miércoles, 31 de agosto de 2011

LA MIERDA DE PERDERTE, TE EXTRAÑO MOTA.


Hace años perdí a mi perra, murió frente a mí y yo vi sus ojos mirándome y cerrándose. Fui el asesino, yo di la orden, fue consejo del veterinario, iba a sufrir más, me dijo. Sin embargo nunca me dejé de sentir culpable, aún tengo grabada su última mirada, esa de confianza, en donde no hay miedo porque quien te acompaña te cuidará y te salvará. Yo había prometido salvarla y la vi morir. Cargué su cadáver hasta la playa, su cuerpo que era ágil yacía inerte dentro de una bolsa negra. Mis amigos me acompañaron a llevarla hasta la playa, no quise enterrarla en mi casa porque nadie me ayudó en ese momento a salvarla, entonces no quise que descansara ahí. Hicimos un gran hoyo en la playa donde antes nos divertíamos viendo las olas, ensuciándonos en la arena. Ahí descansa hasta ahora y desde ese momento no quise volver a tener otra mascota por el miedo de revivir el mismo dolor.

Así lo cumplí hasta hace poco, pero fue mi hermana ahora la que quería un perro. Y consiguió a la más hermosa. Su nombre es Mota, yo se lo puse cuando vi por primera vez su fotografía a través de la pantalla de mi computadora. ¿Puede algo tan pequeño almacenar tanta hermosura?

Es un Shih Tzu, marrón con blanco, travesura con ternura. Tenía un mes cuando llegó a mi casa. Casi ni se movía, cabía en mi mano y así la levantaba a la altura de mi rostro y sacaba se pequeña lengua, tibia, humilde. Yo la vi crecer, ya no era del tamaño de mi mano, ahora ocupaba parte de mi brazo cuando la cargaba para llevármela a comprar películas, porque a ella le gusta el Graduado, con Dustin Hoffman. Pasamos el último domingo viendo esa película. Recién le habían cortado el pelo que le impedía ver por dónde andaba. Su única preocupación era alcanzar su cola, en sentido horario. Daba vueltas y vueltas, con la certeza de que en algún momento la alcanzaría.

Mi madre dormía con ella, mi padre dormía con ella, mi hermana dormía con ella. Y yo dormí con ella la madrugada del martes. La subí a mi cama y me cubría con mis sábanas para que no me lamiera el rostro, y ella escarbaba para encontrarme. ¿Les conté que tenía muchos peluchitos? Pues sí los tenía. Y adoraba a uno, que era un payasito, lo agarraba con su hocico y se lo llevaba a quien quisiera jugar con ella. Levantaba sus dos patitas peludas y te miraba. Yo le enseñé a jugar a recoger el peluche o por lo menos me gusta creer que yo fui quien se lo enseñó. Hace poco había cambiado de juguete favorito y ahora jugaba con un ratoncito de peluche que a mí me ponía los pelos de punta. Me alejaba de ella. Pero ahora daría todo, absolutamente todo, para que hoy viniese con su horrible ratoncito de peluche para que juegue con ella.

Tenía un mes cuando llegó y tenía cinco meses ayer cuando se la robaron. No había nadie en mi casa. Fui el primero en llegar y muchos vecinos en la esquina –han robado tu casa- me dijeron. Hacía unas horas había visitado a mis tíos y mientras estaba en la sala divisé el cuarto donde antes dormía mi abuela. Ella falleció y desde entonces no he vuelto a visitar su habitación, pero ahí estaba, la cama, sin ella. La imagen me enmudeció por unos instantes, no hay nada más triste que una cama vacía. Cuando entré a mi casa, todas las cosas estaban esparcidas por el suelo, entré rápidamente a la cocina, que es donde se queda Mota cuando salimos. Mota no estaba y su cama estaba vacía. No hay nada más doloroso que una cama vacía.

Mi hermana lloró hasta quedarse dormida, igual que mi madre. Yo he llorado hoy. Recién hoy, hace unos instantes y lo sigo haciendo ahora mientras escribo esto, que me parte y expone la fragilidad que pensaba olvidada. Pasé la noche leyendo a Sábato.

Hoy salí a buscar a mi perrita al Centro de Lima. El lugar es horrible, un círculo dantesco, la certeza de que como raza somos una mierda. Pregunté a todos los mal nacidos si había llegado un Shih Tzu hembrita, de como cinco meses, obedece al nombre de mota, hermano, ten mi número, estoy dispuesto a pagar cualquier precio, llámame. No me han llamado hasta ahora. Hay tortugas, peces, conejos, gatos, perros, dolor, mierda. Pero no había Mota. Alguna vez había ido a ese lugar a acompañar a un amigo que quería una mascota y desde esa ocasión me juré no volver a ir, porque salí adolorido de ese espectáculo siniestro. Pero hoy fui por ella, mi Mota, y no la he encontrado. Los aullidos de los cachorros me lastimaban, no eran mi Mota, pero quería llevármelos, ningún animal se merece eso.

Mientras siga habiendo un mercado negro de animales, seguirá existiendo un negocio en el robo de estos. Me he prometido acabar con ese lugar, con ese infierno, como sea posible. Porque yo me puedo merecer mucho de lo que pueda sufrir, pero mi hermana no, ni mi perrita. Ella era el ladrido pequeño de la inocencia, ella era la engreída, por ella mi familia había vuelto a ser una familia. Y por ella mi familia llora. Te extraño, pequeña.

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