espionaje, la Universidad Alas Peruanas que parece un albergue de políticos, las maniobras surrealistas de Nakasaki por intentar sacar a Fujimori de presión, el noticiado fiasco de Francis Allison por explicar el por qué de esos billetitos de más…pero para ser honestos con la mentira, para ser sincero con la esquina de mi lengua, para cumplir con las ganas de, debo decir que no tengo ganas de hablar sobre aquello, que mis fantasmagóricos lectores me lo perdonen, pero la verdad es que sólo tengo ganas de dar algunas pautas, algunos consejos caseros sobre cómo hacer para perder una amiga:

PASO NÚMERO 1:
Antes de conocerla ya te parece atractiva.

PASO NÚMERO 2:
Se convierte en la enamorada de tu amigo.

PASO NÚMERO 3:
Se convierte en tu amiga.

PASO NÚMERO 4:
Te sigue pareciendo atractiva tanto física como intelectualmente, pero sólo la ves como amiga (bien por ti).

PASO NÚMERO 5:
Termina la relación con tu amigo definitivamente después de muchas peleas.

PASO NÚMERO 5:
Tú también terminas con tu enamorada, a la que amaste bien, o sea mal y terminas muerto en vida por un buen tiempo.

PASO NÚMERO 6:
Detestas mucho a un sujeto que ni conoces, pero realmente sabes que nació para que lo detestes.

PASO NÚMERO 7:
Descubres que estás empezando a superar las tinieblas en que te dejó tu ex enamorada al descubrir que te vuelve a parecer atractiva tu amiga (siempre te pareció atractiva, eso no tiene nada malo, pero agrégale que ahora la pasas mejor con ella y te encariñas con ella).

PASO NÚMERO 8:
El sujeto que detestas con todo tu instinto asesino termina convirtiéndose en el enamorado de tu amiga.

PASO NÚMERO 9:
Siempre le vas a recriminar que ella está para algo mejor (algo de pura amistad, a parte del hecho de que detestas al sujeto).

PASO NÚMERO 10:
Beber cerveza con ella y descubrir un lado muy tierno y coqueto de su parte que nunca antes habías visto.

PASO NÚMERO 11:
Este en realidad es una constante durante toda tu relación amical con ella desde que inició la relación con aquel sujeto detestable, que es joderla a cada momento con epítetos exactos para describir al mamarracho que tiene por enamorado.

PASO NÚMERO 12:
Aún no lo sé cómo con exactitud, pero caminar hacia un local donde realizan fotocopias, encontrarse en el camino al enamorado detestable, llegar al local de fotocopias, encontrarte a tu amiga y decirle: Oye, creo que vi a tu simulacro amoroso por ahí.


Una vez dicho esto y contra todo pronóstico recibirás una increíble cachetada que posiblemente ponga fin a cuatro años de sísmica amistad. Ante todo esto no te queda más que celebrar que Sabina ya tiene nuevo disco, que ya se acaba la universidad, y que existe este magnífico blues: Desconfío.




