jueves, 30 de octubre de 2008

LITERATURA LO QUE ME PASA A MÍ





Digamos que yo no creo en el destino novelesco que las fantasías otoñales otorga a los soñadores y despistados amorosos, pero ¡JODER! (disculpen la españolada) maldito Sófocles el de hoy que me encarceló en medio de una lluvia parisina en Miraflores, si, una lluvia parisina en Miraflores (vale aclarar, claro está, que en Lima no hay lluvias y claro está tampoco conozco París, pero era una lluvia parisina en Miraflores)y a mí con las cien preguntas del inquisidor frente a su puesto de trabajo y juro que por primera vez se me antojó pedir un ristretto, cuando estaba ahí tan mojado y solo, evaluando los pro y los contra ¿entro o no entro a verla? Y juro nuevamente, sobre mi agnosticismo, que no quería ir a su puesto de trabajo a buscarla y a decirle que aún la amaba, aunque la odiaba, lo que pasa es que mi oráculo griego de cuatro ruedas se empecinó conmigo esa vez y tomó un rumbo diferente al que suele tomar. Yo estaba leyendo una biografía de Sabina, que orgulloso me siento de habérselo presentado (mediante canciones obviamente) iba por la página doscientos cincuenta, cuando alzo mi cabeza, por el calor que hacía, miro por la ventana y observo el nombre de la calle: Miguel Dasso.

Confieso que yo había estado intentando averiguar donde quedaba aquella dichosa calle dónde ahora trabaja, en ese maldito café yanqui donde a veces confieso sentirme muy cómodo, aunque un simple jugo de naranja me cueste seis soles a lo que prefiero pagar diez soles por una Fresa Creme Frappuccino.

Es verdad, lo había intentado, pero siempre diciéndome en nombre de la dignidad que me huye, que no iría y así lo decidí. Y aun con más convicción cuando mi amigo Raúl, que ofició en aquella ocasión de heraldo negro de la muerte, me dijo que había visto a mi ex con otro sujeto, QUE TE HABÍA VISTO CON OTRO, por la avenida Larco ¡AH NO, AHORA SI QUE NO VOY A VERLA!

Ipso facto me puse a llorar o quizá fue al revés, en fin, mis almohadas cómplices son testigos de lo que pasó la noche que me enteré que la habían visto con otro, QUE TE HABÍAN VISTO CON OTRO. En fin que ya habían pasado cerca de nueve meses, pero esperaba que me dieras un plazo de 19 días y 500 noches para poder olvidarte, ¿Es que acaso no recuerdas ninguna de las canciones que cantábamos juntos con Joan después de dar clases a los niños, la canción que hasta íbamos a cantar en mi cumpleaños número diecinueve? Pero no me diste ese plazo y ya solo me faltaban 19 días y 216 noches (creo).

Pues bien, para no desviarme del asunto….disculpen estos puntos suspensivos, disculpa estos puntos suspensivos pero es que acabo de recordar la última vez que te vi desnuda, disculpa la indiscreción no hablaré más de tu desnudez, no en esta ocasión, esa imagen la dejaré para mi entero confort… Disculpen ¿en que iba? Oh claro, vi el nombre de la calle: Miguel Dasso. No aguanté más, cerré el libro del ubetense con virulencia y lo guardé en mi morral, bajé del ómnibus y estaba perdido, es decir, estaba en la calle donde trabaja, pero no sabía en que endemoniada cuadra quedaba el café. Resignado me doy vuelta y observo obnubilado por la lluvia parisina (esta vez en San Isidro) que el local donde trabajas estaba enfrente de mí ¿Qué sentí entonces? Un frío antártico en mi estómago, unas ganas de vomitar en plena vía pública y un par de pies calzados de interrogaciones, no hice otra cosa que pensar en ti, mi querida Euge, como ya te lo he dicho: la amiga más literaria que conozco. Y cuando procedo a acercarme a un teléfono público, que se encontraba frente al Starbucks donde trabaja mi insomnio y mi alcoholismo, cuando procedo a sacar cincuenta céntimos de mi bolsillo mojado, un joven desconocido se me acerca y me ofrece el poco saldo que le quedaba en el teléfono publico, que lo usara nomás, sin pedir nada a cambio, que linda es la gente bajo la lluvia. Hago la llamada en la situación telefónica más rara que recuerdo en mi vida a la amiga “rara” más bella en mi vida, siendo lo raro para mí un elogio.

Afortunadamente somos cómplices, Euge, de gustarnos las reliquias parias de la sociedad, de la que se bebe en una botella o la que se envuelve en un cigarro, afortunadamente somos cómplices en eso y mucho más. Tu consejo, fue: ¡SAL DE AHÍ! Y fue lo que hice, no sin antes pararme con mi ropa mojada frente al café, reírme y llorar un poco, no, no lloré, pero me hubiera gustado hacerlo, porque quería hacerlo, pero no brotó nada aunque adentro mío sintiera que me ahogaba.

