jueves, 30 de octubre de 2008

SI FUERA MUJER


Como hombre, muchas veces no he funcionado y probablemente no funcionaré nunca. En la praxis de colchones y sábanas, fracasado total, treinta minutos de plegarias al cuerpo, vituperios sudorosos de cuerpos que luchan por encontrarse, cigarros húmedos que se alojan en la boca con el humo de la resignación ¿Fracasado? Claro, de esos que piden disculpa a la vergüenza, que engordan dos kilos cada fin de semana, esos que le agregan arrugas a la piel cada amanecer, soltero amateur (casi profesional), aliento de Lázaro, pecado hormonal, mano clandestina, lágrima espía, eyaculación tardía, adicción a las noches, coleccionista de rupturas amorosas, moco de consuelo ¡Fracasado total!

¿Y si fuera mujer? Bueno, primeramente tendría que bajar algunos de mis veinte kilos de sobrepeso, es decir, quiero ser una mujer atractiva: una puta, pero intelectual.

Cogería magistralmente y le preguntaría mi “Lolito”: ¿Qué tal, todavía puedes? Podría ser una mezcla de Angelina Jolie con Simone de Beauvoir, pero bueno, si como hombre no poseo atractivo alguno, como mujer tampoco aspiro a tanto. Si fuera personaje literario me encantaría que me inviten a tomar un desayuno en Tiffany´s, o que Humbert Humbert me lleve por toda la ciudad mimándome y haciendo de él lo que yo quisiera. Pero supongo que lo que más me gustaría de ser mujer es poder amar como lo hacen ellas, en otras palabras: De lo que pueda tener de hombre, lo cambiaría todo por amar como lo hace una mujer.

Ahora, lo que odiaría, de haber nacido en esta era del falo es que me llamen: señorita. Si alguna vez pasara eso, diría: Me equivoqué en esta ciencia y en esta letra maldita que significa vestirme de madame.

Ni que me compren tacos, ni mallas, ni ser madre, ni llegar virgen al matrimonio, ni matrimonio, ni que me respeten por ser mujer, sino por como ejerzo el ser mujer, es más, por como construyo y ejerzo mi ser. Si fuera mujer no me gustaría que me confundieran con Martin Carrasco, ese tipo feo, gordo y antipático que va rumbo a la soledad onanística.

Menciono esto porque una señora de nombre: Jacqueline linares Cárdenas (trabajadora en el área de Asistentes Sociales Destacada a los Locales, de la Universidad Nacional Federico Villarreal) ese fue el nombre que me fue dado por esta señora, cambió mi género masculino por femenino por el simple e irrisorio hecho de tener el cabello largo.

Esto sucedió mediante la realización de un concurso de “belleza” en plena hora de clases, en un ambiente en donde la contaminación sonora se deja sentir con fuerza dictatorial. Los alumnos de antropología intentaron manifestarse ante este hecho, al cual yo también me sumé, para expresar nuestra inconformidad por la paralización de nuestras horas de clases, mientras un tipo, micrófono en mano, hacía preguntas sobre “cultura general” y las concursantes respondían con una serie de palabras que nadaban en la demagogia más barata y servil.

Yo no quiero ser mujer así. Cuando esta señora, de manera prepotente, intenta arrancar una banderola, que expresaba nuestra inconformidad, yo me acerqué a intentar calmar las cosas y pedir una explicación, digo yo, en la creencia de un mundo “democrático” Chúpate esa mandarina, diría Bayly, y la señora me confunde con una chica, yo le informo de su equivocación, que ojala y fuera cierto, pero no, soy varón, nada machito, pero varón (sin mujer). La señora me responde que por el tamaño de mi cabello no sabe si soy una mujer o un hombre. Vamos, que no vas a querer medir mi virilidad por el tamaño de mi cabellera. Por segunda vez le pregunto, ya a solas, y me responde prácticamente lo mismo, que a su manera de pensar todas las que tienen el cabello largo son mujeres. A todo esto he de admitir que en esa ocasión ya estaba menos virulenta de como estaba minutos antes.

Que hagan sus concursos, tampoco soy Girolamo Savonarola, ni Andrew Cunanan, pero ¿Encerrar a Minerva para que desfile Afrodita? Cada quien con su espacio, por favor.

El concurso se siguió realizando ante la baba espumosa de los universitarios hambrientos de carne y yo, por otra parte, estaba tranquilo, pues descubrí que lo único que me gusta de los desfiles de belleza es que me recuerdan que no soy el único irracional en este mundo. ¿Bailas?

1 comentario:

Anónimo dijo...

suelen pasar en universidades dond existe gente con la mente tan cerrada y primitiva...en mi universidad ocurre lo mismo =/