jueves, 6 de agosto de 2009

LA VERDADERA HISTORIA DETRÁS DE MI CONCHA DE NÁCAR


Desde ya me siento culpable por narrar esto que debería permanecer en el conocimiento de sólo unos cuantos, desde ya la culpa viene porque muchos, quienes quizás deberían haberlo sabido mucho antes y de otra manera, lo harán de esta forma tan frívola y ajena, pido disculpas porque sumaré a estas preciadas personas junto un número de desconocidos, que quién sabe si les importará esto que van a leer. Por eso, ante todo, expreso que una vez más jugaré el papel del egoísta e irresponsable persona que suelo ser, por revelar situaciones que debieran conducirse por otros medios, sin embargo hay una fuerza inefable que me gobierna y me arrastra a ser yo mismo partícipe de la creación de mis problemas. Quizás es por eso que atenté contra mi vida hace ya casi un año, uno de mis intentos más decididos y que por lo tanto fue una frustración difícil de aceptar.

Imaginemos, tratemos de la mejor manera, de obviar todo lo que al principio se muestra como un acto vergonzoso de súplica infructífera, porque estoy siendo injustamente sincero conmigo mismo, la sinceridad también es una forma de injusticia, y la sinceridad que me atribuyo en estos momentos me puede salir cara. Intento únicamente narrar una historia, la historia de un hombre que decidió morir y que vive para decir: me pararon la hemorragia y me salvaron.

Asumiré el desconcierto y la falta de sintaxis en este texto impresentable para cualquiera, por eso intentaré poner algo de orden para el lector. La intención de esto es narrar el por qué de una crema de concha de nácar en mi morral, que una vez encontró un amigo, motivo que se convirtió en una broma recurrente, que me divierte mucho además, sin embargo me inquieta mucho la historia que se esconde tras de esa broma inocente que generó el encontrar una crema de concha de nácar en mi morral. El segundo motivo, claro está, es explicar el motivo en sí, las situaciones que me llevaron una madrugada que acercó al mes de Octubre con Noviembre, noche en la cual mis padres vieron un cuerpo violento y sin voluntad de vida. El tercero y último es saciar mi noche, mis ganas de arrancar de mí esta historia que me grita su escritura, que rasga la noche y seduce a la culpa. Mi vocación de Kamikaze.

La frialdad que encerraba mi cuerpo aquella época, recuerdo bien, era aterrorizante, me llevó a escribir muchos textos, a caminar sólo y con un maldito miedo acosador, la soledad, que es otra formar de llamar a ese frío gélido que llevaba en mí, me obligaba a encerrarme horas de horas en un hermetismo inhumano, en una habitación a un lado de la cama, golpeando siempre la pared con el puño cerrado. La desesperación encontraba muchas razones. Nunca me llegué a psicoanalizar, como bien me lo sugirieron tantas amables personas que se preocupaban por mí, tantos buenos amigos. Lo único que hacía era caminar solo, con miedo, porque no sabía qué podía encontrar en el camino, sobre todo no quería ver a personas que podían hacerme daño su sola presencia, su sola belleza. Pasé dos años en ese estado de búsqueda inconclusa, con la sonrisa luchando por emerger entre kilómetros de niebla. Recuerdo muy bien todo aquel asunto, que estas palabras pueden quizás exagerar, pero fueron dos años en donde aprendí el valor de un filo cortante.

