lunes, 9 de marzo de 2009

EL DÍA QUE ME SENTÍ UN ESCRITOR EN BARRANCO


La imagen que tengo en mi mente, la de ese futuro que a veces me esfuerzo por atrapar, es la del escritor encerrado en sus temores y sus miserias. Es ambivalente (y claro, también narcisista el pensar en mí como un escritor) pues le atribuyo a esa imagen un entorno burgués, calmado y con una biblioteca enorme, llena de libros de los cuales leeré sólo la mitad y con un bar del cual me bebería todo. Por otra parte me imagino de igual manera la imagen del escritor envuelto en su miseria y sufriendo hambre cada noche y escribiendo sobre el tormento de sus fantasmas hasta convertirme en un recuerdo de quien pudo ser y que se fue a los cuarenta y seis. Pero creo que prefiero emborracharme “burguesmente” y seguir pensando “izquierdistamente”.

Ése es mi plan, mi proyecto oscuro y limosnero, el cual me define en la actualidad como “al joven que se le están pasando lo años de ser joven y que ya debe empezar a generar ingresos en la familia en vez de egresos”. Y con el perdón de mi familia, parece que yo sólo sé generar egresos, pero con “fina estampa”, y con esa misma “fina estampa” me encontraba echado sobre mi cama, pidiendo limosnas a la mente y tarareando La Foule de Edith Piaf, cuando me sentí más humanamente insoportable que nunca y quise destruir cuanto objeto estuviera cerca a mí y el objeto que pagó con creces mi virulencia de “joven al que se le están pasando los años de ser joven” fue un librito solitario de la muy querida Virginia Woolf , escritora tan genial como triste, a quien admiro por su literatura y porque se suicidó “muchas veces”, pero hubo una en especial en la que se murió. Una vez resucitado el libro, mas no la escritora, salí de mi casa rumbo a Barranco ¿Por qué? No lo sé, simplemente sentí que era el único distrito que era capaz de entenderme en ese momento, que me dejaría sentarme solito en una banca sin reclamarme nada. Y así fue que Barranco y yo fuimos socios de la soledad y la melancolía más alegre de la vida.

Me bajé a una cuadra del parque principal, fui caminando y existiendo por existir en cada calle, con cada antojo, “una hamburguesa, un jugo surtido, un cigarrillo, una cerveza, un buen ron…una enamorada”. Hasta que llegué al parque principal y sin casi haber sudado por el maldito verano. Quise leer ahí pero no pude, estaba inquieto y quería ver cosas y hasta que me vieran, así que decidí seguir caminando hasta llegar al Puente de los Suspiros y madre mía ¡Cuantos bares y yo sin dinero! Seguí caminando rumbo al mirador, ese que tiene un pequeño pozo para pedir nuestros deseos imposibles, iba apoyando mi mano sobre la madera vieja y de paso pidiendo mis deseos imposibles, y observando el mar, rojo amarillo y anaranjado, pero sobre todo: inmensamente solo.

Observando el mar solo se me vino a la mente nuevamente Virginia Woolf y la vi suicidándose en aquel mar barranquino, que debe ser mejor que el río Ouse, asumo yo, con toda la irresponsabilidad del mundo. Se me vino a la mente también, que si algún día me convierto en escritor, me gustaría ser de aquellos que fuman como diciendo: Welcome to my cáncer. Tengo esa obsesión por los vicios que no practico, tampoco bebo café, y hasta ahora no me he embriagado por amor en un bar. Pero he llorado ¡Ah, eso sí que lo he hecho!

Dije que Barranco y yo fuimos socios de la soledad y melancolía más alegre de la vida y no sabría explicar por qué, pero basta mencionar algunas cosas, como que estaba más humanamente insoportable que nunca, y que Barranco jamás le pide explicación alguna al solitario, que este distrito abrazó con ternura a Eguren y a Martín Adán, o más bien abrazó con locura sus “locuras” y…Barranco déjame ser un poco escritor y un poco loco en tus plazas… que el mar estaba tan inmensamente solo, lo que legitimaba a uno a sentirse con todo el derecho del mundo marino el hombre más solo del mundo. Y dónde está la alegría me pregunto, y la verdad es que no sabría cómo explicarlo, pues ni cigarrillo tuve ese momento en donde apoyado sobre las maderas viejas del mirador escuchaba a todas las parejas que habitan el lugar compartiendo espacio con el hombre más solo del mundo… ¿Y si volviera a tener enamorada? Pero a veces no quiero, porque a veces la recuerdo y porque a veces existo mal...Y quise ser curioso y escuchar lo que hablaba cada pareja, pero algunas hablaban en francés, otras en italiano, en inglés y otras un español tan mal hablado como el mío…y es que aún no estoy listo, y es que ella fue…y claro no entendí nada, menos de los que hablaban en español, pero el mar, el mar sí lo entendía y de pronto quise ser pescador y no escritor y de pronto anocheció y todos los postes existieron y Barranco envejeció más, pero con “fina estampa” y los bares y yo sin dinero.

Bueno, y la alegría ¿Dónde demonios está la alegría? Haciendo pequeño análisis puedo argumentar lo siguiente: Que la felicidad existió esa noche sólo porque yo quise que existiera. Permanecí casi dos horas parado en el mirador, pensando en cómo se habría suicidado Virginia Woolf si hubiera sido en Barranco, pensando si aquel perrito que andaba por ahí no sentía miedo de caerse al “barranco”, muerto de ganas por escuchar un tango, tratando de adivinar en cuál de todas esas casas vive el escultor Víctor Delfín, con ganas de fumarme un cigarrillo y sentirme más escritor que nunca, recordándola con cariño y queriendo darle un beso en la frente y ser alguna vez un buen amigo para ella…que ella es, que ella fue, que ella aún es…queriendo tener cuarenta años y una billetera decente y no generar más egresos a mi familia.

En fin, como se lo imaginan decidí que debía retirarme ya de ese lugar antes de darle espacio completo a la nostalgia y dejar a mis emociones en ese perfecto pacto de soledad, melancolía y felicidad. Fui a la biblioteca municipal, sintiéndome todo un escritor, queriendo buscar una biografía decente sobre Martín Adán, que aparte de saber que se llamó Rafael de la Fuente Benavides, y que vivió en un hospital psiquiátrico y que escribió La Casa de Cartón no sé nada más, pero el bibliotecario, al preguntarle por Martín Adán, me respondió: ¿Y qué ha escrito ese señor? Pero fue tan amable conmigo que jamás se lo reproché y hasta me regaló dos libros, que me los leí en una banquita del parque principal, sintiéndome por primare vez un escritor en Barranco, quizás por la soledad alegre, por la melancolía, por la juventud que me huye, por la enamorada que no consigo olvidar, por los litros de veneno fino que me bebo cada noche entre amigos, “los más solitarios del mundo”, por esa paz amante que en ocasiones se acuesta conmigo, quizás nuevamente por la enamorada a quien no olvido, la que me ha hecho “escritor” y ser feliz y que es mi amiga y de la cual yo seré su amigo, con todo el cariño y agradecimiento del mundo, o quizás simplemente porque Barranco es muy comprensivo con los solitarios que sabemos disfrutar de buena compañía, de buena música, de un buen librito y un buen trago un domingo a las dos de la madrugada, momento en el cual finalizo estas palabras.

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