domingo, 19 de octubre de 2008

Carta a las que he amado





Queridas ajenas mías:
Lima, domingo 5 de Octubre del 2008


Les escribo esta carta en vista de la infertilidad lírica de esta noche, es decir: en esta noche no hay poesía, solo un hombre.

Nadie puede dañarme con tanta fuerza y crueldad calculada, al estilo de El Corazón Delator, que este portador de huesos que escribe. Esta noche tan larga es un hombre despeinado, una gaseosa helada, una llovizna grosera y un viento frío que adolece a mis pies desnudos sobre la madera.

Han pasado ya tantos años desde que le pregunté a mi madre si me dejaría casarme con Cinthia, mi primer amor de infancia. Ella sonrió ajena a la intensidad de mi pregunta, creo que me dio su bendición. Cinthia era de mi tamaño o sea menos de un metro, teníamos cinco años si mal no recuerdo. Me gustaba ir al colegio solo por ella, la soñaba, pronunciaba su nombre un número de veces realmente irritantes, pero nunca le dije nada. Mi familia compró una casa en un distrito limítrofe al mar y nuestra historia que nunca empezó acabó. Saliste libre de mí, sin embargo siento que debí decirte algo y como sé que nunca llegará esta carta a tus manos te lo digo ahora, quince años después: te soñé tanto.

La segunda chica que me gustó se llamaba Stefani, la conocí en primer grado de primaria y nuestra amistad solo duró un año más, o sea hasta el segundo grado. Tenía el cabello color negro y siempre vestía una bincha blanca en la cabeza, corría más rápido que cualquier niño y siempre nos retaba a alcanzarla. En mi colegio, a la hora del recreo formábamos un grupo de chicos que conformábamos, o nos creíamos, los más graciosos del aula, un grupo casi excluyente. Yo recién había entrado al grupo cuando descubrí que tenía algo de fuerza dentro de mi piel, que me permitía librarme de niños fastidiosos, eso fue una gran revelación para mí, lo que posteriormente ocasionó en mi ser un cierto aspecto de abusador, y me imagino eso generó cierto respeto entre los demás.

Este grupo retaba a las niñas a ganarles en cualquier juego, la mejor arma de las niñas era Stefani. Uno de los juegos consistía en formar parejas que se tenían que atrapar unas a otras, mi pareja fue, como ya es fácil de suponer: Stefani. La desgraciada corría endiabladamente rápido, y eso que yo era un buen corredor. No quise quedar mal ante mis amigos y me lancé sobre ella atrapándola por los pies, lo que hizo que ella se tropezara y cayera sobre el pasto. Stefani lloró por mi culpa, yo intenté pedirle perdón pero no me atrevía, menos a decirle que me gustaba, otra vez me quedé callado. Ella cambió de amistades y de juegos (a unos más tranquilos) y yo cambié de ánimos y de colegio.

Stefani, me pareció verte hace algunos años caminando por la playa, no sé si tú me habrás visto, no me atreví a saludarte por temor a que no me reconocieras y por temor a equivocarme a que no hayas sido tú la que vi, en todo caso siempre te recordaré con cariño. Un abrazo y disculpa por haberte hecho caer aquella vez, nunca fue mi intención, nunca es mi intención dañar a nadie más que a mí mismo.

Susana, a ti si te puedo hablar sin la distancia que marcan mis dos primeras ausencias de valor. Te conocí en tercer grado de primaria, en el Colegio Santo Domingo, sin embargo la existencia de estas líneas se deben a lo que viví al año siguiente, cuando cursábamos el cuarto grado. De alguna manera inusitada me convertí en el chico más “popular” de su aula, o así me engañaron las “malas” lenguas. En ese entonces yo recuerdo que dos chicas gobernaban la belleza de esas cuatro paredes, Anita y tú. Mi querido amigo Manfred, a quien aún sigo viendo, se había fijado en Anita, si es que mi memoria atrofiada por sustancias indebidas no se equivoca. Sin embargo, por momentos yo creía que eras tú la que le gustabas.