Poniendo las cosas en claro, siendo desgraciadamente repetitivo y fatuo, volveré a joder con el asunto de siempre, atravesaba la ruptura con mi enamorada, situación que no encontraba cómo afrontarla. La verdad es que esto era sólo el detonante de un enumerado grupo de problemas, de fantasmas que me perseguían desde mucho tiempo atrás, fantasmas a los cuales nunca me atreví a enfrentar. No me permito decir más, porque simplemente no encuentro palabras para explicarlas, o porque quizás aún no estoy listo para narrarlas y ya desde ahora siento todo el peso del fracaso de estas líneas, que parecen atrapadas en una red de insípidas emociones. Desde ya siento que no estoy logrando nada de lo que pretendían estas líneas catárticas. Aun con esto, contra todo pronóstico al buen gusto, continuaré. La noche del 31 de Octubre del 2008, después de haber visitado Quilca, después de haber estado en una reunión que francamente me pareció desagradable, regresé a mi casa en un estado de neutralidad aparente, que yo mismo me la creí. Era de madrugada, y ya para entonces era primero de Noviembre, de un momento a otro sentí cómo iban escapándose de mí las fuerzas, y me descontrolo, me altero. Mi padre, a quien me lo encontré al llegar a casa, intenta calmarme, quiere saber qué es lo que me pasa, por qué es que de pronto me pongo virulento y comienzo a insultarlo. Yo recuerdo haber sentido una ira incontenible, producto de tantas memorias de maltrato e indiferencias por parte de mi padre hacia mí cuando era un niño. La verdad, todo era insostenible, yo había bebido de más y sufría de más también. Hice tanto ruido innecesario que los gritos llegaron hasta la habitación donde mi madre dormía. Ella salió alterada por el disturbio acrecentado por mis golpes a la pared. Quería tantas cosas, quería vivir de otra manera, porque hacía tanto tiempo que me aburría con facilidad de todo, absolutamente de todo. Luego de haber superado, en cierta forma, las horrendas noches de ruptura amorosa pensé que lo peor había pasado ya, pero no contaba con las interminables horas de aburrimiento que vendrían después, todo iba careciendo de sentido para mí, abandonaba todo o todo me abandonaba. Cada día al amanecer lo único que hacía era buscar una razón, tan sólo una lo suficientemente valiosa para despertarme y vivir, vivir. Pero cada día se me hacía más difícil hallar esa razón de rescate. Durante el enfrentamiento verbal, que por poco llega a lo físico, mi madre aterrada queriéndome calmar, intento explicar con claridad la ira que llevaba dentro, la eterna búsqueda del sentido, mis interminables llantos, mi fracaso con lo alegre en el mundo.

Le digo a mi padre que veces quisiera morirme, que a veces pierdo la noción de las cosas, que todo en mí va perdiendo valor, le intento explicar que estos deseos no son recientes, que desde mi niñez estos pensamientos me acompañan, pero que ya no aguanto más, que a veces quiero morir. A lo que él responde que me mate entonces, que no le interesa. La rabia ante esa respuesta, que fue más bien un reto, porque me retó aquella vez Hazlo pues si te atreves, a mí no me importa. Hazlo pues. Hizo que corriera, no escuchando los ruegos bañados en lágrimas de madre, pidiéndome que recapacite, que no haga nada. Camino con violencia, sin importarme nada hacia la cocina, pienso para mis adentro que ahora verá, que quién se cree él para decir Hazlo si te atreves ¡No! Quién se ha creído que es, yo que intentaba confesarle que me siento así, que no aguanto más. Llego a la cocina y abro un cajón buscando algo, cualquier cosa con que hacerme daño y demostrar de lo que era capaz, que no me hubiera retado. Encuentro un cuchillo, mi madre al ver el objeto no aguanta su miedo y sus gritos, me implora que lo deje por favor, que no me haga daño. A mí ya no me interesaba nada, la verdad es que no tenía la convicción de matarme, no era la idea primaria, pero no me importaba si al cortarme moría, simplemente no me importaba vivir o morir. Me acerco donde mi padre, no recuerdo su rostro en ese instante, pero según me dijo, estaba muy asustado de que me pasara algo. Sé que me paré frente a él, cogí el cuchillo con fuerza, alcé mi brazo izquierdo y con la mano derecha dirigí el arma hacia mi muñeca. Todo fue tan suave, cada recorrido del metal recorriendo mi piel, ese tacto impuro de la muerte, la libertad que sentí me impidió escuchar los gritos de mis padres, la desesperación de mi madre, hasta que el cuchillo cayó con mi sangre al suelo teñido de rojo. La hemorragia fue fuerte y manchó toda mi ropa, parte del suelo de la sala y la memoria de la vergüenza. Las manos de mi madre apretando fuerte con un paño mi muñeca, limpiando y frenando la incontenible sangre que salía de mí. Recuerdo también a mi padre intentando acercarse a mí y yo gritarle e insultarle, alejándolo de mí, impidiéndole acercarse a mí, lo veía agacharse y limpiar el piso de la sala diciendo ay hijito por qué por qué, yo lloraba y todos lloraban. Intentaron llamar a los bomberos pero afortunadamente la hemorragia cesó su sangrado y los cortes no llegaron a ser en lugares que pudieron haber sido mortales. Luego simplemente, quizás debido a la sangre que perdí, perdí la conciencia y desperté adolorido en mi habitación. Ese día, o sea posterior mi intento suicida, había una reunión familiar en mi casa, nadie dijo nada, nadie se enteró. Mis padres no quisieron preocupar a nadie, decidieron que eso se debía quedar entre ellos, entre nosotros. Cuando abrí los ojos mi tía estaba al lado mío, nunca vio la heridas en mi muñeca, sólo me vio, me preguntó si estaba bien y se retiró, luego llegó mi madre, pidiéndome perdón por tantos años de sufrimientos vividos, me hizo prometerle que jamás lo volvería a intentar, que buscaríamos ayuda profesional, que por favor la perdone que nunca más, nunca más por favor. Posteriormente, en la noche, mi padre y yo hicimos las paces.

Nunca más he vuelto a intentarlo desde entonces, creo yo que hora tengo los motivos reforzados, los de vivir, las penas presentes, pero la sonrisa ahora pasea, deja rastros de su existencia. Obviamente, después de lo sucedido, las marcas quedaron, horribles cicatrices que se debían eliminar. La razón pues, el motivo de aparición de la concha de nácar se resume a borrar de mí aquella noche triste para el alma. Una amiga, que se enteró de lo sucedido, me lo regaló. Desde esa vez la llevo a todas partes, y la unto sobre el pasado de mi pena, las heridas prácticamente se han borrado, casi igual que las penas. Y es cierto, la llevo casi siempre conmigo, en mi morral, y es por eso que un día en que a mi morral le cayó un poco de gaseosa, un amigo gentilmente sacó todos los objetos que estaban en mi morral, para que no se fueran a mojar, y descubren ahí mi “famosa” concha de nácar. Todos rieron pensando que la razón de esa crema se debía al hecho de sólo cuidar mi piel, a un acto “metrosexual”. El asunto fue tan cómico que hasta yo me lo creí, olvidándome por completo el verdadero origen de esa crema en mi morral. Aquella triste historia detrás de esa inocente y graciosa broma.

2 comentarios:

minif dijo...

Hola amigo..es triste para mi leerte el dia de hoy..y saber que estuviste a punto de huir..de la manera más equivocada...lo unico que te puedo decir es que muchas personas al igual que tú no hemos tenido una infancia linda..muchos padres no fueron como nosotros hubiesemos querido que ellos fueran y lamentablemente eso nos marca profundamente y se convierte en un peso y una pena que uno lleva cargando en sus hombros constantemente...y que nos hace infelices, pero sabes? y lo entenderás cuando seas padre..No es fácil ser Padre de Familia y más aún si nuestros padres támbien arrastran maltratos que suelen repetir con los nosotros los hijos...generalmente esto se convierte en un circulo vicioso..el detalle esta en darse cuenta del error y tratar de corregirlo...nunca es tarde..amigo..yo estoy casi segura que tu Padre tambien fue victima y a repetido contigo lo que hicieron con él..trata de comprenderlo pues él tambien fue un niño con falta de afecto..conversa con él dile lo que sientes y cuanto lo amas..y perdonalo amigo para que tu consigas esa paz que necesitas..y por lo que más quieras NUNCA MAS!!vuelvas a intentar hacer esto..y si es necesario busquen ayuda con algun psicologo para que les ayude a superar el problema que no quede asi..
Cuidate mucho..y espero que la relacion con tu padre mejore...
Un beso

Anónimo dijo...

Escribes muy bien. Vuelca tu dolor en estas páginas. Tienes talento y mucho que dar aún.