martes, 14 de septiembre de 2010

UN CORREO QUE ME HIZO RECORDAR COSAS: COMO LA AMISTAD, COMO CONTRACORRIENTE


Hace unos días recibí un correo en el cual una amiga me decía lo siguiente:

“Esto te pertenece, ya no lo quiere tener más después de mucho tiempo lo encontré entre mis correos guardados, no quiero nada que me recuerde a lo pasado. Esta historia que quede en tu recuerdo..... Recuerda ver contracorriente. no respondas este mail, por obvias razones, no quiero tener problemas.gracias por escribir esto, que en su momento fue de mucha inspiración para mi. cuídate mucho amigo!=)”



Se trata de una amiga a la que he querido mucho y seguiré queriendo por el resto de mi lacónica vida. Ella me llamó un día hace dos años (hacía tiempo que no sabía de ella) y me dijo que quería verme, que necesitaba mi ayuda. Yo respondí en el acto, que sí, que ahí estaría. La última vez que la había visto tenía 17 años, igual que yo, y estaba con una prominente barriguita fruto de su reciente embarazo. Su vida había cambiado para siempre. Fue para el cumpleaños de una amiga en común, luego nos despedimos y no supe más hasta ese día en que me llamó, porque necesitaba de mí, que alguien la escuchara, que la aconsejara.

Lo que no sabía ella era que el que necesitaba de mayores consejos era yo, pero el ayudar a alguien es como ayudarse a uno mismo, es como mirarse al espejo y lanzar dardos como consejos, y agarrar uno de ellos para el beneficio propio. Es crearte un espejo y escuchar. Me dijo que estaba trabajando en una firma de abogados cerca al Jockey Plaza y que podía verme a eso de las tres. La vi alta como siempre, en una esquina frente a la Universidad de Lima, vestida de negro y blusa blanca, su cabello negro recogido en un moño, sus ojos grandes y cercanos. Su sonrisa esperando y gritando mi nombre. Me pidió un pucho apenas nos abrazamos y se lo di. Camínanos rumbo al Jockey y yo tratando de seguirle la velocidad a sus piernas mucho más largas que las mías.

-¿Cómo estás migo?

Le mentí y le dije que estaba bien, luego fui sincero, pero no tanto y le dije que había terminado con mi enamorada. Pero hasta ahí nomás con mi pena, porque la que necesitaba consejos era ella. Me intrigaba saber qué era lo que le pasaba. ¿Era acaso su hijita? Ya estaría grande y yo sólo la conozco vía barriguita de su mami. Quizás sea su esposo, fueron demasiado jóvenes al casarse y aún lo son. Nos sentamos en una banquita -¿Has leído a Sábato? - Me preguntó. Quiso que la acompañara a Crisol, quería regalarle El Túnel a un amigo. Se sorprendió de que yo supiera guiarme muy bien dentro de la librería, como si la conociera de memoria, no es tan difícil le explicaba, sólo es cuestión de ir por secciones, todo está ubicado según su género. Mira ahí está Sábato, mira ahí está el libro de Cueto que quiero. Alejandra se puso triste al enterarse de que no le alcanzaba el dinero para comprarle el libro a su amigo. Pero no importa, a la próxima volvemos, y si no te alcanza yo te presto, Ale.

El libro era para Gabriel, un amigo que había ido conociendo hace poco, por su cuenta en msn. Ya tenía contacto con él, pero hubo un día, no se explica cómo, que le pareció más divertido chatear con él. Iba contenta al trabajo, se sentaba a su oficina y encendía la computadora y se conectaba a Internet. Chateaba mucho con él hasta que un día se encontraron y ese mismo día se besaron. Y se vieron algunos días más.

-¿Qué hago migo? Me siento mal por esto.

Nunca la juzgué, fui lo más afable que pude, traté de recordar los libros que había leído pero no tuve ningún consejo a la altura de las circunstancias. Le fallé, así lo sentí. Para mí era comprensible que esto fuera a suceder en cualquier momento, era algo que se podía vaticinar y no había necesidad de ser pitoniso para eso. Agarré sus manos, le encendí otro cigarro y lo mejor que pude hacer fue escuchar. Ella necesitaba una perspectiva que la culpara o la eximiera. Hice lo segundo, no sin antes aconsejarle, eso sí, que pensara muy bien en las consecuencias. Era todo lo libre de hacer lo que quisiera pero tenía luego que responder por sus actos si algo llegara a pasar, si alguien la descubriera.