viernes, 6 de noviembre de 2009

PEQUEÑA HISTORIA DE UN EDIFICIO

El centro de Lima parece estar empecinado en querer ganarle la guerra a la vejes y al olvido. Ha sido testigo de cambios importantes y sus edificios son fotografías de cemento que duermen a la espera de nuevos bríos. Hace apenas cincuenta años era el centro vital de la élite más poderosa de las familias peruanas, cómo no recordar aquellos pasajes inmortales de Un Mundo Para Julius, en cuyas hojas se leía las bondades culinarias del Gran Hotel Bolívar, ubicado al frente de la Plaza San Martín, en sus alrededores habitan una serie de edificaciones de similar estética, sin omitir al imponente Club Nacional, todos aquellos, rostros de un pasado aristocrático que duerme. Es decir, todos estos edificios guardan un guión en sí, que es contar la historia de lo que fue, es y quién sabe si será. Si fueron testigo y sostén de una época que se fue, ahora son cómplices de un presente que baila desnudo a un sol la noche.
A unos cuantos metros de la Plaza San Martín, en la esquina del Jirón Tacna con Nicolás de Piérola, se encuentra el edificio que fuera en su momento de la Compañía de Seguros La Popular, de propiedad de la familia Prado. Consta de tres pisos, con techos elevados, grandes ventanales cubren toda su fachada, la parte superior de su estructura luce dañada por el paso de los años, como si una bofetada de tiempo le hubiera robado su elegancia, su aspecto luce ahora lóbrego y más como una película de Tim Burton, pero con cierta sexualidad a lo Almodóvar. Pues aquel espacio, insultado por los años, luce muy distinto a la foto que aparece en mi libro El Imperio Prado: 1890-1970 de Felipe Portocarrero, provoca cierta nostalgia y morbo a la vez. Recuerdo cuando vi la foto en mi libro la primera vez, creía reconocerlo a lo lejos, sabía que de alguna manera aquella edificación se me hacía familiar, como si formara parte de mí ya hacía buen tiempo. Mi pregunta rondó semanas, hasta que un día, al visitar el Centro De lima, bajo exactamente en aquella dirección que nombré hace un momento, es decir, en la esquina del Jirón Tacna con Nicolás de Piérola. Lo había visto infinidad de veces, pero definitivamente uno jamás encuentra lo que no está buscando, por lo que decidí buscarlo y hallé mi respuesta, mi deseo hecho ruina.
Resulta difícil explicar aquella fascinación por las construcciones viejas, es como otorgarles el papel de vieja chismosa, de las que no mienten y guardan más de un secreto. Efectivamente, aquel edificio guarda aún mil secretos para mí. De día aparenta una muerte histórica, un olvido arquitectónico, pero de noche, al encenderse las luces de la ciudad, y al salir las putas de las prendas más cortas, el edificio parece recobrar vida, parece haberse quitado las faldas y en lugar de ellas colocarse unas tangas y tacones. Es una barra, termino que se utiliza para denominar a los night clubs o centros nocturnos, donde la gente adulta (aunque también acuden menores de edad) especialmente público masculino, acude para presenciar shows de streptease. Hay dos en total y en medio de ellas hay un chifa.
Intenté durante el día acercarme al dueño del chifa para poder obtener alguna información sobre cómo accedieron a este local, a quién acudieron para hacer el contrato, pero los horarios de esta mano transeúnte no encontraron un momento preciso para satisfacer la duda. Además el verdadero interés estaba en la noche, en saber quiénes habitaban dicho lugar, cómo se preservan sus estructuran internas o en todo caso, cuánto se ha alterado su imagen original.
