martes, 27 de julio de 2010

BAJAS TEMPERATURAS




Me abrigo con medias gruesas, de esas de colores circenses. He vuelto a las limonadas calientes, con vapor de limón trepando por mis narices. Siento frío y la verdad no hay nada peor que eso, porque llevo una casaca gruesa, marrón, un polo negro y vetusto. Mis pantalones luchan por controlar el temblor de mis piernas, pero nada surte efecto. Es más, he abandonado mi sutil romance por los jugos de naranja, aquellos que siempre bebo a temperaturas gélidas, tampoco camino descalzo y no abro las persianas de mi habitación por más ventilación que necesite. Fumo cigarrillos, pero hasta mi garganta se resiente con el beso de un pucho caliente.

Nada me abriga, ni mis cuatro almohadas colocadas estratégicamente alrededor de mi cuerpo. Por estas razones he claudicado también en mis intenciones de despertarme temprano y salir a correr, dar unas vueltas al parque en la mañana, mientras los ancianos practican Tai Chi. Simplemente se me hace inhumano, perverso, resulta hasta morboso levantarse temprano con este frío, por eso me despierto a cada hora, en la madrugada, en la mañana, pero no salgo de la cama si no es hasta la una de la tarde. Claro, eso me da dolor de cabeza, cansancio, aspecto de enteco, hurta mis horas, digo -¡Cuánto tiempo desperdiciado!-. Porque por ahí languidecen mis hojas, mis libros viejos esperando ser leídos, esperando la saliva de mis dedos rozar sus orillas. Y esto no se da, porque antes estoy dando vueltas en la cama, retorciéndome, cubriendo mi rostro, mimetizándome con las telas.

También me rehúso a cortarme el cabello, porque esa infamia capilar que tengo también me protege del frío. Porque cuando mi cabello danza y lucha entre sí con el viento sé que hay que abrigarse más, sé que hay que retornar al hogar y no salir sin una casaca más gruesa o simplemente no salir. Pero cuando no salgo me deprimo, y lo peor, me da más frío y se me da por buscar conversaciones viejas en la computadora, fotos viejas, se me da por creerme alguien y agarrar la guitarra arrinconada entre libros que todavía no han sido leídos, se me da por ponerle letra y melodía. Y cuando canto mi voz se apaga, se acanalla, se agrieta y me da por toser. Y cuando toso siento que es por la temperatura, que ha bajado más, que no sólo ha descendido a ocho grados. Eso es mentira, la temperatura no tiene dígitos, la temperatura tiene rostros y verdades, avenidas y vicios, esa es la verdadera temperatura. Y yo no soy un neófito en esta comunidad del encierro, del frío sin dígito. Yo reconozco ese descascarar de las paredes, yo identifico muy bien esa cama arrugada sin arreglar. Todo eso es producto de mi temperatura, de mi propia temperatura, de ese no poderse acomodar teniendo un colchón tan grande y grosero, que te hace recordar que tu cuerpo es prescindible, minúsculo, que tienes cuatro almohadas, porque no tienes nada qué abrazar en las noches, que no duermes, que no duermo.

Mi temperatura es una terapia postergada por el miedo, por el desgano. Mi temperatura desciende, se acoraza y tose. Yo sé que no importa el lugar, esto es simplemente algo endémico, casi siamés, mi frío y yo, tu ausencia y yo. Lo bueno, casi un perdón del clima, es que ahora tengo una verdadera excusa para decir: Hace frío. Y no dar qué pensar a los sombras sobre mi estado anímico y climático. Lo malo es que cuando llegue el verano, va a resultar un tanto complicado explicar por qué ando temblando y con esta cara de huevón por las calles.

No hay comentarios: