jueves, 4 de junio de 2009

LLÁMALO CINE SI QUIERES


Cuando se trata de nombrar las cosas que existen en ese inmenso y casi elitista mundo de los solitarios, ya sea por elección o por decreto humano, que les puedan gustar, no resulta ser una tarea difícil. Simplemente porque no hay por dónde extraviarse, no damos razones para eso. Quizás sea esa una de las razones por las que no sea tan difícil saber qué es lo que me gusta, puede que sea una prueba irrefutable de mi condenada soledad, ya sea por elección o por decreto humano. Es una forma de estar en paz con el mundo y declararle la guerra a todo aquello que significa uno mismo. No aguanto las multitudes, a menos que no hablen, no respiren, no me miren. Pero increíblemente, no aguanto estar solo.

La paradoja más acertada que pueda explicar este sentimiento la encuentro justamente en uno de mis pocos placeres, de aquellos notorios, que es cuando desaparezco en el mundo de todos, en una habitación grande, rodeado de personas a quienes no les importa un pedazo de hombre que tengan al costado, que está tan sólo para que una pantalla le cuente una buena historia, y si es posible, si la historia es realmente buena, salga de esa habitación gigantesca, más pensativo que nunca y tal vez más solo que nunca.

Mi pasión por el cine es antigua y hereditaria, por parte de mi abuelo, que solía vivir en Atocongo, cuando trabajaba para una empresa dedicada al comercio de cemento. La más importante distribuidora de cemento en el país. El viajaba desde ahí, un sitio bastante lejano, hasta el centro de Lima, a veces iba solo, otras veces con sus hijos. Quien más me cuenta de eso es mi padre, de cómo él los llevaba al cine, mas nunca o casi nunca tenían ellos la potestad de elegir qué película ver. La elección ya estaba tomada y John Wayne estaba esperando, acariciando su arma, preparando la pólvora, hasta que mi abuelo se sentara en su butaca y oyera los primeros disparos y el primer relinchar del equino. Ese placer por los silencios humanos, sin nada más que el ruido de una pantalla, de un dialogo, esa oscuridad cómplice, ese mundo de ficción en que nos envolvemos durante dos horas es un momento que nadie le quita, que nadie nos quita.

Mi abuelo ya no va al cine, ya no es la vieja y espaciosa sala de antes que lo abrigaba, ahora es más chica y hace un frío de mierda… ya no es como antes hijo… y tiene toda la razón, nada es como antes, probablemente ni yo soy como antes. Extraño en ocasiones a ese pasado que parecía soportarlo todo, pero no podría volver a encarar ese personaje grotesco y oscuro, no podría vestir nuevamente aquella mascara inexpresiva, aquel tormento desprestigiado por las horas. A veces extraño ese olor cálido y ese entorno túrgido alrededor de un abrazo. Cuando una extremidad mía cobra vida propia y enlaza con el cuerpo de alguna bella razón de luchador y terco creyente. Es eso, simplemente creer, abandonar toda razón, todo axioma y nada más entregarse. Mi abuelo sabe hacer eso, él no las razonaba ni las criticaba, él simplemente disfrutaba, se entrometía en el drama y era capaz de avisarle a Burt Lancaster si algún maldito pirata se atrevía a atacar por la espalda. No importa nada más.

Nadie más en la familia heredó su gusto por el cine, a excepción de mí, pero hay una diferencia. Y es que creo que para él el cine representaba unas vacaciones de lo real y dar un paseo breve por la ficción, extendía su mano y esperaba ser llevado de un mundo a otro como un niño que explora feliz. Por mi cuenta, yo no busco un paseo, busco un rescate. Esa es una diferencia muy importante a tomar en cuenta, el cine me aleja y me camufla. He compartido mucho con el territorio de lo impalpable, es lo más parecido a una relación. Se gasta, se invierte, se goza, se llora o se ríe, al final suelen ser ambas y luego, de repente, todo acaba en medio de una multitud que no saben que existes.

Uno va, elije que el momento sea así, yo elijo la historia que quiero que me sea contada, y consciente o inconscientemente decido qué estado anímico deseo que se me sea impuesto, de manera fina y cronometrada. Uno va, solo. Hubo tiempos en donde solía ir acompañado. Iba así, andaba así, despidiéndome y despedido. Uno camina lentamente, es asediado por unidades de imágenes, de colores. Todo significa y todo se entorpece, porque no importa nada, no hay nada qué analizar, uno va para disfrutar, pero yo voy para que me rescaten. Es cierto, pero no siempre fue así. Ir acompañado tiene sus ventajas, sus propias historias y sus propios guiones. Yo sería una obra lograda de Woody Allen o un nuevo cartero para Neruda, si me dieran la oportunidad, sería hasta el mismísimo Humphry Bogart y yo sí que lloraría.

Sigo caminando y extiendo sabiamente mi mano y pronuncio sabiamente, mientras mis labios dibujan excitación, aislamiento, el nombre de la película, como lo hago siempre. Ir acompañado tiene sus ventajas, no sólo son guiones aparte, son trampas contra la quietud y el pensamiento, porque yo sí las critico y las razono. Pero las razono en base a mí, sólo a mí y cuando ejerzo alguna otra función que no fuera una crítica en base a lo que esa película se atrevió a descubrir en mí lo demás carece de sentido.

Todo debería carecer de sentido, la razón sólo me ha traído a estas inmensas salas a esperar ser olvidado, sin embargo qué bella es la razón, qué bella es la emoción, qué bello es Einstein y qué lindo es Bryce. Ir acompañado tiene sus ventajas, en especial cuando cumples tu objetivo y eres uno con el espacio y todos los demás son uno con otro uno… Mickey Rourke ha resucitado, sigue vivo el hijo de perra… Uno va solo, antes con amigos, antes con sus pies, sus medias de colores y sus zapatillas sucias, antes con amigos, antes con sus lentes, sus muecas, antes de ella nada más…ha vuelto y con qué película…la habitación me acoge, yo quiero preguntar si hay espacio para mí esta noche. Como ustedes verán a mí me gusta el cine…es quizás la mejor actuación del año, un verdadero luchador…Soy bueno, trato de no herir a nadie, pero a veces, a veces simplemente es mejor dejarme en paz, pero increíblemente no aguanto estar solo…realmente me ha conmovido…Cuando acaba todo es realmente inquietante, uno se perfila, se acomoda a su necesidad, se convierte en el actor que lo ha impactado, yo soy Mickey Rourke, nadie me discute eso, me he ganado el derecho. En mi cabeza aún quedan grabadas las diferentes conversaciones de algunas parejas, instantes antes de que empezara el largometraje, diferentes momentos de la relación, discusiones idiotas, risas idiotas, besos idiotas, pero al final, cuando todo acaba, no importa que yo sea ahora Mickey Rourke, simplemente se encienden la luces y observo a muchas personas irse juntas, besándose y recuerdo con nostalgia que antes yo era uno de esos, uno de esos desagradables sujetos, que antes alguien me besaba en la boca y no importaba nada más.
Así, nada más que eso, que todo acabe y todo se silencie brevemente, que abran las puertas y que la noche y la lluvia mojen incasablemente mi cabeza. Todo es silencio y el frío, el frío debe ser parte del guión, algún tipo de acuerdo entre lo mágico y lo ordinario. Caminar me hace feliz, andar, existir en cada intento de gota. Soy uno con el invierno, debe ser cosa de la melancolía o que la extraño. El beso, también debe ser eso, debe ser que me gusta extrañarla. Realmente me ha conmovido. ¡Oye! Realmente vale la pena.

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