Así que me fui con mi lluvia en los pasos, buscando algún parque con el miedo latente de que en algún momento te encontraré (Raiza) dándole a otro las noches que tú me diste. ¿Te puedo pedir un favor, un capricho de viejo adolescente? Si le vas a dar a otro todo lo que me diste a mí, en eso incluyo los abrazos, las sonrisas, las lágrimas, los enojos, los te quiero, las reconciliaciones, los gritos, tu desnudez que he prometido no describir en estas líneas, si le das las caricias, los roces, el humo de tu boca, la saliva, tus pestañas, si le das la bendición de encenderte un cigarro, de ponerse celoso, de pagarte tus caprichos, de alimentarte, de barnizarte de besos, de lujuria, de cariño, sí le brindas un paseo bajo la luna llena, si dejas que él te escriba poesías y todo lo que se pueda escribir, si van a un hotel o un hostal, si comen un helado, si van a ver cuadros, si van al cine, si le vas a cantar tímidamente con tu voz infinita, si lo vas a mirar y preguntarle si te quiere, si le vas a decir que él si te entiende y no como en tu anterior relación, si le das el sexo que a mí me diste, si le das la preocupación de ser padre, si le das tus amigos, si le das tus secretos, si le das lo que no me diste… si lo amas, por favor, con la poca dignidad que me queda, que no sea en el malecón donde te amé y tú me quisiste, que no sea en las bancas del Kennedy que compartíamos, que no sea en el Centro Cultural de España, donde nos “culturizábamos”, que no sea en todos esos lugares donde quise creer que iba a envejecer contigo, aunque al pedir todo esto ya no tenga dignidad que cuidar.

Por cierto, lo olvidaba, después de salir de ese lugar, como tú bien me lo aconsejaste Euge, me fui a mis clases de ingles y conocí a un tipo muy curioso, debe tener sus quince años y quiere ser escritor ¿lo puedes creer? Encontrar a alguien que quiera ser escritor, que en estos días es una bendición, y más encima que le guste Sartre.

Terminada mi clase, me fui con mi heraldo negro, mi querido amigo Raúl, a comprar unas cervezas, pero me había olvidado que no tenía mi billetera. En fin un día sin dignidad, pero sí con mucha literatura y la literatura, mi querida Euge, es más dignidad que la dignidad misma, aunque algún día me gustaría perder la dignidad contigo, vos me entendés. Un abrazo.

PDTA: Un abrazo también a quienes creo también estarán pasando estos momentos, que espero francamente equivocarme, ¿Me entienden? Mi hermano Jean, mi hermano Jorge, mi hermano Bambucha, mi gran hermana Jenni. Que afortunadamente tenemos todo lo que se necesita para vivir la vida un poquito. Salud. ( esta lista ya está cambiando, afortunadamente)

SI FUERA MUJER


Como hombre, muchas veces no he funcionado y probablemente no funcionaré nunca. En la praxis de colchones y sábanas, fracasado total, treinta minutos de plegarias al cuerpo, vituperios sudorosos de cuerpos que luchan por encontrarse, cigarros húmedos que se alojan en la boca con el humo de la resignación ¿Fracasado? Claro, de esos que piden disculpa a la vergüenza, que engordan dos kilos cada fin de semana, esos que le agregan arrugas a la piel cada amanecer, soltero amateur (casi profesional), aliento de Lázaro, pecado hormonal, mano clandestina, lágrima espía, eyaculación tardía, adicción a las noches, coleccionista de rupturas amorosas, moco de consuelo ¡Fracasado total!

¿Y si fuera mujer? Bueno, primeramente tendría que bajar algunos de mis veinte kilos de sobrepeso, es decir, quiero ser una mujer atractiva: una puta, pero intelectual.

Cogería magistralmente y le preguntaría mi “Lolito”: ¿Qué tal, todavía puedes? Podría ser una mezcla de Angelina Jolie con Simone de Beauvoir, pero bueno, si como hombre no poseo atractivo alguno, como mujer tampoco aspiro a tanto. Si fuera personaje literario me encantaría que me inviten a tomar un desayuno en Tiffany´s, o que Humbert Humbert me lleve por toda la ciudad mimándome y haciendo de él lo que yo quisiera. Pero supongo que lo que más me gustaría de ser mujer es poder amar como lo hacen ellas, en otras palabras: De lo que pueda tener de hombre, lo cambiaría todo por amar como lo hace una mujer.

Ahora, lo que odiaría, de haber nacido en esta era del falo es que me llamen: señorita. Si alguna vez pasara eso, diría: Me equivoqué en esta ciencia y en esta letra maldita que significa vestirme de madame.

Ni que me compren tacos, ni mallas, ni ser madre, ni llegar virgen al matrimonio, ni matrimonio, ni que me respeten por ser mujer, sino por como ejerzo el ser mujer, es más, por como construyo y ejerzo mi ser. Si fuera mujer no me gustaría que me confundieran con Martin Carrasco, ese tipo feo, gordo y antipático que va rumbo a la soledad onanística.

Menciono esto porque una señora de nombre: Jacqueline linares Cárdenas (trabajadora en el área de Asistentes Sociales Destacada a los Locales, de la Universidad Nacional Federico Villarreal) ese fue el nombre que me fue dado por esta señora, cambió mi género masculino por femenino por el simple e irrisorio hecho de tener el cabello largo.