Es a partir de las seis de la tarde que las luces del Centro comienzan rebelarse ante la noche, devorando los pedazos de tiniebla que la luna no alcanza a exterminar. Es hora en que las barras comienzan a abrir sus puertas, que se inicia el aseo interno y los hombres encargados de atraer público salen a la calle, se paran frente a sus puertas y comienzan a promocionar los shows: A sol la barra, a sol. La discreción parece un juego de absurdos, todos son invisibles alrededor, no importa que sea un precoz adolescente o un anciano con máscara de inocencia, a las barras parece entrar cualquiera. Pago el sol correspondiente e ingreso al local, a confirmar por fin, de una vez por todas, aquella imagen que en mi mente no me dejaba en paz desde aquella foto en mi libro... Nada es como me lo imaginaba, no son ruinas, parada nada, se trata de una transformación de alma, de muros y espacios. Lo primero que se percibe es la oscuridad erótica y comercial del ambiente, a la derecha de la entrada se encuentra el bar, solo observo cervezas y algunos whiskies, un solo barman, en las bancas que acompañan al bar hay cuatro mujeres en tangas, semidesnudas, hablando, riendo, coqueteándose entre ellas, más allá se encuentra otra, la única con compañía masculina, viste unos tacos de color negro, así como su minifalda y su brasier. Está sentada sobre su pierna derecha, mientras la otra se mece acompasadamente de una música indescifrable. Dos hombres la acompañan, le ofrecen cerveza, ella les coquetea y bebe, sin acabar nunca su vaso, parece saber que quienes deben embriagarse son ellos y no ella.
Más allá, en donde yo pienso debía de ser el salón principal de la antigua compañía, se encuentra el escenario, con un tubo metálico en el medio y espejos alrededor que ofrecen una visión hacia ambos lados del espacio, derecha e izquierda, su función es que nadie se pierda del acto, del baile, del metodismo del desnudo. Sigo caminado, trato de observar discretamente, para que todos existan menos yo, el humo del lugar resulta por momentos asfixiante pero a la vez me mimetiza con el entorno, a mi izquierda hay habitaciones especiales, para los shows privados, 30 o 50 soles, según el tiempo y el tipo de trato que quieras recibir de alguna de las chicas. Definitivamente todo ha cambiado, excepto los techos, no hay forma intimidarlos y atreverse a cambiarlos, su altura es inmarcesible, aún se observa la madera vieja que recorre todo el espacio intocable de sus alturas. Sin embargo no puedo resignarme a los techos, sé que la búsqueda por pedazos que se hayan negado al cambio debe existir por algún lado. Es por eso que sigo caminando, esta vez hacia los baños, que se encuentran atrás del escenario, siguiendo un pequeño pasadizo, que de paso se comunica con el camerino de las bailarinas. Siguiendo por ese camino se llega hasta un punto en donde no queda más que doblar hacia la derecha, lo que a la vez termina con una puerta metálica que comunica con otra parte del edificio, una sección que no ha sido afectada por el cambio, evolución o involución, todo alrededor es madera, vidrios sucios, empolvados, paredes blancas o cremas, lo que quiera que la visión nocturna pueda acreditar. De pronto un guardia del lugar me toma por sorpresa y me pregunta qué hago en ese lugar, yo trato de decirle que estoy en búsqueda de un local para alquilar, él pregunta para qué, yo dudo, titubeo y al final respondo:
-Para un restaurante puede ser.
Él hombre me dice que no, que tendría que hablar con el dueño, pero que en este momento se encuentra de viaje y no hay cómo contactarlo. Yo quiero preguntarle ¿Usted sabe que esto fue antes el edificio de la Compañía de Seguros La Popular de la familia Prado, que de alguna manera representaba el sostén económico de una época que se fue? Pero callé, mi presencia no era bien recibida en ese lugar, digo adiós a la puerta metálica que amuralla mil preguntas sobre su pasado y su incierto futuro. Me retiro, quiero preguntarles a las chicas si saben dónde están trabajando, si saben qué fue este lugar, pero el show debe continuar y opto por retirarme a buscar otros edificios en mi pequeña biblioteca.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

