sábado, 31 de julio de 2010

martes, 27 de julio de 2010

BAJAS TEMPERATURAS




Me abrigo con medias gruesas, de esas de colores circenses. He vuelto a las limonadas calientes, con vapor de limón trepando por mis narices. Siento frío y la verdad no hay nada peor que eso, porque llevo una casaca gruesa, marrón, un polo negro y vetusto. Mis pantalones luchan por controlar el temblor de mis piernas, pero nada surte efecto. Es más, he abandonado mi sutil romance por los jugos de naranja, aquellos que siempre bebo a temperaturas gélidas, tampoco camino descalzo y no abro las persianas de mi habitación por más ventilación que necesite. Fumo cigarrillos, pero hasta mi garganta se resiente con el beso de un pucho caliente.

Nada me abriga, ni mis cuatro almohadas colocadas estratégicamente alrededor de mi cuerpo. Por estas razones he claudicado también en mis intenciones de despertarme temprano y salir a correr, dar unas vueltas al parque en la mañana, mientras los ancianos practican Tai Chi. Simplemente se me hace inhumano, perverso, resulta hasta morboso levantarse temprano con este frío, por eso me despierto a cada hora, en la madrugada, en la mañana, pero no salgo de la cama si no es hasta la una de la tarde. Claro, eso me da dolor de cabeza, cansancio, aspecto de enteco, hurta mis horas, digo -¡Cuánto tiempo desperdiciado!-. Porque por ahí languidecen mis hojas, mis libros viejos esperando ser leídos, esperando la saliva de mis dedos rozar sus orillas. Y esto no se da, porque antes estoy dando vueltas en la cama, retorciéndome, cubriendo mi rostro, mimetizándome con las telas.

También me rehúso a cortarme el cabello, porque esa infamia capilar que tengo también me protege del frío. Porque cuando mi cabello danza y lucha entre sí con el viento sé que hay que abrigarse más, sé que hay que retornar al hogar y no salir sin una casaca más gruesa o simplemente no salir. Pero cuando no salgo me deprimo, y lo peor, me da más frío y se me da por buscar conversaciones viejas en la computadora, fotos viejas, se me da por creerme alguien y agarrar la guitarra arrinconada entre libros que todavía no han sido leídos, se me da por ponerle letra y melodía. Y cuando canto mi voz se apaga, se acanalla, se agrieta y me da por toser. Y cuando toso siento que es por la temperatura, que ha bajado más, que no sólo ha descendido a ocho grados. Eso es mentira, la temperatura no tiene dígitos, la temperatura tiene rostros y verdades, avenidas y vicios, esa es la verdadera temperatura. Y yo no soy un neófito en esta comunidad del encierro, del frío sin dígito. Yo reconozco ese descascarar de las paredes, yo identifico muy bien esa cama arrugada sin arreglar. Todo eso es producto de mi temperatura, de mi propia temperatura, de ese no poderse acomodar teniendo un colchón tan grande y grosero, que te hace recordar que tu cuerpo es prescindible, minúsculo, que tienes cuatro almohadas, porque no tienes nada qué abrazar en las noches, que no duermes, que no duermo.

Mi temperatura es una terapia postergada por el miedo, por el desgano. Mi temperatura desciende, se acoraza y tose. Yo sé que no importa el lugar, esto es simplemente algo endémico, casi siamés, mi frío y yo, tu ausencia y yo. Lo bueno, casi un perdón del clima, es que ahora tengo una verdadera excusa para decir: Hace frío. Y no dar qué pensar a los sombras sobre mi estado anímico y climático. Lo malo es que cuando llegue el verano, va a resultar un tanto complicado explicar por qué ando temblando y con esta cara de huevón por las calles.

viernes, 16 de julio de 2010

MI ENTRAÑABLE HILDEBRANDT Y MIS ENTRAÑABLES RECIENTES DUDAS


El señor César Hildebrandt ha representado para mí un escape certero a la atmósfera irrespirable de la prensa peruana. Un excluido de lo inmundo y una lección de decencia así como un terco enamoramiento de la lectura. Una alergia bípeda y que rehúye ante al más mínimo olor a corrupción. Fueron sus columnas las que me hicieron interesar por Francisco Umbral, ese genial e injustamente desconocido (aún en Perú) escritor. Ese de voz de ultratumba y lentes de viejo intelectual que jode y ¡JODER! El tipo escribe muy bien. Las columnas de Hildebrandt también me han brindado la oportunidad de saborear lo corrosivo y lo sublime compactados en una sola frase. Un francotirador de pluma inundada de literatura, una crítica política que se sirve y se apoya de la cultura.