Esto sucedió mediante la realización de un concurso de “belleza” en plena hora de clases, en un ambiente en donde la contaminación sonora se deja sentir con fuerza dictatorial. Los alumnos de antropología intentaron manifestarse ante este hecho, al cual yo también me sumé, para expresar nuestra inconformidad por la paralización de nuestras horas de clases, mientras un tipo, micrófono en mano, hacía preguntas sobre “cultura general” y las concursantes respondían con una serie de palabras que nadaban en la demagogia más barata y servil.

Yo no quiero ser mujer así. Cuando esta señora, de manera prepotente, intenta arrancar una banderola, que expresaba nuestra inconformidad, yo me acerqué a intentar calmar las cosas y pedir una explicación, digo yo, en la creencia de un mundo “democrático” Chúpate esa mandarina, diría Bayly, y la señora me confunde con una chica, yo le informo de su equivocación, que ojala y fuera cierto, pero no, soy varón, nada machito, pero varón (sin mujer). La señora me responde que por el tamaño de mi cabello no sabe si soy una mujer o un hombre. Vamos, que no vas a querer medir mi virilidad por el tamaño de mi cabellera. Por segunda vez le pregunto, ya a solas, y me responde prácticamente lo mismo, que a su manera de pensar todas las que tienen el cabello largo son mujeres. A todo esto he de admitir que en esa ocasión ya estaba menos virulenta de como estaba minutos antes.

Que hagan sus concursos, tampoco soy Girolamo Savonarola, ni Andrew Cunanan, pero ¿Encerrar a Minerva para que desfile Afrodita? Cada quien con su espacio, por favor.

El concurso se siguió realizando ante la baba espumosa de los universitarios hambrientos de carne y yo, por otra parte, estaba tranquilo, pues descubrí que lo único que me gusta de los desfiles de belleza es que me recuerdan que no soy el único irracional en este mundo. ¿Bailas?

miércoles, 22 de octubre de 2008

La verdadera "maga" de Cortázar


Para Maruja:


Este texto pertenece a un artículo publicado por un periódico innombrable y dice: Antes de publicar Rayuela, Julio Cortázar escribió a la mujer que tiempo después inspiraría aquel personaje de inocente sabiduría, "la maga", Edith Aron. "No sé si se acuerda del largo, flaco, feo y aburrido compañero que usted aceptó para pasear muchas veces por París...para ver un eclipse de luna en Paris del Notre Dame, para botar al Sena un barquito de papel, para prestarle un pulóver verde. Yo soy otra ves ése...Voy a volver antes...tengo un poco de miedo de que usted esté ya muy cambiada...Por eso le pido desde ahora...si necesita este pedazo de pasado que soy yo, me lo diga sin rodeos. Me gustaría que siga siendo brusca, complicada, irónica y que un día yo pueda prestarle un pulover". Cortázar llegó a París y el idilio empezó, aunque no por mucho tiempo. Se dio la amistad hasta que un día Edith- que traducida al alemán RAYUELA- se enteró de una carta que el argentino envió a su editor Paco Porrua: "No necesito decirte quien es Edith, vos lo habrás adivinado... ¿Vos te imaginas Rayuela traducida por ella?... Te acordas de que la Maga confundía a Tomás de Aquino con el otro Tomás. Eso ocurría en cada línea...·. Indignada, Edith Aron se alejó para siempre: " me confundió con el personaje", declaró.





Este es un pedazo de una carta que encontré en el Dominical de “El Comercio”, hace ya varios meses, cuando cursaba lecciones de olvido en aquel verano cruel sin la existenciade de aquella chica que llamaremos: Raiza, lo encontré en el mes de Febrero, mes donde los idiotas se enamoran, mes en el que yo también quise ser un idiota.

Suimar.

domingo, 19 de octubre de 2008

Las ruinas de Pachacmac




Te llamaré mujer y te llamaré campamento
Te llamaré fogata y tierna marihuana
Te llamaré río y te llamaré plaza
Te escribiré en silencio
Envejeciendo en tus redes
Respirando por última vez aquel aroma
A tierra y a mar
Te besaré cuando no lo sepas
Cuando te hayas alejado
A tal distancia que solo un verso nos una
Te llamaré vino y te llamaré pisco
Te llamaré mujer porque te temo
Te llamaré pueblo
Bocado de vientre
Te oiré jadear
En el temblor de tu ombligo de barro
Abriéndote como un pétalo a mi vuelo
Encendiéndote como lámpara vieja
Te llamaré buena época
Temblor de ruinas

Carta a las que he amado





Queridas ajenas mías:
Lima, domingo 5 de Octubre del 2008


Les escribo esta carta en vista de la infertilidad lírica de esta noche, es decir: en esta noche no hay poesía, solo un hombre.

Nadie puede dañarme con tanta fuerza y crueldad calculada, al estilo de El Corazón Delator, que este portador de huesos que escribe. Esta noche tan larga es un hombre despeinado, una gaseosa helada, una llovizna grosera y un viento frío que adolece a mis pies desnudos sobre la madera.