LEVI-STRAUSS 100 AÑOS






Veronique Mortaigne








Revista Ñ
Con ocasión del fallecimiento del gran antropólogo francés, rescatamos esta entrevista de marzo de 2005.
Referente para varias generaciones de intelectuales, ya próximo a cumplir un siglo, Claude Lévi-Strauss repasa aquí los años que pasó en Brasil, cuando realizó los estudios etnográficos que marcaron el rumbo de la antropología estructural. En la charla aparecen el impacto colosal de la "selva virgen" y de la formación urbana, así como los cambios que sufrió nuestra relación con los pueblos "primitivos", con sus ritos y su cultura.
¿Es posible quedar marcado físicamente y para siempre por un país?
Sin duda. Cuando yo fui a Brasil, en 1935, para enseñar sociología en la Universidad de San Pablo, mi primer impacto fue la naturaleza, tal como todavía era posible contemplarla sobre las pendientes de la Serra do Mar, entre San Pablo y el puerto de Santos. Allí existía un desnivel de 800 metros tan abrupto que la civilización había desdeñado el lugar en beneficio de la selva virgen. Al desembarcar en Santos se tenía un contacto breve pero inmediato con lo que el Brasil del interior, a miles de kilómetros de allí, todavía podía reservar. En el interior me encontré de nuevo con una naturaleza absolutamente distinta de la que había conocido... Pero hay otra dimensión a la que no siempre se le presta atención y que para mí fue fundamental: el fenómeno urbano. En 1935 decían que se construía una casa por hora en San Pablo. Había una compañía británica que abría los territorios al oeste del Estado y construía una línea de ferrocarril y urbanizaba una ciudad cada quince kilómetros. En esa época, uno de los grandes privilegios de Brasil era poder asistir, de manera casi experimental, a la formación de ese fantástico fenómeno humano que es una ciudad.
¿Toda ciudad?
En nuestro país, la ciudad es a veces sin duda el resultado de una decisión del Estado, pero sobre todo de millones de pequeñas iniciativas individuales tomadas a lo largo de los siglos. En el Brasil de los años 30 se podía observar cómo se producía todo el proceso en unos años. Como yo ejercía la etnografía, los indios fueron para mí esenciales, pero esa experiencia urbana ocupó un lugar muy importante, y los dos Brasil coexistían. Novelistas como Euclides da Cunha —autor del clásico Os SertÉes — describieron magníficamente a ese Brasil. También conocí muy bien a Mario de Andrade: musicólogo, poeta, fundador de la Sociedad de etnografía y folklore de Brasil. Fuimos muy amigos.
De Andrade había imaginado con mucho humor, en su novela "Macunaima", a un indio de Amazonas mentiroso y haragán, convertido por su matrimonio en emperador de la selva virgen, que terminaba recalando en San Pablo para recuperar un amuleto antes de ser transformado en constelación: la Osa Mayor. Ese espíritu indígena, ese vínculo entre ciudad, selva y mito, ¿perdura? ¿Siguió su rastro?
Sigo la evolución de los indígenas que había estudiado a través del pensamiento, y gracias a mis colegas mucho más jóvenes, sobre todo de la universidad de Cuiaba, en el Mato Grosso, que trabajan con los Nambikwaras. Me escriben, me envían sus trabajos. Esos pueblos han soportado pruebas terribles: han sido casi exterminados. Pero lo que se produce actualmente es de sumo interés. Estos pueblos se han puesto en contacto unos con otros. Saben ahora lo que durante mucho tiempo ignoraron: ya no están solos en el universo. En Nueva Zelanda, Australia o Melanesia existe gente que, en épocas diferentes, pasó por las mismas pruebas. Toman consciencia entonces de su posición común en el mundo. Naturalmente, la etnografía ya no será nunca lo que yo pude practicar en mi época, cuando la cuestión era encontrar testimonios de las creencias, de formaciones sociales, de instituciones nacidas en total aislamiento respecto de las nuestras y que constituían por lo tanto aportes irreemplazables al patrimonio de la humanidad. Ahora, estamos, por así decirlo, en un régimen de "compenetración mutua". Vamos hacia una civilización a escala mundial. En la que probablemente aparecerán diferencias —al menos, eso esperemos— pero que ya no serán de igual naturaleza.
La rapidez de desplazamiento, la velocidad de propagación de las culturas, la comunicación, son factores determinantes...
Antes mis colegas y yo nos tomábamos barcos mixtos que después de muchas escalas tardaban diecinueve días en llegar a América del Sur, deteniéndose en las costas españolas, argelinas, africanas. De África, dicho sea de paso, solamente conozco las escalas que hice en los viajes a Brasil ida y vuelta.
¿Qué significa hoy Brasil para usted?
