viernes, 16 de octubre de 2009

SUCEDIÓ EN LA CALLE DESAMPARADOS

Se fue desvistiendo gradualmente, temblaba un poco, lo usual en estas situaciones. Ya mostraba algunas muestras del maltrato en su piel, coloraciones evidénciales en sus brazos, típico forcejeo, inútil como en tantos casos, de resistirse a los deseos sexuales de su victimario. Que dejes de gritar, pronunció con fuerza mientras con sus manos sostenía impiadosamente los brazos de la aterrorizada joven. Con la música y el volumen ensordecedor, los gritos de auxilio parecían no encontrar dirección. Quizás ella sabía que era inútil gritar, ya sea que el volumen no fuera tan alto, nadie se atrevería a ayudarla, este tipo de lugares, de construcción vieja, que alguna vez fue hogar de distinguidas familias, ahora sirve para este tipo de actos. Todos alrededor saben qué está pasando y seguro lo están comentando mientras fuman algún cigarro. Al costado de la habitación se escuchan los gritos de otra mujer. Pero ella parece disfrutarlo, o en todo caso parece fingirlo, no se oyen forcejeos y las palabras soeces parecen excitarlos a ambos. Qué mierda es este lugar, piensa para sus adentros la pobre joven a la que llamaremos Sofía, sus prendas yacen en el suelo, raídas por la virulencia sexual de aquel hombre que no deja de pasar sus manos sobre los senos de la mujer. No hay necesidad de golpearla, la tiene a su merced, sigue luchando, pero de nada sirve. Aun así la golpea, por placer, por alimentar su libido. Allá, afuera de la habitación, se confirman los pensamientos que antes se han mencionado respecto a la actitud de las personas y su voluntad neutra de ayuda.
Es cierto, a pesar del ruido de la música, una cumbia que parece estar de moda entre los habitantes de este espacio, aun con eso, se escuchan los gritos de la mujer que clama ayuda. El dueño del hotel es inmutable ante los hechos, sus dos acompañantes, uno gordo con bigotes y camisa floreada parece reírse, a diferencia del dueño inmutable, él goza con los alaridos de la mujer, mientras se rasca con una mano su abultada barriga por debajo de la camisa, con la otra, hábilmente, sirve un poco de cerveza al vaso de su otro amigo, un joven que acaba de ser padre, festeja por su hijo recién nacido, tiene grandes planes para él. Le enseñará a pelarse bien, como se debe, para que sea respetado en el colegio, y sobre todo le enseñará cómo se debe tratar a un mujer, para que sea un verdadero hombre, Salud compadre, por mi hijo y por la puta que se la están tirando rico. Ambos celebran, mientras al dueño poco le importa, total es un día más de trabajo, aquí pasa de todo, mejor es callar para evitarse problemas, fingir que nada pasó. Pronto los gritos dejaron de escucharse, se empiezan a tejer ideas sobre el porqué del cese de la chica. La respuesta es sencilla si uno empieza a construir con lógica los factores que condicionan el grito. Uno es la intención de este, que es un intento fatuo, una exclamación de auxilio que no encontrará respuesta. Pero en sí, lo que posibilita esto es la operatividad de la boca, ahí estaría la solución a la incógnita de los dos hombres, incluso también la del inmutable. Su boca está siendo utilizada, en contra de los deseos de su propietaria. La felación es lo que ha motivado el silencio repentino. El hombre agarra con fuerza la cabeza de Sofía, la dirige hacia su miembro viril, por momentos tira la cabeza hacia atrás y gime de placer, pero luego recobra la coherencia y vuelve a dirigirla hacia abajo, no vaya a ser que a la mujer se le ocurra defenderse y le muerda con todas sus fuerza aquello que lo hace ser diferente de la persona que llorando está entre sus piernas, aquello que lo ha convertido en un animal.
De pronto se cansa y la tumba sobre la cama, le abre las piernas, ella está totalmente desnuda, sin embargo él ha preferido mantenerse con las medias puestas. Lo comprensible hubiera sido que solo se bajara los pantalones en caso de que algo malo surgiera y así poder escapar fácilmente, pero su deseo es más fuerte y ha tenido que quitarse la ropa para poder disfrutar mejor del acto. Pero claro, la medias puestas, Abre bien las piernas, peludita no, por qué lloras tanto si ya veo que no eres ninguna santa, no eres virgen pendeja por qué lloras, vamos, muévete bien. Nuevamente los gritos se dejan oír y la quinta cerveza corre por cuenta del dueño esta vez, que ha decidido relajase un poco, no es un hombre serio, pero hay que estar atentos. No es lo mismo que vengan putas a tirar aquí a que traigan a una chica a la fuerza, algunos te pagan bien por el servicio brindado y la discreción, pero siempre hay el riesgo de que algo pase, siempre. Pero de qué sirve preocuparse, total no es la primera vez y hasta ahora nunca ha pasado nada, además los policías son sus amigos, ellos mismos han llevado a algunas putas al lugar, así son las cosas, la vida puede ser un gran prostíbulo, pero no ni eso, el mundo jamás podrá tener, ni siquiera, ese orden. La otra pareja, la que se encontraba en la otra habitación, acaba de salir, caminan por separado, no se conocen, no tienen por qué conocerse, simplemente han tenido una relación de negocios que ha llegado a su fin. Cada uno se irá por caminos diferentes.
Sofía está de espaldas, su cabeza apunta hacia el espejo grande que está al costado de la cama, parece ida, aquel hombre no ha respetado ningún orificio de su cuerpo, ahora lo hace por aquel último que a su morbo le faltaba, por aquel espacio sí era virgen Sofía, el dolor al principio fue inefable, pero no tanto como su vergüenza y su asco. De pronto el dolor aletargó sus acciones y simplemente calló, no volvió a gemir ni una sola vez más, su cuerpo era una masa vacua que recibía las injusticias de una piel no deseada. Todas las ideas que rondaban por su cabeza. Estará enfermo, me contagiará de algo, me embarazará. Ya simplemente era mejor evitar eso, mejor era morirse en vida, desnuda. El hombre eyaculó lo que pudo, desgraciadamente, al interior de su vagina. Se vistió lentamente, como si no hubiera nada que temer, quizás tenía razón, no había subterfugios para la prisa y el miedo. Miró nuevamente el cuerpo desnudo de su víctima, casi parecía producirle otra erección, pero era ya suficiente, no hay que tentar al destino. Sofía aún no recobraba el sentido, mantenía los ojos abiertos, con una mirada vaga y confusa, se abrazaba a sí misma, pero seguía desnuda. Quizás ya lo sabía, lo peor no era aquello que acababa de vivir, sino tener que recordarlo, en sus piernas. Su olor le apestaba y ahora ese olor era suyo también y probablemente la haya embarazado, ella lo sabe, que esto tiene sus consecuencias, es casi imposible que no suceda, aún tiene todo su semen en su interior y siente ganas de vomitar, aún sigue desnuda abrazándose a sí misma. No saldría de la habitación hasta dentro de dos horas, cuando el mismo dueño y sus dos amigos la sacaran, no sin antes vestirla, a medias, y no sin antes tocarla un poco. Pero eso sería un poco después. El hombre, satisfecho por una buena noche, baja las escaleras mientras busca su billetera en el bolsillo, saca una buena cantidad, lo que suele pagar para este tipo de favores. Gracias, Pedro, le dice al dueño inmutable. Gracias a usted, Padre.

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