Han pasado ya tantos años desde que le pregunté a mi madre si me dejaría casarme con Cinthia, mi primer amor de infancia. Ella sonrió ajena a la intensidad de mi pregunta, creo que me dio su bendición. Cinthia era de mi tamaño o sea menos de un metro, teníamos cinco años si mal no recuerdo. Me gustaba ir al colegio solo por ella, la soñaba, pronunciaba su nombre un número de veces realmente irritantes, pero nunca le dije nada. Mi familia compró una casa en un distrito limítrofe al mar y nuestra historia que nunca empezó acabó. Saliste libre de mí, sin embargo siento que debí decirte algo y como sé que nunca llegará esta carta a tus manos te lo digo ahora, quince años después: te soñé tanto.

La segunda chica que me gustó se llamaba Stefani, la conocí en primer grado de primaria y nuestra amistad solo duró un año más, o sea hasta el segundo grado. Tenía el cabello color negro y siempre vestía una bincha blanca en la cabeza, corría más rápido que cualquier niño y siempre nos retaba a alcanzarla. En mi colegio, a la hora del recreo formábamos un grupo de chicos que conformábamos, o nos creíamos, los más graciosos del aula, un grupo casi excluyente. Yo recién había entrado al grupo cuando descubrí que tenía algo de fuerza dentro de mi piel, que me permitía librarme de niños fastidiosos, eso fue una gran revelación para mí, lo que posteriormente ocasionó en mi ser un cierto aspecto de abusador, y me imagino eso generó cierto respeto entre los demás.

Este grupo retaba a las niñas a ganarles en cualquier juego, la mejor arma de las niñas era Stefani. Uno de los juegos consistía en formar parejas que se tenían que atrapar unas a otras, mi pareja fue, como ya es fácil de suponer: Stefani. La desgraciada corría endiabladamente rápido, y eso que yo era un buen corredor. No quise quedar mal ante mis amigos y me lancé sobre ella atrapándola por los pies, lo que hizo que ella se tropezara y cayera sobre el pasto. Stefani lloró por mi culpa, yo intenté pedirle perdón pero no me atrevía, menos a decirle que me gustaba, otra vez me quedé callado. Ella cambió de amistades y de juegos (a unos más tranquilos) y yo cambié de ánimos y de colegio.

Stefani, me pareció verte hace algunos años caminando por la playa, no sé si tú me habrás visto, no me atreví a saludarte por temor a que no me reconocieras y por temor a equivocarme a que no hayas sido tú la que vi, en todo caso siempre te recordaré con cariño. Un abrazo y disculpa por haberte hecho caer aquella vez, nunca fue mi intención, nunca es mi intención dañar a nadie más que a mí mismo.

Susana, a ti si te puedo hablar sin la distancia que marcan mis dos primeras ausencias de valor. Te conocí en tercer grado de primaria, en el Colegio Santo Domingo, sin embargo la existencia de estas líneas se deben a lo que viví al año siguiente, cuando cursábamos el cuarto grado. De alguna manera inusitada me convertí en el chico más “popular” de su aula, o así me engañaron las “malas” lenguas. En ese entonces yo recuerdo que dos chicas gobernaban la belleza de esas cuatro paredes, Anita y tú. Mi querido amigo Manfred, a quien aún sigo viendo, se había fijado en Anita, si es que mi memoria atrofiada por sustancias indebidas no se equivoca. Sin embargo, por momentos yo creía que eras tú la que le gustabas.

Que celos, que coraje, casi y nos peleamos algunas vez a la salida del colegio. Aunque ahora que han pasado los años juraría que él pensaba que a mí me gustaba Anita. Un día, después de clases, decidimos encontrarnos afuera del colegio para decirnos quienes nos gustaban del aula mientras esperábamos que nos recogiera nuestra movilidad (íbamos en la misma movilidad). Tú aún tenías el cabello castaño claro, moldeado por unas ondas infantiles y los ojos marrones, te gustaban series románticas y tontas, de esas que yo detestaba religiosamente hasta la excomunión. Yo temblaba de miedo, no sabía que decirte. Insistí en que fueras tú la primera en decir quien te gustaba. Me gusta alguien que empieza con la “M”, ¿Manfred? Nooo… ¿Quién? Dime, pleaseeeeee… Me gusta …Niños suban al carro… Nunca llegué a escuchar mi nombre en tus labios, le eché la culpa a la señora de la movilidad, pero hay que ser honestos, de haber querido pude haberte arrancado ese nombre mío de entre tus labios aquella vez sin la necesidad de someterte a ese tormentoso interrogatorio que no nos llevó a nada. Evidentemente los años pasaron y cada uno tomó rumbos y pasos que nos alejarían irreversiblemente, yo con mi boina negra en la cabeza, tú con tus gafas Gucci, yo con mi rock y mi trova, tú con tu electrónica y tu reggea.

Discúlpame que haya narrado esta infantil historia, quizás con muchos errores en lo que respecta a la veracidad de los hechos, quizá me haya equivocado y supuse mal en pensar que te pude haber gustado. Que vergüenza, pensarás, qué hace este tipo recordando cosas que han sucedido hace tanto tiempo, si es que en mi ego me atrevo a pensar que leerás estas páginas, y es más si recordarás que alguna vez casi y me dijiste: Me gustas.