-Él es actor.

Cuando me dijo eso, se le notaba feliz, cierta admiración. Era un artista con todo y barba larga, le atraía eso y le resultaba gracioso que fuera más bajo que ella. Aunque la verdad es difícil encontrar alguien más alto que ella.- Va a participar en una película- me dijo excitada. La van a rodar en Piura y él está muy emocionado, es su primera participación en una película. A mí me encantó la idea, siempre me gusta que alguien pueda realizar sus sueños.

Cuando salimos del Jockey, tomamos un carro en la Javier Prado, me preguntó si aún se veía bien. Y por supuesto que se veía bien, era una princesa atrapada en una oficina donde chateaba con el actor de barba larga, el que la hacía sentirse pecaminosa, el que la hizo recurrir a un viejo amigo en busca de consejos.

-Quiero que escribas sobre mí, por favor.

La noticia me cayó como un torpedo, como una lluvia frente al Starbucks. Y es que nunca he podido escribir a encargo de nadie. Y menos sobre la historia de una mujer, porque tengo el conflicto, los límites de la escritura en primera persona y porque tiendo a ser un tanático autobiográfico. Pero acepté el encargo. Lo primero que hice fue comprarme un libro que hace tiempo me urgía leer. A la escritora que por la tristeza que emanaba debía leer. Me compré Mrs Dalloway, de la que nació para morir en el río Virgina Woolf. Día y noche luchaba por lograr encajar la historia. Alejandra me llamaba a mi celular y me preguntaba cómo iba la historia y yo siempre mintiendo. Que iba por buen camino.

Unas semanas después recibo dos noticias. Una, me iba de viaje a Satipo y la otra venía de Alejandra. Se trataba de Gabriel, se había vuelto a encontrar con Ale, sonrieron, la pasaron bien, la llevó a su casa, pero andaba triste. La película se iba a filmar en Cabo Blanco y no tenía el dinero suficiente para viajar y probablemente llamarían a otro actor para reemplazarlo.

Él le pidió prestado una cantidad de dinero a mi amiga, dinero que con sus deberes de madre hermosa no iba poder financiar. Por lo cual acudió a mí, que ya tenía, por fin, el cuento en mis manos. Me explicó todo detrás de su sonrisa. No me gustó la idea pero jamás me he negado a prestarle dinero ni nada que tuviese o pudiese conseguir a Ale. Se lo di con todo el cariño y certeza del mundo de que jamás volvería a ver ese dinero. Ella me agradeció con un abrazo de niña loca, de orate exquisita y tierna, mientras le entregaba el cuento terminado en sus manos.

Y así, me fui con el resto del dinero que me quedaba a la selva de Satipo, Ale a su oficina llena de abogados, que no saben que cuentan con la chica de sonrisa inmarcesible y Gabriel rumbo a Cabo Blanco, a grabar la película que meses más tarde ganaría muchos premios. Posteriormente, a mi regreso, Ale me agradecía por lo “hermoso” del cuento (las comillas son mías) y de paso me mostraba las fotos del equipo de grabación, con Tatiana Astengo entre ellos. Y me prometió que la acompañaría al estreno. Cosa que nunca sucedió, pasaron los años y nuevamente dejé de tener contacto con Ale, ya ni recordaba el cuento ni la película. No recuerdo tampoco el verdadero nombre de Gabriel, ni su rostro y por eso no pude ubicarlo cuando fui a ver la película. Que debo decir, es una de las más hermosas que he visto en la cinematografía peruana.

Mi querida amiga ahora se ha unido al cristianismo y ha decidido seguir con su esposo y mantener la relación familiar. La invité al teatro el mismo día que recibí este correo, pero no pudo encontrar a alguien que cuidase a su hijita. Yo por mi cuenta, sigo en busca de consejos y de esa paz que vive a lo lejos. Quizás si volvieras a mí, Ale, mi vieja amiga, a pedirme ayuda, lo que sea, porque me siento útil cuando necesitas de mí, de tu amigo que te adora. Un beso y ojalá nos volvamos a ver pronto. Muy pronto.

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