Que celos, que coraje, casi y nos peleamos algunas vez a la salida del colegio. Aunque ahora que han pasado los años juraría que él pensaba que a mí me gustaba Anita. Un día, después de clases, decidimos encontrarnos afuera del colegio para decirnos quienes nos gustaban del aula mientras esperábamos que nos recogiera nuestra movilidad (íbamos en la misma movilidad). Tú aún tenías el cabello castaño claro, moldeado por unas ondas infantiles y los ojos marrones, te gustaban series románticas y tontas, de esas que yo detestaba religiosamente hasta la excomunión. Yo temblaba de miedo, no sabía que decirte. Insistí en que fueras tú la primera en decir quien te gustaba. Me gusta alguien que empieza con la “M”, ¿Manfred? Nooo… ¿Quién? Dime, pleaseeeeee… Me gusta …Niños suban al carro… Nunca llegué a escuchar mi nombre en tus labios, le eché la culpa a la señora de la movilidad, pero hay que ser honestos, de haber querido pude haberte arrancado ese nombre mío de entre tus labios aquella vez sin la necesidad de someterte a ese tormentoso interrogatorio que no nos llevó a nada. Evidentemente los años pasaron y cada uno tomó rumbos y pasos que nos alejarían irreversiblemente, yo con mi boina negra en la cabeza, tú con tus gafas Gucci, yo con mi rock y mi trova, tú con tu electrónica y tu reggea.

Discúlpame que haya narrado esta infantil historia, quizás con muchos errores en lo que respecta a la veracidad de los hechos, quizá me haya equivocado y supuse mal en pensar que te pude haber gustado. Que vergüenza, pensarás, qué hace este tipo recordando cosas que han sucedido hace tanto tiempo, si es que en mi ego me atrevo a pensar que leerás estas páginas, y es más si recordarás que alguna vez casi y me dijiste: Me gustas.

Jenni, me moría por escribir de ti, no tanto porque seas mi mejor amiga, la más linda y narcisista que conozca, sino: desgraciada. Porque fuiste el olvido más largo hasta el momento que he tenido (ya te llegó la competencia, sabes de quien se trata) Te “manyé” cursando la secundaria, me habían cambiado de aula por motivos de conducta inapropiada y terminé presentándome ante todos como el alumno nuevo. Al principio no me atraías, es más creo que hasta te detestaba, juraba que eras una creída, una laydy, como me dijo Raúl. Pero a penas me enteré que te gustaba The Beatles, posteriormente te oí tarareando In my life, te adoré.

Eras la primera amiga que tenía, mi primer contacto sincero con el otro género, no es que no tuviera amigas, no, es que tú eras una amiga y cometí el peor error que uno puede cometer, me enamoré de ti.

Te celaba, me gustaba sentarme cerca de ti y te escribía cuanto verso se me ocurriera. Una vez tú te acercaste a mí, curiosa, a ver que estaba yo guardando en esa agendita negra de cuero que yo tanto cuidaba. Te sonrías, te hacías la coqueta y me hacías sonrojar, yo corría por todo el aula para evitar que leyeras frases cursis como: Te quiero tanto.

Mi primer vodka fue en tu sala, nos habíamos reunido tres amigos y tú en tu casa para hacer un trabajo de geopolítica. Casi todos sabían que me gustabas, creo que por eso me escogieron en el grupo, además los otros dos amigos que nos acompañaban ( Bryan y Melissa) terminarían besándose luego en el taxi de regreso. Ese primer vodka fue además mi primer encuentro con el alcohol y bueno desde esa vez es lo único que me ha sido fiel, perenne y comprensivo. Tú por otra parte me llevabas una delantera envidiable, ya habías fumado marihuana y habías sentido esa sensación fría y refrescante que deja la coca en la nariz, sobre todo si es virgen. Eras y eres una diosa, un ejemplo de perdición exquisitamente enternecedor, y es que quien diría que detrás de tu mirada estática, de tu voz silenciosa y tu menudo pero bien proporcionado cuerpecito se escondería una chica Almodóvar.

No aguanté más y sentí que debía decirte algo de lo que sentía, algo que toda nuestra promoción sabía. Esperé hasta el último día de clases, tomé todo el valor que un adolescente de quince años puede tomar y toqué tres veces a la puerta blanca que dividía a los que vivían dentro de la casa de Melissa de los de la calle, como yo.

