miércoles, 12 de mayo de 2010

SUEÑOS CON JULIA


CUENTO.



Angella, entre tu ocaso y tus dudas, te mantienes reflexiva y no sabes por qué. Acaso tu mano que se desliza, ingobernable ella, sobre todo tu cuerpo, contando de la cintura para arriba. Hablamos de tu mano derecha, que se desliza y cambia de temperatura a tu cuerpo. Angella, bien sabes tú que los sueños tienen un por qué, no es sólo un absurdo ni una pérdida de tiempo. Por eso te muestras angustiada mientras las sábanas celestes que te regaló Julia cuando eras niña están a punto de caer al suelo, al lado de ese fiero animal al que llamas Andrés, exactamente como a ese enamorado tuyo. Aquel que la memoria ha decidido dejar en la más profunda reconstrucción. Tú sabes, los hechos que este presente tuyo se encargará de moldear y olvidar. Pero mientras tanto Andrés no es más que un animal nocturno y juega con las sábanas caídas, mientras tú te alborotas y decides que llevas mucha ropa aunque sea invierno.

Abres por un momento los ojos y ves a tu alrededor líneas muertas, reflejos de un árbol enraizado hace ya años, recibes de él un mensaje ininteligible y por eso te aferras aun más a la ambigüedad de esta noche fría. Porque no sabes interpretar deseos, porque te sientes inmoral y atraída ante esta situación. Aunque lo niegues tu mano derecha sigue moviéndose por debajo de tu polo con unos dedos adentrándose en tu brasier. Elevas tu rodilla izquierda apuntando hacia ese viejo ventilador, tan obsoleto en este frío de invierno. Con esa misma rodilla aprisionas la única mano que te ha quedado libre, aquella que se encuentra en medio de tus dos piernas desnudas. Bien sabemos que no importa la fecha ni los climas, dormir con pantalón es una barbaridad inconcebible. Por eso duermes con dos colchas y esa sábana celeste que yace arrugada al lado de Andrés.

Te vienen imágenes impropias, te imaginas, por ejemplo, tocar su boca con tu boca. Le envidias que tenga senos más túrgidos que los tuyos pero al mismo tiempo te excita y deseas verlos detenidos y luego en movimiento. La envuelves en cien vestidos, unos rojos otros negros. La vez caminando hacia ti y observándote como una centinela. Oyes el sonido de sus tacos mientras el vestido cede hasta tocar sus tobillos. Al mismo tiempo aprisionas más tu mano izquierda con las fuerzas de tus piernas, que por el momento lucen su desnudez estiradas, los dedos de tus pies se distancian a brevedad de espacio y se yerguen como si una mano los tocase. Julia ha entrado en tus deseos, Angella, admitámoslo, luce una figura de dulces líneas sobre su lisa piel, esa que tú ya has sentido en otras ocasiones y en otros climas. Te has decidido finalmente por ponerle un color al vestido, has optado por el negro. Ese vestido que ha caído al lado de la sábana. Observas cómo apoya sus dos manos sobre la cama, a la altura de tus pies. Se acerca hacia ti deteniéndose todo el tiempo que tú quieras. Andrés te mira quieto, impasible, cualquiera diría que te está juzgando, pero no hay nada que juzgar. Ahora decides jugar con tu cabello, lo muerdes, lo pruebas. Julia te besa y te dice: Chiquita.

Parece que has perdido todo pudor. Por eso esa leve sonrisa en tu rostro, por eso esa gesticulación sugerente. Por eso tus piernas lucen hoy más que nunca deseables. Es porque Julia te está dando el placer que ningún otro hombre te ha dado. Qué grato descubrimiento es el que te acontece. Aunque no seas del todo consciente. Tu cuerpo no discute y por eso tus piernas, recalco, lucen tan deseables. Angella, ves a Julia desnuda y la recuerdas exactamente igual a aquella vez que se bañaron juntas. Hace ya tantos años, en aquella casita de playa en Arequipa. Recuerdas esos veranos en que ibas a visitarla y le dabas un beso en la mejilla, tan prolongado. Ella te abrazaba y te decía: tanto tiempo sin verte, Chiquita.

Recuerdas que después de nadar en la playa se fueron a bañar juntas porque hacía mucho calor en aquel verano del 98. El Fenómeno del Niño ¿Te acuerdas? Julia quitándose el bikini delante de ti y tú ahí, estática, inamovible ¿Qué te pasa chiquita? ¿Por qué esa mirada? Y se quitaron la arena juntas.

Ese cuerpo no ha cambiado en todos estos años, la madurez la ha embellecido inclusive más. Te preguntas si siempre te gustó, debe ser que sí. Siempre la recordabas por sus tacos, querías ser como ella, tan sexy, tan independiente y tan segura de sí. Querías emular aquella fastuosidad por la que andaba por el mundo. Pero nunca pudiste con sus tacos, por eso simplemente nunca quisiste ninguno. En ella la palabra solterona no se aplicaba. Todos sabían que a esa mujer esa palabra no era más que una oquedad del ignorante. Por eso Julia siempre fue tan deseada por todos, por esa galanura, por esa inteligencia, por esa sensualidad tan abrasadora. Tan deseada incluso por ti Angella.

Dejas de morder tu cabello, abres tu boca por unos segundos, los suficientes para emitir ese sonido que proviene de todo tu cuerpo. Te has retorcido, luces acalorada y estiras un poco tu cabeza hacia atrás. Julia besa las zonas de tu cuerpo que el sudor ha mojado. Te sientes desnuda en libertad junto a la desnudez de Julia, besas sus pezones tiernamente, sin hacerles daño, sólo quieres besarlos, jugar con ellos, hacerte niña mientras sudas como mujer. Pero Angella, eres tan feliz y el tiempo no perdona ni consciente la felicidad. Por eso despiertas, abres los ojos en medio de la noche y te vuelves a sentir culpable. Observas a un Andrés inmóvil y adormecido. Angella ¿por qué sonríes? Es que acaso ¿recuerdas todo? Lanzas un suspiro y te miras coquetamente las piernas. Ves el reloj y te sientes feliz que ya sean las cinco de la mañana. El vuelo llegaba a las tres y es posible que ya haya llegado. Hace mucho tiempo que no ves a Julia, hace tantos años. Mueres por verla, ¿y el sueño? Que importa el sueño, mueres por verla. Te vuelves a mirar a ti misma. Nunca habías sentido tanto placer y atracción por alguien. Te vuelves a mirar, las piernas desnudas, y recuerdas la primera vez que viste a Julia desnuda, cuando se bañaron juntas. Seguro tu mamá ya fue a recogerla y ya la trajo a casa. Julia, la engreída de tu mamá, su hermanita menor. Julia, tu tía Julia. Mueres por saber si ya llegó. Sobre todo después de aquellas imágenes mientras dormías, tan reales ellas. Te levantas de la cama y tropiezas con Andrés, que tiene algo en el hocico. Te agachas para ver bien ¿Qué sucede Angella? Pareces aturdida. Andrés se inquieta ante la mirada de Angella y se retira del lugar soltando del hocico un hermoso tacón negro.



SUIMAR

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