Jenni, me moría por escribir de ti, no tanto porque seas mi mejor amiga, la más linda y narcisista que conozca, sino: desgraciada. Porque fuiste el olvido más largo hasta el momento que he tenido (ya te llegó la competencia, sabes de quien se trata) Te “manyé” cursando la secundaria, me habían cambiado de aula por motivos de conducta inapropiada y terminé presentándome ante todos como el alumno nuevo. Al principio no me atraías, es más creo que hasta te detestaba, juraba que eras una creída, una laydy, como me dijo Raúl. Pero a penas me enteré que te gustaba The Beatles, posteriormente te oí tarareando In my life, te adoré.

Eras la primera amiga que tenía, mi primer contacto sincero con el otro género, no es que no tuviera amigas, no, es que tú eras una amiga y cometí el peor error que uno puede cometer, me enamoré de ti.

Te celaba, me gustaba sentarme cerca de ti y te escribía cuanto verso se me ocurriera. Una vez tú te acercaste a mí, curiosa, a ver que estaba yo guardando en esa agendita negra de cuero que yo tanto cuidaba. Te sonrías, te hacías la coqueta y me hacías sonrojar, yo corría por todo el aula para evitar que leyeras frases cursis como: Te quiero tanto.

Mi primer vodka fue en tu sala, nos habíamos reunido tres amigos y tú en tu casa para hacer un trabajo de geopolítica. Casi todos sabían que me gustabas, creo que por eso me escogieron en el grupo, además los otros dos amigos que nos acompañaban ( Bryan y Melissa) terminarían besándose luego en el taxi de regreso. Ese primer vodka fue además mi primer encuentro con el alcohol y bueno desde esa vez es lo único que me ha sido fiel, perenne y comprensivo. Tú por otra parte me llevabas una delantera envidiable, ya habías fumado marihuana y habías sentido esa sensación fría y refrescante que deja la coca en la nariz, sobre todo si es virgen. Eras y eres una diosa, un ejemplo de perdición exquisitamente enternecedor, y es que quien diría que detrás de tu mirada estática, de tu voz silenciosa y tu menudo pero bien proporcionado cuerpecito se escondería una chica Almodóvar.

No aguanté más y sentí que debía decirte algo de lo que sentía, algo que toda nuestra promoción sabía. Esperé hasta el último día de clases, tomé todo el valor que un adolescente de quince años puede tomar y toqué tres veces a la puerta blanca que dividía a los que vivían dentro de la casa de Melissa de los de la calle, como yo.

Salió una amiga nuestra, no recuerdo quien, pedí que te llamaran y apareciste, creo yo un poco picadita por lo que habíamos bebido horas antes. A pesar de que al ir subiendo las escaleras había yo elaborado un discurso sobre como iba a decirte que estaba enamorado de ti solo pude decirte: ¿Quieres estar conmigo? Te dejé fría ¿Recuerdas? No sabías que responder, ahora lo siento tan gracioso que me dan ganas de reírme abriendo una latita de cerveza, pero en ese momento lo gracioso no existía en ninguna esquina, en ningún escalón y solo quedó un beso entre ambos, como una petición mía al recibir tu no como respuesta.

Nos abrazamos desconsoladamente, parecías sufrir tú más que yo, de verdad me querías, lloré contigo, era la primera vez que lloraba después de mucho y lo hice contigo y creo que eres la única chica con la que he llorado como amigo. Afortunadamente no te perdí aquella vez, sino que conseguí una compañera ideal, tan borracha como yo. No te preocupes que aquí, desde mi autoexilio, siempre estoy pensando en ti, y cualquier pastilla que necesites, cualquier porrito, cualquier compañero de tragos, cualquier confidencia que quieras narrarme siempre estaré ahí, no solo por ser mi mejor amiga sino por ser la chica por la que escribí mi primeros setenta poemas de amor.


Cumplí diecisiete años y tuve una enamorada a la que jamás veía, solo los fines de semana, que es nada. Siento mucho lo que le hice, que fue no quererla, que fue engañarla. Fue producto de mi soledad que necesitaba a gritos sentarse acompañada, terminé mi relación con ella vía telefónica, ni siquiera me atreví a verla en persona para decirle que lo nuestro no funcionaba, que era mejor que se dedicara a sus estudios de economía en la Pacífico, que había conocido a otra chica que me atraía en mi universidad y que estudiaba lo que quería a comparación de ella que seguía una carrera solo por darle gusto a su padre.

La chica por la que terminé esa relación se llama Teresa, me percaté de su existencia o ella entró en mi existencia luego de un viaje a unas ruinas precolombinas, como parte de nuestros estudios de antropología. De regreso a la universidad, con la cara sucia, llena de polvo, escupía barro por la boca ¡Que asco! necesitaba un jabón, una toalla, a falta de todo eso solo pude frotarme arduamente el rostro con agua para poder limpiármelo. A pesar de todo ese listado grotesco de impurezas Teresa se acercó a mí para formar (por un efímero tiempo) parte de mi vida.