Salió una amiga nuestra, no recuerdo quien, pedí que te llamaran y apareciste, creo yo un poco picadita por lo que habíamos bebido horas antes. A pesar de que al ir subiendo las escaleras había yo elaborado un discurso sobre como iba a decirte que estaba enamorado de ti solo pude decirte: ¿Quieres estar conmigo? Te dejé fría ¿Recuerdas? No sabías que responder, ahora lo siento tan gracioso que me dan ganas de reírme abriendo una latita de cerveza, pero en ese momento lo gracioso no existía en ninguna esquina, en ningún escalón y solo quedó un beso entre ambos, como una petición mía al recibir tu no como respuesta.

Nos abrazamos desconsoladamente, parecías sufrir tú más que yo, de verdad me querías, lloré contigo, era la primera vez que lloraba después de mucho y lo hice contigo y creo que eres la única chica con la que he llorado como amigo. Afortunadamente no te perdí aquella vez, sino que conseguí una compañera ideal, tan borracha como yo. No te preocupes que aquí, desde mi autoexilio, siempre estoy pensando en ti, y cualquier pastilla que necesites, cualquier porrito, cualquier compañero de tragos, cualquier confidencia que quieras narrarme siempre estaré ahí, no solo por ser mi mejor amiga sino por ser la chica por la que escribí mi primeros setenta poemas de amor.


Cumplí diecisiete años y tuve una enamorada a la que jamás veía, solo los fines de semana, que es nada. Siento mucho lo que le hice, que fue no quererla, que fue engañarla. Fue producto de mi soledad que necesitaba a gritos sentarse acompañada, terminé mi relación con ella vía telefónica, ni siquiera me atreví a verla en persona para decirle que lo nuestro no funcionaba, que era mejor que se dedicara a sus estudios de economía en la Pacífico, que había conocido a otra chica que me atraía en mi universidad y que estudiaba lo que quería a comparación de ella que seguía una carrera solo por darle gusto a su padre.

La chica por la que terminé esa relación se llama Teresa, me percaté de su existencia o ella entró en mi existencia luego de un viaje a unas ruinas precolombinas, como parte de nuestros estudios de antropología. De regreso a la universidad, con la cara sucia, llena de polvo, escupía barro por la boca ¡Que asco! necesitaba un jabón, una toalla, a falta de todo eso solo pude frotarme arduamente el rostro con agua para poder limpiármelo. A pesar de todo ese listado grotesco de impurezas Teresa se acercó a mí para formar (por un efímero tiempo) parte de mi vida.

Nos fuimos a un local del centro de Lima mientras nos presentábamos informalmente, como debe ser, con otros chicos de la promoción, estupidamente felices. Pedimos unas cervezas a las que se sumaron otras en cantidades escandalosamente aceptables. La luz en aquel viejo local era lúgubre y colonial, sus pisos parecían desvanecerse con cualquier pisada de sus visitantes, rogaba agnósticamente que los demás cesaran de bailar para preservar sus vidas mientras yo me servía un poco más de alcohol en mi vaso y aprovechaba la oscuridad del local para mirarla a los ojos y poco a poco descender hasta su boca. En una de nuestras conversaciones, debido al ruido del local, tuve que acercarme demasiado a su rostro para poder escucharla, en uno de esos acercamientos y mientras ella hablaba y yo escuchaba, mientras yo hablaba y ella escuchaba nuestros labios se juntaron para seguir hablando. A la salida del local se habían formado dos parejas: Teresa y yo y Angélica y Marcos. Fue por Teresa que rompí mi relación con mi anterior pareja y fue por Teresa que he sido por única vez en mi vida infiel a alguien y fue de esta manera que nuestra relación terminó:

a) A la relación se le sumó un número de rupturas y reconciliaciones de tres veces.
b) La tercera sería la definitiva.
c) Entre caricias y coqueteos se asomaba la posibilidad de una cuarta reconciliación.
d) Un viaje a Marcahuasi supondría el lugar ideal para retomar la relación según los acontecimientos que se venían sucediendo.