Es por eso que me pareció tan inconcebible que nombrara al pusilánime de negra barba y de negros enredos administrativos en la dirección del decanato de Humanidades de la Universidad Nacional Federico Villarreal. Claro, puede ser que me equivoque y no sea el mismo o que el “entrañable” que escribió al lado de su nombre haya tenido una intención sarcástica, pero hay una serie de eventos que me hacen dudar. Seré más directo.

El viernes pasado, en la sección que Hildebrandt le dedica a sus memorias, leí lo que no hubiera querido leer. En esta sección hacía un repaso por sus más memorables entrevistas, mencionaba las que hizo a Haya de la Torre, Borges y Velasco. Pues bien, en la sección en que se dedica a narrar sobre la experiencia que tuvo con el fundador del partido aprista menciona a un personaje lóbrego y siniestro. Hablo del ex decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional Federico Villarreal, el señor Germán Peralta. La siguiente cita se encuentra en la página 14: “Y sí, a mí también me pareció Haya wildeano y garcilorquiano. Y alguna vez siendo muy joven, a instancias de mi entrañable amigo Germán Peralta, fui a ver a Haya en el local de Alfonso Ugarte…”

Lo que a mí me jode y me reviste de dudas es saber si el señor Hildebrandt está al tanto de quién es Germán Peralta o si, por ser su amigo, ha preferido callar las ignominiosas acciones de este barbudo salido de una novela de Umberto Eco. Porque el señor Germán Peralta enclaustró las esperanzas del estudio, secuestró el debate intelectual e instauró en su lugar la barbarie, el oprobio, el APRA. Es el señor que durante su gestión se ha hecho posible que alumnas vinculadas al partido aprista sigan pasando de año sin asistir a clases, argumentando que tienen permiso o sello del decanato que justifica su inexistencia en las aulas. Es el mismo señor que negó el permiso de poner el nombre Manuela Sáenz a un grupo de estudios, pues para él ella no cumplía ningún valor en la historia peruana y sólo era la amante de Bolívar.

Tengo dudas, rabiosas y lacerantes dudas. ¿Sabe de esto el señor Hildebrandt o ha preferido callar por ser su amigo? Espero realmente que la causa de aquella afable mención en sus memorias sea por ignorancia…Momento, me olvidaba, al señor Germán Peralta también se le acusa de haber ejercido el decanato ilegalmente, pues no cumple con los requisitos académicos: http://www.expreso.com.pe/edicion/index.php?option=com_content&task=view&id=32694&Itemid=32

Recapitulando un poco, cuando Germán Peralta niega y descalifica a Manuela Sáenz también la califica de prostituta, y a la chica con quien discute al respecto le dice que si ella se identifica con una prostituta no es problema suyo.

Yo la verdad dudo y la duda me deja intranquilo, me desorbita. Mi ambigüedad crece y se atormenta cuando recuerdo que alguna vez la misma amiga que fue agredida verbalmente por el ex decano (omito su nombre para evitar represalias ante ella, pero sí es necesario lo daré a conocer con el permiso de ella) me dijo hace ya unos años, cuando pensaba en denunciarlo con Hildebrandt, que Germán Peralta se rió y que no le importaba que lo denunciara con Hildebrandt pues él era su amigo. Yo sabía que Hildebrandt había estudiado en la Villarreal, educación (como también lo hizo Germán Peralta) y que quizá en algún momento fueron amigos, pero que esa amistad ya no existía, conociendo la decencia del señor Hildebrandt. Pero parece que mi hipótesis falló y que la amistad vive. Si esto es cierto, si conoce de las sibilinas acciones de su amigo, entonces estaría dentro de “Un conflicto de intereses”. Como el título de la columna que le dedicó Rosa María Palacios en su semanario el día viernes 28 de Mayo. Cito: “La prensa sólo es libre cuando no le teme a la verdad”. Espero francamente que mis dudas sean resueltas. Insisto, el señor César Hildebrandt es un periodista a quien admiro, por eso quisiera saber cuál es la verdad en esta relación y que por su amistad no haya ni esté encubriendo a este Mr. Hyde de la vida universitaria.