Nos fuimos a un local del centro de Lima mientras nos presentábamos informalmente, como debe ser, con otros chicos de la promoción, estupidamente felices. Pedimos unas cervezas a las que se sumaron otras en cantidades escandalosamente aceptables. La luz en aquel viejo local era lúgubre y colonial, sus pisos parecían desvanecerse con cualquier pisada de sus visitantes, rogaba agnósticamente que los demás cesaran de bailar para preservar sus vidas mientras yo me servía un poco más de alcohol en mi vaso y aprovechaba la oscuridad del local para mirarla a los ojos y poco a poco descender hasta su boca. En una de nuestras conversaciones, debido al ruido del local, tuve que acercarme demasiado a su rostro para poder escucharla, en uno de esos acercamientos y mientras ella hablaba y yo escuchaba, mientras yo hablaba y ella escuchaba nuestros labios se juntaron para seguir hablando. A la salida del local se habían formado dos parejas: Teresa y yo y Angélica y Marcos. Fue por Teresa que rompí mi relación con mi anterior pareja y fue por Teresa que he sido por única vez en mi vida infiel a alguien y fue de esta manera que nuestra relación terminó:

a) A la relación se le sumó un número de rupturas y reconciliaciones de tres veces.
b) La tercera sería la definitiva.
c) Entre caricias y coqueteos se asomaba la posibilidad de una cuarta reconciliación.
d) Un viaje a Marcahuasi supondría el lugar ideal para retomar la relación según los acontecimientos que se venían sucediendo.

El mismo día del viaje a Marcahuasi, minutos antes de partir, decidí ir a comprar unos preservativos para estar preparado ante cualquier designio de la naturaleza. En vista de mi ignorancia sobre la ubicación de alguna farmacia cercana le pedí a un compañero mío, amigo de Teresa (presentado hacía mí por ella misma, me imagino con la intención de que fuéramos amigos) que me acompañara a comprarlos, él asintió y me acompañó a comprar los preservativos, al chico lo llamaremos: Yago. Tenía todo lo necesario, al subir al ómnibus un amigo me pregunta si es que había llamado a Teresa haciéndome pasar por su nombre, le respondo que no y le pregunto por qué. Ya pues no te hagas, la mamá de Teresa me acaba decir que yo la he llamado y me ha dicho: Ah, tú eres el chico que para llamando a mi hija. Así que me imagino que has llamado a Teresa haciéndote pasar por mí ¿no es verdad? Obviamente me sentía extrañado, yo jamás había llamado a Teresa y menos haciéndome pasar por otro, sin embargo si alguien la había llamado tenía que ser indubitablemente alguien del aula para hacerse pasar por uno de ellos, y es más, si tuvo la necesidad de hacerse pasar por otro significaba que algo había que lo avergonzaba e hiciera no querer dar su verdadero nombre. No me hice más problemas y decidí seguir con el viaje.

En mitad del camino, Marcos (uno de los que formó pareja en aquel local del Centro de Lima) me dice que vio a Teresa besarse con otro tipo, no hacía más que confirmar mis sospechas de que algo estaba pasando. Cuando todo estaba oscuro, pido una linterna para alumbrar el lugar, quería una latita de cerveza, al encender la linterna, veo dos cabezas muy juntas, casi indistinguibles, totalmente entrelazadas que se confundían con la noche, ilumino bien ese par de cabezas y descubro que eran Teresa y Yago, y a la vez descubro que realmente eran “grandes” amigos. Vamos chico, por lo menos me hubieras evitado gastarme mi dinero en comprar esos preservativos, digo yo, la plata no la regalan.

La relación entre ellos se mantiene, yo he cortado toda relación con ellos, más por fetiche que por remordimientos. Resulta divertido saber que tanto uno puede estar sin entablar comunicación con alguien, aunque muchos piensen que a esto se le agregue ciertos sentimientos que aún no se logran evaporar. Los silencios son contratos con la naturaleza y el ser, nada más, lo que hubo entre ella y yo, es pues, un bonito recuerdo de como se puede vivir una telenovela de Televisa, de mala calidad, en una universidad. Sin embargo, es bonito recordar que dos chicos se conocieron y se quisieron alguna vez, y que por mi parte solo queda un silencio, un buena suerte y un hasta luego.

Raiza, aunque te parezca extraño, aunque no llegues a leer esto, no te dedicaré muchas líneas en estas hojas, no porque te quiera menos, sino porque te amo, te amé de todas las formas menos de la correcta y te intento de olvidar de tantas formas menos de la sincera. No gastaré nuestra historia aquí porque será escrita en otras páginas, otras páginas que te merezcan. Solo puedo decirte que en esta noche no hay poesía y voy a dormir solo, amándote entre mis sábanas.

PDTA:

Querida Paula, tú insistes en que me gusta Angélica, eso es un imposible, siendo ella la ex de Marcos, uno de mis pocos amigos en la facultad. No me puede gustar Angélica porque detestaría arruinar su vida con la mía, porque detestaría mancharla con mi nube y mi lluvia, no puede gustarme porque me he prometido no enamorarme, porque para reforzar esa promesa me ayuda el miedo atroz de volver a salir herido, porque de alguna forma Angélica hasta me recuerda a Raiza, aunque Raiza sea infinitamente más peligrosa, y porque a Raiza aún la amo y sigue siendo un olvido frustrado. Por otra parte si me agradaría que eso sea cierto, porque significaría que hay un progreso en mí, que me estoy abriendo a la posibilidad de que me guste otra persona, y porque Angélica es terriblemente preciosa. Así están las cosas, como son, no puede gustarme Angélica porque es un imposible, y lo imposible siempre es hermoso y lo hermoso no habita en mí. Sin embargo el “no poder” no es un equivalente a la “realidad”, no poder y no querer serían dos cosas distintas. Angélica es una gran amiga y la quiero mucho, así son las cosas.