El mismo día del viaje a Marcahuasi, minutos antes de partir, decidí ir a comprar unos preservativos para estar preparado ante cualquier designio de la naturaleza. En vista de mi ignorancia sobre la ubicación de alguna farmacia cercana le pedí a un compañero mío, amigo de Teresa (presentado hacía mí por ella misma, me imagino con la intención de que fuéramos amigos) que me acompañara a comprarlos, él asintió y me acompañó a comprar los preservativos, al chico lo llamaremos: Yago. Tenía todo lo necesario, al subir al ómnibus un amigo me pregunta si es que había llamado a Teresa haciéndome pasar por su nombre, le respondo que no y le pregunto por qué. Ya pues no te hagas, la mamá de Teresa me acaba decir que yo la he llamado y me ha dicho: Ah, tú eres el chico que para llamando a mi hija. Así que me imagino que has llamado a Teresa haciéndote pasar por mí ¿no es verdad? Obviamente me sentía extrañado, yo jamás había llamado a Teresa y menos haciéndome pasar por otro, sin embargo si alguien la había llamado tenía que ser indubitablemente alguien del aula para hacerse pasar por uno de ellos, y es más, si tuvo la necesidad de hacerse pasar por otro significaba que algo había que lo avergonzaba e hiciera no querer dar su verdadero nombre. No me hice más problemas y decidí seguir con el viaje.

En mitad del camino, Marcos (uno de los que formó pareja en aquel local del Centro de Lima) me dice que vio a Teresa besarse con otro tipo, no hacía más que confirmar mis sospechas de que algo estaba pasando. Cuando todo estaba oscuro, pido una linterna para alumbrar el lugar, quería una latita de cerveza, al encender la linterna, veo dos cabezas muy juntas, casi indistinguibles, totalmente entrelazadas que se confundían con la noche, ilumino bien ese par de cabezas y descubro que eran Teresa y Yago, y a la vez descubro que realmente eran “grandes” amigos. Vamos chico, por lo menos me hubieras evitado gastarme mi dinero en comprar esos preservativos, digo yo, la plata no la regalan.

La relación entre ellos se mantiene, yo he cortado toda relación con ellos, más por fetiche que por remordimientos. Resulta divertido saber que tanto uno puede estar sin entablar comunicación con alguien, aunque muchos piensen que a esto se le agregue ciertos sentimientos que aún no se logran evaporar. Los silencios son contratos con la naturaleza y el ser, nada más, lo que hubo entre ella y yo, es pues, un bonito recuerdo de como se puede vivir una telenovela de Televisa, de mala calidad, en una universidad. Sin embargo, es bonito recordar que dos chicos se conocieron y se quisieron alguna vez, y que por mi parte solo queda un silencio, un buena suerte y un hasta luego.

Raiza, aunque te parezca extraño, aunque no llegues a leer esto, no te dedicaré muchas líneas en estas hojas, no porque te quiera menos, sino porque te amo, te amé de todas las formas menos de la correcta y te intento de olvidar de tantas formas menos de la sincera. No gastaré nuestra historia aquí porque será escrita en otras páginas, otras páginas que te merezcan. Solo puedo decirte que en esta noche no hay poesía y voy a dormir solo, amándote entre mis sábanas.

PDTA:

Querida Paula, tú insistes en que me gusta Angélica, eso es un imposible, siendo ella la ex de Marcos, uno de mis pocos amigos en la facultad. No me puede gustar Angélica porque detestaría arruinar su vida con la mía, porque detestaría mancharla con mi nube y mi lluvia, no puede gustarme porque me he prometido no enamorarme, porque para reforzar esa promesa me ayuda el miedo atroz de volver a salir herido, porque de alguna forma Angélica hasta me recuerda a Raiza, aunque Raiza sea infinitamente más peligrosa, y porque a Raiza aún la amo y sigue siendo un olvido frustrado. Por otra parte si me agradaría que eso sea cierto, porque significaría que hay un progreso en mí, que me estoy abriendo a la posibilidad de que me guste otra persona, y porque Angélica es terriblemente preciosa. Así están las cosas, como son, no puede gustarme Angélica porque es un imposible, y lo imposible siempre es hermoso y lo hermoso no habita en mí. Sin embargo el “no poder” no es un equivalente a la “realidad”, no poder y no querer serían dos cosas distintas. Angélica es una gran amiga y la quiero mucho, así son las cosas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

...lo sospexe desde un principio!!!...ia sabia k esos miles d poemas de amor k escribias eran para jennifer...xD...melissa r.