sábado, 29 de mayo de 2010

ETAPA ZAVALITA II

Se acercan las elecciones, tanto municipales como universitarias. Por Lima siento una curiosidad, un cariño al ruido y una obsesión por aquel pasado sibilino y oligarca que guardan sus edificios viejos y persistentes. También viene a mí el agotamiento de una ciudad que anida el caos, que lo cultiva y lo legitima. Viene a mí el desconcierto y el vértigo por una capital huachafa y amnésica. Me huele mal el segundo lugar de Kouri, con sus credenciales fujimoristas. Aquella figura apocalíptica que representa, que se nos viene si sucediera que ganase. Por mi universidad, aquella huérfana de luces, no siento más que náuseas.

La Universidad Federico Villarreal es la capital del oprobio, la sucesión de lo no debido, la persistencia en el error, el triunfo de la cacosmia. Aquel edificio (“la central”). Aquel viejo edificio de la Colmena que hace muchos años fue la sede del colegio de La Inmaculada, donde estudió Aurelio Miró Quesada, Javier Prado y muchos más, ha atravesado un túnel oscuro y siniestro hasta convertirse en aquel infierno de ladrillos que es ahora. Uno puede entrar por la puerta principal y encontrarse con un busto en homenaje a Haya de La Torre con su inmensa papada inmortalizada. Alrededor de las escaleras del “paraninfito”, en sus muros, se encuentran las placas de antiguas promociones y junto a ellas los afiches de distintos grupos estudiantiles, de diversos colores, cada uno con su número de identificación. Me hacen recordar cinco años atrás, cuando ingresé, y sentía que aquel lugar, conocido por su fuerte presencia aprista, no podía ser tan malo, que quizás con un poco de esfuerzo y dedicación las cosas podían mejorar. Pero han pasado cinco años y lo único que ha cambiado soy yo.

Mis ganas y mis energías forman parte ya de la nostalgia, mientras que la suciedad de los baños, la inasistencia de los profesores, el insulto de los decanos, el reggaeton de los alumnos, el terror a los libros, las desérticas bibliotecas…todo eso sigue igual.

La Villarreal es un microcosmos de nuestra dolosa ciudad, es una síntesis de Lima. La incultura es lo primero y hay que defenderla, pareciera ser su refrán. Y no me equivoco, La Villarreal es Lima, apesta a Lima y persiste en su mediocridad a pesar de los años. Vargas Llosa, en su inmortal Conversación en la Catedral, hace una espléndida descripción de esta urbe errada:

Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú? Los canillitas merodean entre los vehículos detenidos por el semáforo de Wilson voceando los diarios de la tarde y él echa a andar, despacio, hacia la Colmena. Las manos en los bolsillos, cabizbajo, va escoltado por transeúntes que avanzan, también, hacia la plaza San Martín. Él era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento. (2004:17)


Pareciera increíble, pero el escenario no ha cambiado. El cielo gris sigue ahí como un Dios burlón de cuya fe me despedí hace muchos años. Los diarios, huérfanos de letra, permanecen y se convierten en sábanas al paso de algún ilustre borracho. Todo persiste en existir. Los afiches, pancartas y carteles de la Villarreal sólo me hacen agachar la cabeza. Salgo de ese edificio, camino hacia el kiosco más próximo y Kouri mantiene gran simpatía entre los votantes, bajo la cabeza. Camino unas cuadras, hasta Quilca, espero a que cambie de luz el semáforo para poder cruzar y desde la ventana de un auto sale disparada una envoltura de helado, bajo la cabeza.

A veces siento que el pesimismo es la coherencia del siglo XXI y la creencia nefelibata del cambio sólo una droga de esperanza. Es como si siempre llegáramos tarde al éxito y no hay metropolitano que nos ayude. Tarde siempre, como ayer 28 de Mayo en que recién los alumnos de la Villarreal han podido realizar su pre matrícula. Tarde siempre.

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