sábado, 18 de octubre de 2008

Viejo y Aburrido

La infancia que cursó mi existencia estuvo ausente de parques rodeados de niños, era simple, estos parques existían (yo intentaba no existir), con grandes arbustos defendiendo el pasto verde de la inclemencia de las suelas de los niños que corrían como pequeñas locas, huyendo de las niñas que luego perseguirían. Jugaban béisbol, alguna vez me invitaron a participar y una de esas veces acepté. Tenía las rodillas sucias y el cabello despeinado con una ligera tendencia de raya al costado, como insistía en peinarme mi padre. Estaba yo parado, un niño regordete y distraído frente a la inquisidora mirada de todos los demás, el sol ardía descaradamente aquel verano del noventa y ocho. A mí me tocaba batear, afortunadamente le pegué a la pelota, a la primera, y salí corriendo, no sé por qué, los otros hacían lo mismo después de batear así que yo hice lo mismo. La mayoría alabó la jugada, ellos se hablaban por apodos y no sabían como llamarme a mí, no era del grupo, alguien me preguntó por mi nombre, me sonrojé, evité la pregunta y dije que tenía que irme a acompañar a mi madre a comprar algunas flores en el vivero. Aburrido.

A los once años o quizás menos encontré de entre mi biblioteca un libro pequeño, de empaste simple y maltratado. Mi madre me dijo que era suyo, que le había pertenecido cuando era niña, el libro se llamaba El Caballero Carmelo, me sentaba en las tardes a leerlo, fue el primer libro que tomé en serio, lo que más agrado me trajo fue la descripción de las bondades culinarias que Valdelomar hacía, incluso me agradó más que la descripción del mismísimo Carmelo, con su perdón Abraham. Entonces empecé a leer con mayor interés los textos literarios que me dejaban en el colegio. Descubrí a Ribeyro, a Bryce, a Cervantes y otros más. Quise ser pues, escritor, pensé que podía ser bueno, siempre era el elegido a leer un poema en el colegio o mis trabajos eran escogidos finalistas, quería ser escritor y actor como Stallone en la primera versión de Rocky ( aunque muchos no me lo perdonen) quería ser el taradito que hablaba raro en la pantalla grande. Ensayaba con mis juguetes de plástico en la sala de mi casa, creaba una historia, un guión, construía un escenario con lo que tuviera a mano, sacaba unos tintes rojos del maletín de medicina de mi padre y ya tenía todo lo necesario para creer que estaba haciendo una pequeña película, yo era las voces de cada personaje y lo interpretaba con tal realismo que cuando gritaba, simulando una batalla, algunos vecinos creían que en mi casa me estaban maltratando. Mi padre quería que saliera a jugar fútbol al parque, con chicos de mi edad o con él, pero yo prefería quedarme en mi casa y jugar con mi imaginación, a escribir mis propias películas. Viejo.

En la secundaria fui trasladado de un colegio a otro, o como dijo el director: una invitación a salir. El colegio al que fui a parar se llamaba San Sebastián, ubicado en lo que antes fue la Hacienda Villa. Era grande, habían piletas, canchas de fútbol, una piscina sin usar y en mal estado, una biblioteca, dos salas de computación, dos laboratorios, en fin que me parecía bastante aprovechable, sobre todo sus salones que contaban con dos ventiladores para combatir el incesante calor de comienzo de clases y un televisor con reproductor de videograbadora, lo que hacía más amena la clase. Un día, en clases de inglés, mi profesora llevó unas diapositivas para exhibirlas en la clase, luego salió por unos momentos y un amigo aprovechó para apoderarse del reproductor multimedia y colocó una película pornográfica en plena clase, chicos y chicas apoyaron la acción. Cerramos las ventanas y las cortinas, pusimos llave a la puerta metálica, pusimos play y las manos dentro de los bolsillos de mis amigos empezaron a agitarse, las chicas simulaban una pequeña risa de rubor, susurraban algunas palabras que no llegué a escuchar, me sentía nervioso, una parola ininteligible gobernaba aquella aula poblada de jadeos, algún hijo de puta sacó un condón de su bolsillo, lo infló y empezó a pasearlo por toda el aula en medio del griterío excitado de todos los presentes. Un ruido se escuchó, similar al de los tacos de Tacones Lejanos de Almodóvar, inmediatamente cambiaron la película por la diapositiva, abrieron la puerta y entró la profesora sintiendo un aumento en la temperatura del aula. Terminada la clase algunos se reunieron en uno de los muchos patios del colegio para realizar un concurso de paje (quien eyaculaba primero y más lejos) me rehusé a participar en tal hormonal competencia. Como te cabreas me dijeron, que aburrido eres. Me alejé y me escondí en uno de los baños del colegio, cerré la puerta, me bajé la bragueta y me empecé a masturbar a solas, como mejor lo disfruto, lejos del fulgor adolescente. Aburrido

El último año escolar cayó en mis manos un libro sobre la biografía del Che Guevara, lo leí, me enamoré y lloré. Empecé a convertirme con profesionalismo en el borracho que soy ahora, algunas amigas querían que les escribiera poemas y que les explicara sobre tal o cual cosa, alimentando mi snobismo, encontré a mi mejor amiga con los ojos rojos después de haber fumado marihuana durante el recreo. Los fines de semanas, ya con quienes serían hasta ahora y hasta un para siempre: mis amigos, nos reuníamos a escuchar los últimos discos que habíamos conseguido y sobre el último libro que habíamos leído, queríamos hacer la revolución y después de cada botella brindábamos por la utopía parafraseando letras de De Cartón Piedra. Viejo.

