jueves, 26 de febrero de 2009

UN “IZQUIERDISTA” EN EL SUR



Me gustan las zapatillas de ciertas marcas, aunque al comprarlas jamás me fije en ellas, resulta pues una elección natural, naturalísima. Visto cualquier tipo de ropa que me compren, siempre y cuando me guste y no sea chillona, ya sean procedentes de tiendas grandes o artesanales. Soy un visitante de esos que evitan visitar, de esos que suelen aparecer tan sólo una vez por año a recorrer mercados, lo más rápido posible, casi sin existir.

Soy intolerante a los olores fuertes, al ruido que emite cualquier tipo de ómnibus, a las señoras gordas, cuarentonas y cincuentonas, que no hacen más que hablar de los “asuntos internos” de su barrio. Me irritan los nicknames en inglés que ponen en el Messenger, es más detesto que me saluden como: Hi migo. Oh, that is so cute. Y sin embargo estudio en el ICPNA, hastiado de emos y reggeatoneros, chicas guapas invisibles, chicos guapos de cerebro invisible, chicos pop e infinidades. Hago la promesa de no tener jamás de los jamases un Nextel, un Blackberry o un Iphone y me declaro feliz con mi celular barato, con mi MP4, que me defiende del ruido infernal de las emisoras radiales en algún ómnibus en mi recorrido Miraflores-Surco, Surco Miraflores. Suelo ir a cines que cuesten de doce soles para arriba, para eludir así el grito, las conversaciones durante la película, las preguntas, el juego.

Casi nunca como fuera de mi casa, y si lo hago, lo hago en determinados lugares, con determinados olores y en determinados ambientes. Nunca he estudiado en un colegio nacional, pero ahora estudio en una universidad nacional. Me falta calle me dicen por allá, que me falta esquina, supongo entonces que tengo más vereda, más rincón, más silencio. Soy un peruano que no come cebiche, ni anticucho, ni chismes, bien patriota bien ajeno, bien qué sé yo. Tengo el apodo del burgués en mi universidad, cuando en realidad pertenezco a una clase media pululante entre el estrato “D” y “C”, más “D” que “C”. Y no saben del esfuerzo que hago para poder comprarme un buen disco de Sabina, o buscar uno de Piazzolla, encender un cigarrillo de vez en cuando y según la dimensión de mi soledad.

Bebo sólo jugo de naranja en el desayuno, si voy a un café lo único que pido es un frapuccino, si me reúno con alguien es sólo por las noches, sólo con amigos y sólo entre copas. Prefiero mil veces mil, una botella de ron, whisky o tequila antes que una cerveza. La paso muy bien en cualquier banca de cualquier parque de Miraflores o Barranco, vivo exquisitamente si recorro algún bar de Pueblo Libre. Gasto pues, infinidad de dinero en felicidad bebible, audible y hasta leíble and why not? Así soy feliz. Y a todo esto, a todos estos gustos que mi padre sitúa en la clasificación de contradictorios según mis ideales ¿Me imposibilita la posición de izquierda? Hace unas semanas fui a Santa María, una playa ubicada al sur de Lima, cerca a San Bartolo, (tratando de huir de la costa verde) esplendida, gallarda hasta la indiferencia, residencial hasta lo ajeno. Basura al mínimo, belleza soleada, mar de aquellos, burguesía en paz. Infantil por el Yatch Club que nunca visitaré, con mi revista QUEHACER en la mochila y las Antimemorias de Bryce en la página doscientos cincuenta, la cerveza dorada en la mano y amigos al fondo del mar. Y por ningún momento de confort y brisa dejé mi pensamiento extraviado, porque si alguien me pregunta que si soy de izquierda, yo respondería: Si existiese la derecha, como que existe, entonces no me quedaría más que situarme en la izquierda. Y como existe la derecha, pues yo soy de izquierda.

Y en mi caso sería más difícil mi ubicación dentro de la izquierda, falta agregar que soy ácrata hasta el romanticismo, pues ni soy una izquierda venida del pueblo ni soy “rabanito” con todo el lujo y derecho del caso. Soy izquierda porque alguien tiene hambre y no tiene qué mierda comer, soy izquierda porque he tenido la educación que otros no han tenido, soy izquierda porque tengo todas las comodidades que muchos no tienen. En resumen, soy izquierda porque hace falta ser tan ciego como Jorge de Burgos para no sentir algo de miseria humana y ser un minusválido mental para decir: Tú que tanto te quejas y dices ser de izquierda, pero te vistes así, vives así, hablas así, eres así…La igualdad que se reclama, para no tener que repetirlo más veces, es la igualdad de derechos y beneficios, no la igualdad de marginalidad. Qué culpa tengo yo si prefiero a Les Luthiers que a los cómicos ambulantes, no andar insultantemente despeinado, con la ropa rota, sucio y no sufrir de hambre. Me declaro inmortalmente feliz en mis pequeños lujos y si pudiera tener más no me quejaría, aquello significaría más licor, más música, más libros, más confort. Y nada, nada me alejaría de mis convicciones extraviadas, de Vallejo, de Hesse, de Arguedas, del guardián de mi casa, de la señora que hace la limpieza, del sueño ambulatorio del cambio, del miedo a la corbata y a la indiferencia.

Salgo del mar, totalmente agotado y anciano, almuerzo en algún restaurante de la zona, y me enrumbo a Surco, llego a mi casa, me aseo y me acuesto preparado para la insolación que vendría después. Infantil nuevamente por el Yatch Club que por el momento no visitaré, me invitan a salir a comer y yo reniego porque tengo insolación y no me gusta comer afuera, y tampoco me gusta lo que voy a comer y tampoco quiero ir al día siguiente a mis clases de inglés, y porque soy de izquierda y porque me preguntan que por qué jamás de los jamases si soy de izquierda no estoy con un polo del Che Guevara, gritando en una marcha y todo alborotado. Y qué saben ellos que mi polo lo perdí hace mucho tiempo, pero que tengo al Che en el corazón.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias a la vida porque existan gente como tú... Estrecha mi mano izquierda. Te seguiré leyendo

Anónimo dijo...

Otra vez gracias; pero soy menos original que usted. Usted, en cambio, lo prosaico y común, como un viaje, lo ha vuelto en una experiencia vívida. Sería interesante lo que propone, pero siempre y cuando, Sabina ande por allí. Claro, desde abril, sería todo posible en San Marcos. A todo, ¿con quién tengo el gusto?

Anónimo dijo...

Yo diría que estreches mis dos manos... pues es un artículo sin dudas que roza más con lo conciliador que con lo radical, y es en por ello que se hace radical, es un llamado al ver las cosas desde otra perspectiva y eso tú sabe hermano espiritual, es lo que me parece fantástico. Genial.

vanessa geldres dijo...

hermano. (suspiro)