Representa la experiencia más importante de mi vida por el alejamiento, por el contraste, pero también porque determinó mi carrera. Tengo una deuda muy profunda con ese país. Abandoné Brasil a comienzos del año 39 y recién volví brevemente en 1985, cuando acompañé al presidente Mitterrand para una visita de Estado de cinco días. Aunque fue muy corto, ese viaje me produjo una verdadera revolución mental: Brasil se había convertido en un país totalmente distinto. En los 30, San Pablo tenía apenas un millón de habitantes y en 1985, más de diez millones. Los vestigios de la época colonial habían desaparecido. San Pablo se había transformado en una ciudad bastante horrorosa, erizada de rascacielos, a tal punto que cuando quise volver a ver, no la casa donde había vivido —seguramente ya no existía— sino la calle donde había vivido, pasé la mañana bloqueado en embotellamientos sin poder llegar. La urbanización hizo desaparecer su naturaleza; el río Tietè, que fue fundamental en la conquista del interior de Brasil, está moribundo...
Ese relajamiento de los vínculos entre el hombre y la naturaleza ¿no es característico de nuestra época?
Ya en mi tiempo, la naturaleza de San Pablo había cambiado mucho. El vínculo entre el hombre y la naturaleza quizá se haya roto y, al mismo tiempo, se puede comprender que Brasil, desarrollado tan notablemente, tenga respecto de la naturaleza la misma política que Europa en la Edad Media: destruirla para instalar una agricultura.
¿Volvió a ver a sus amigos, los indios Caduveos, Bororos o Nambikwaras, que usted había estudiado?
En 1985, Brasilia era una de las etapas del viaje presidencial. El diario O Estado de Sao Paulo me propuso llevarme a ver a los Bororos, un viaje que me había costado mucho en 1935, pero que, en avión, se podía hacer en unas horas. Subimos una mañana a una avioneta que transportaba solamente tres pasajeros: mi mujer, una colega brasileña y yo. El avión voló sobre los territorios Bororos, pudimos incluso divisar algunas aldeas todavía con su estructura circular, pero cada una tenía ahora una pista de aterrizaje. Y después de sobrevolarlas, el piloto nos dijo: Podría aterrizar, pero las pistas son tan cortas que tal vez no pueda volver a despegar. Renunciamos y regresamos a Brasilia atravesando una tormenta espantosa. Creo que nuestra vida nunca se había visto tan expuesta, ni siquiera en la época de mis expediciones. Llegamos apenas a tiempo para que mi mujer se pusiera un vestido de fiesta y yo un smoking para asistir a la cena de gala ofrecida por el presidente de Brasil a Mitterrand. Todo eso mostraba hasta qué punto había cambiado el país. No volví a ver a los Bororos en carne y hueso, pero sobrevolé el Bermejo, un afluente del Paraguay que me había llevado varios días remontar en piragua, y que ahora está bordeado por una ruta asfaltada.
La fotografía, a la que se ha dedicado con entusiasmo, ¿puede fijar esos mundos perdidos?
Nunca le di mucha importancia a la fotografía. Tomaba fotos porque era necesario, pero siempre con la sensación de que representaba una pérdida de tiempo, una pérdida de atención. Sin embargo, me gustaba mucho y me dediqué a la fotografía en mi adolescencia. Mi padre era pintor y trabajaba mucho con la fotografía. Pero la fotografía era un oficio aparte, por así decirlo. Lo que yo hice es un trabajo de fotógrafo en el grado cero. Publiqué un libro de fotos — Saudades do Brasil , que podría traducirse Nostalgia de Brasil, en 1994— porque a mi alrededor insistieron mucho. El editor eligió un poco menos de 200 clisés entre montones de otros. Durante mi primera expedición a los Bororos había llevado una pequeña cámara portátil y cada tanto oprimía el botón y tomaba algunas imágenes, pero en seguida me hastié porque cuando uno tiene el ojo detrás de un objetivo de cámara no se ve lo que pasa y se comprende menos todavía. Quedaron algunas migajas que en total hacen más o menos una hora de fragmentos de películas. Las encontraron en Brasil, donde yo las había abandonado y las mostraron una vez en el Centro Pompidou. Además, voy a hacerle una confesión: las películas etnológicas me aburren enormemente.
¿Qué pasa con el Museo del Hombre, inaugurado en 1938?
El Museo del Hombre se encamina hacia un nuevo destino. Fue concebido siguiendo una fórmula muy ambiciosa pero que, en mi opinión, ya no responde a las realidades del momento. Su objeto era unir la prehistoria, la antropología física, la etnografía, que tomaron en cada caso caminos divergentes. En el caso de la etnografía, el Museo del Hombre pretendía mostrar cómo vivían aún en 1920 y 1930 los pueblos lejanos que los etnólogos iban a estudiar. Eso ya no responde al presente. Si quisiéramos mostrar cómo vive hoy una población melanesia, desconocida en 1930, habría que poner en la vitrina bolsas de café y autos Toyota junto a algunos utensilios tradicionales. Y sería una imagen mentirosa. La idea general del futuro museo del Quai Branly es recoger todo lo que estas civilizaciones han producido de grande y bello, teniendo en cuenta que son testimonios del pasado. Eso responde bien a la relación que esas civilizaciones pueden y deben mantener con su pasado, y a la que podemos mantener hoy con ellas.
¿Es posible que un objeto sacado de su contexto ritual, comunitario, conserve su sentido?