Tengo veinte años, digamos recién cumplidos, mi boca ha probado diferentes bocas durante este tiempo, mi boca se ha mojado con el líquido de diferentes botellas que se han secado en mi vaso durante tantos sábados. Tengo veinte años y he fumado marihuana y he aspirado cocaína. Mis pies han participado en diferentes marchas, tratando de ser parte de la lucha justa, tratando de mantener mi idiosincrasia nefelibata. He ampliado mi biblioteca con Borges, Cortázar, Nieztchie, Galindo, Marx, Aristóteles, Hesse, Eco, Arguedas, Vallejo, Cotler, Bryce y muchos nombres más que habitan por ahí en mis maderas muertas.

Tengo veinte años y habito un café los fines de semana, cojo un diario, un libro o una revista cualquiera y me pongo a leer que Kosovo está en problemas, que las minerías siguen esparciendo su herpes genital sobre el tísico medio ambiente e intentan ignorar con ojos legañosos los maltratos cometidos a los pobladores del lugar, que el tetón de García mantuvo hasta lo insoportable como ministro de salud (el nuevo es Oscar Ugarte) a un incompetente cuyo único logro hasta el momento es haber bajado de peso de una manera fenomenalmente rápida gracias a una banda gástrica, cuyo hijo reprobó muchos de sus cursos en la Universidad del Pacífico, leo por ejemplo como se modifica una ley que facilita la venta de terrenos en la selva con la intención de privatizarlas lo más rápido posible, leo que Lehman Brothers ha quebrado y que el terrorista de Bush ha decidido pagar 700 mil millones de dólares para salvar la economía de su neoliberal país, leo y veo que una película como High School Musical es más conocida que Manhattan de Woddy Allen o que Todo Sobre Mi Madre de Almodóvar, leo y observo que Verónica Decide Morir es más conocida que el Lobo Estepario de Hermann Hesse, observo que la película Made in USA de Claudia Llosa causó risas y no indignación entre estudiantes de antropología, escucho a personas llamar trovador a Ricardo Arjona y nunca haber escuchado a Silvio Rodriguez, escucho a señoras hablar sobre la última pareja que quedó descalificada en el concurso de la insoportable Gisela y no saber que existe La Función de la Palabra o que ni siquiera se han enterado que hace muchos meses Guillermo Giacosa ya no está en televisión, escucho que muchos prefieren ver a Bayly o al señor de los bigotes Nicolás Lucar y no haberse enterado que Hildebrandt ha vuelto a la televisión los domingos por la noche. Tengo veinte años y leo, veo y escucho eso mientras saboreo una limonada frozen que anticipa una noche de alcohol y misceláneas, hago esto usualmente con una religiosidad (lo dice un agnóstico) admirable.

Hace unas noches en el café donde habito llegó una chica encantadora de cabellera rubia y mirada infantil, con una voz enternecedora, de unos lamentables dieciséis años. Llega acompañada de su enamorado, se sientan al lado de unas mesas y comienzan a conversar con unos chicos de agradable presencia que se encontraban en el lugar, todos conversaban, yo me encontraba leyendo y sin pronunciar ni una sola palabra, pues no me gusta mucho hablar, la niña con cuerpo de musa de Nabokov se extraña por mi espectral silencio, imagino que no debe estar acostumbrada a que alguien sea tan callado y me pregunta:

-Y tú ¿Por qué no hablas?
-No tengo nada que decir. Le respondo. Aún se queda pensativa.
-Tuve una niñez traumática. Le digo a manera de broma.

Ellos estaban hablando sobre… la verdad ya ni me acuerdo, alguien se había besado con alguien, no lo sé, seguro era importante pero lamentablemente no nací con el interés necesario para esas conversaciones, que seguro son muy entretenidas, no los culpo ni finjo de moralista, pero no es de mi interés. Además estaba leyendo sobre el problema de los transgénicos y me llamaba más la atención que si Manuel se había besado con Sofía cuando recién se le había declarado a Giovanna o si la ultima ola que corrió Jaime casi, casi y lo ahoga y por poco pierde su tabla de surf. Temas, asumo yo, interesantes, pero a los cuales no me siento atraído. La chica, interrumpiendo su conversación mientras pide un frozen de leche con fresa, me pregunta:

-Oye¿ cuantos años tienes?

-Veinte. Le digo.

-Ah con razón, ya estás viejo, pareces viejo y aburrido.

-Tienes toda la razón soy un viejo aburrido.