Una máscara que tiene una función ritual es también una obra de arte. El enfoque estético no me inquieta en absoluto. El Museo del Louvre es ante todo un museo de bellas artes. Tiene, por lo tanto, un espíritu, una función estetizantes. Nunca impidió que la historia o la sociología del arte se desarrollaran, ni que los conservadores de ese museo fueran muy buenos estudiosos. El hecho de suscitar el interés o la emoción del público a través de objetos bellos no me preocupa para nada. La estética es una de las vías que le permitirá descubrir las civilizaciones que los produjeron. Y así algunos se convertirán en historiadores, observadores, estudiosos que se dedicarán a esas civilizaciones.
Usted coleccionó objetos y llegó a comparar los mitos, tema de sus investigaciones, con "objetos muy bellos que no nos cansamos de contemplar". ¿Todavía le encantan?
Siempre he amado los objetos, desde la infancia, el baratillo. En un tiempo, los objetos que llamábamos primitivos eran accesibles a los bolsillos modestos. Con André Breton, por ejemplo, cuando estábamos en Estados Unidos, sabíamos que esos objetos eran tan bellos como los de otras civilizaciones; y que podíamos comprarlos por casi nada. Todos los objetos ahora tienen un precio tan alto que lo único que se puede hacer es mirarlos de lejos sin pensar en tenerlos. Si las condiciones se hubieran mantenido, seguramente seguiría coleccionando. En 1950, tuve problemas personales y a toda costa tenía que comprar un departamento. Tuve que separarme de mi colección. Hoy veo pasar objetos que me pertenecieron. El Quai Branly compró el extremo superior de un tocado de indio de la costa noroeste de Canadá que se encontraba, no sé cómo, en una colección en la provincia. En el Louvre hay una máscara de transformación kwaktiul. También se podrán ver objetos que reuní para el Museo del Hombre durante mis expediciones; sufrieron mucho durante la guerra y luego por las malas condiciones de calefacción. Los tocados de plumas se arruinaron mucho. Las plumas estaban pegadas con resina o cera y en la época que yo traía mis colecciones, pensaban que debía inundar mis cajas con un desinfectante cuyos vapores disuelven esas resinas.
Usted es melómano. Su libro "Mitológicas" arranca con una obertura y cierra con una finale. En "Lo crudo y lo cocido", el primero de los cuatro volúmenes de "Mitológicas", comienza recitando un canto Bororo: la melodía del buscador de pájaros. ¿Analizó su música?
No, para nada, no soy etnomusicólogo; no estudié sus cantos. En algunos casos me impresionaron, en otros me emocionaron. Por otra parte, una de mis primeras emociones fue la de las ceremonias que se desarrollaban cuando conocí a los Bororos. Acompañaban sus cantos con sonajeros que manipulaban con tanto virtuosismo como un director de orquesta su batuta. Hace unos meses recibí la visita de dos indios Bororos que acompañaban a dos investigadores de la universidad de Campo Grande del Mato Grosso, donde ellos mismos enseñan. Quisieron, en mi oficina del Collège de France, por su propia iniciativa, cantar y bailar para mí. Esa es una de las paradojas en las que vivimos: esos colegas Bororos conservaban toda la frescura y autenticidad de una música que yo había escuchado sesenta años antes. Fue muy emocionante. La música es el misterio más grande que enfrentamos. La música popular brasileña de mi tiempo era, además, sumamente sabrosa.
¿Qué diría del futuro?
No me pregunte nada de eso. Estamos en un mundo al que ya no pertenezco. El que conocí y amé tenía 1.500 millones de habitantes. El mundo actual tiene 6 mil millones de humanos. Ya no es el mío. Y el de mañana, poblado por 9 mil millones de hombres y mujeres —aunque se trate de un pico de población, como nos dicen para consolarnos— me impide cualquier predicción...
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Lévi-Strauss
BRUSELAS, 1908 ANTROPOLOGO
Desde "Las estructuras elementales del parentesco" (1949) hasta "Mirar Escuchar Leer" (1993), Claude Lévi- Strauss ha conseguido situarse como figura central de lo que se conoce como antropología estructural, o "estructuralismo" francés, que aún hoy influye en todas las ramas de las humanidades, tanto en su abordaje como en su enfoque temático. Formado en leyes y filosofía en La Sorbona, Levi-Strauss encontró en Jean- Jaques Rousseau la base de su propia obra. La transición de lo animal a lo humano, desde el estado de naturaleza hasta el de cultura, ha sido central en sus estudios antropológicos, que toman como eje las estructuras del parentesco y el mito. Sus primeros estudios etnográficos, realizados en Brasil, entre 1935 y 1939, inspiraron su obra "Tristes trópicos" (1955). En "Mitológicas I-IV" (1964-1973) analiza cientos de mitos indígenas e intenta revelar los sistemas subyacentes. Severa crítica del estructuralismo, la escuela empirista anglosajona ha objetado la imposibilidad que tiene su método de verificar independientemente las estructuras decodificadas.
Fuente: http://www.ddooss.org/articulos/entrevistas/Claude_Levi_Strauss.htm